En definitiva, que qué complicados somos. Ya sabía Sócrates lo que se decía cuando nos invitaba a conocernos a nosotros mismos como solución a la mayoría de nuestros males. Luego, añadía que, para redondear, nada mejor que nada en demasía. Sin embargo, yo no sé si lo uno se compaginará muy bien con lo otro pues, salvo quizá los muy dotados, pocas herramientas tienen los mortales tan eficaces para saber de uno mismo como el sufrir las consecuencias que inevitablemente traen aparejados los excesos. Porque, como les digo, quizá los muy dotados sean capaces de escarmentar en cabeza ajena, pero el común de las gentes tenemos que sentir el escozor de las propias carnes para saber de qué va la fiesta. Y, así todo, caemos una y otra vez en el mismo cepo porque, supongo, la naturaleza nos ha hecho de tal forma que las hormonas por lo general ganan por goleada a la razón... a D. G.
Y digo, a D. G., porque no quiero ni imaginarme lo aburrido, y sobre todo peligroso según muestra la experiencia, que podría llegar a ser esto si la goleadora fuese la razón. Así que, ¡por favor, un poco de equilibrio, señores! La razón cotrabalançeada por la locura que hasta el más cuerdo lleva dentro de sí como un tesoro. De lo contrario, nunca podremos ser quijotes o, lo que es lo mismo, disfrutar la vida y ayudar a los demás a disfrutarla.
En fin, que de no surgir impedimento mayor por un lado y de seguir recibiendo el aliento de los lectores por otro, continuaré indagando en los insondables vericuetos de la condición humana con la vanidosa pretensión de hacer inestimables aportes al conocimiento en general y al propio entretenimiento en particular.