domingo, 24 de noviembre de 2013

Secreto de confesión



En la famosa serie televisiva "Breaking bad" la mujer del protagonista queda francamente conmocionada al enterarse de los líos en los que anda metido su marido. Le echa de casa y todas esas cosas, pero eso no calma la procesión que lleva por dentro porque sus principios no se lo consienten. Es un ejemplo descarnado del eterno conflicto entre la razón y los sentimientos. Sabe que su obligación es denunciarle, contarle a su hermano, el jefe de la policía, que ese peligroso delincuente que se le escurre de entre las manos como si fuese una anguila es precisamente su cuñado. Pero, caray, es su marido, un buen marido, padre ejemplar, le quiere... no puede dar ese paso terrible y, por ello, cada minuto que pasa está más desquiciada. Así es que decide recurrir al consuelo, o la terapia si quieren, de la confesión. Se lo cuenta a su abogada y su abogada, como es una abogada comme il faut, le aconseja que le denuncie. 

Ya saben como era aquello tan clarividente del Padre Astete: confesión de boca, propósito de la enmienda, satisfacción de obra. Si no tienes propósito de enmendarte y pagar por lo que has hecho de poco o nada sirve la confesión. Por eso, porque no puede denunciarle, está condenada a vivir con ese peso insoportable en su conciencia. Pero lo curioso del caso, y a donde quería llegar, es que a partir de esa confesión hay otra persona, una persona honrada, que sabe donde reside el mal que tiene conmocionada a la comunidad. Lo sabe y, sin embargo, no lo puede denunciar porque está atada por un juramento ante el dios de la discreción, algo que, ni que decir tiene, es extremadamente serio. De hecho es ese juramento el que, por así decirlo, da sentido o, si quieren, sacraliza, a la abogacía y la hace invulnerable a los abusos del poder.

Son los abogados, son los médicos, los periodistas quizá, los curas por descontado... los que se deben al dios de la discreción. Rompa cualquiera de ellos el juramento que implícita o explícitamente han hecho a ese dios implacable y el daño extenderá sus tentáculos mucho más allá de lo personal: afectará a la profesión en general e, incluso, a los frágiles equilibrios en que se sustenta la paz social en un régimen de libertades. Ya saben, si no vela el garrote del tirano, tienen que hacerlo los principios de la ciudadanía. De lo contrario, el caos.  

Les he metido semejante rollo porque estos días vengo viendo con sorpresa como la prensa en general cuenta, como si fuese una banal conversación de porteras, lo que una señora, que todo indica que ha matado a su hija, le había confesado a su psicólogo meses antes de los luctuosos hechos. O sea, que el psicólogo rompe su juramento, cuenta lo que le ha dicho una paciente, y a todo el mundo le parece de perlas porque ayuda a esclarecer el caso al cerrar el círculo de las sospechas. No sé, porque a mí lo último que se me hubiese ocurrido en esta vida es contarle cualquier cosa personal a un psicólogo. Quizá a un psiquiatra me lo pensaría porque, al fin y al cabo, tiene como diez veces más estudios que un psicólogo... pero, en cualquier caso, a lo que iba, que nadie haya levantado su voz para denunciar la absoluta falta de ética de ese psicochisgarabís me parece un muy mal asunto. Por la cosa de los principios más que nada.  

3 comentarios:

  1. A mi me daría muy mal rollo saber que tengo pruebas de un asesinato tan atroz y mantenerme mirando para otro lado y creo que tengo bastantes estudios.

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  2. Pues a lo mejor no tienes los suficientes para asumir una profesión que hace de la discreción su principal herramienta.

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  3. No creo que se deba entrar en la disquisición un poco cutre de quien tiene mas estudios. El tema del secreto profesional a dado origen a mucha literatura y cine, vende mucho, pienso que cada situación requiere un análisis ético diferente.

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