domingo, 22 de diciembre de 2013

Mosqueo



He visto que todos los periódicos digitales colocan estos días en lugares destacados artículos que dan pistas sobre lo que hay que hacer para no deprimirse con lo que está a punto de venírsenos encima. Un avezado humorista incluso nos recomienda que por Noche Buena sentemos un rico a nuestra mesa y aprendamos. A mí, la verdad, ni fu, ni fa. Mi novia se ha abierto para los trópicos y los compromisos que tengo sólo son conmigo mismo. O sea, que de exponer las entrañas ante el respetable, nada de nada. 

De todas formas, ando un poco mosqueado. Ayer, un luminoso y templado primer día del invierno, pensamos que sería buena idea ir a pasear por la playa de Somo. No había mucha gente pero sí muchísimos perros. Y no es que yo esté obsesionado con el tema, es que hay que estar muy ciego para no ver ese síntoma de que algo importante está adquiriendo unos grados de pudrición que ya es difícil que tenga vuelta atrás. Por cierto, niños, no vi ni uno. Para qué si los perros suplen su candor con creces. Hasta es muy posible que sean los encargados de pagarnos las pensiones el día de mañana. Había que ver el entusiasmo con el que sus dueños les esperaban toballa en mano a que saliesen del baño. Y les acariciaban y les decían todo tipo de cosas cariñosas mientras les secaban. Y ellos dejándose querer como sólo ellos saben hacer. Para comérselos... en mi caso, de buena gana, en el sentido literal del término. 

Hace días, nada menos que en el Parlamento británico, se pasaron toda la mañana debatiendo sobre qué hacer con tres perros policías que se habían hecho mayores e ineficaces. Lo suyo en estos casos siempre había sido lo de "ponerlos a dormir". Pero, ¡ay!, hijo, en estos tiempos blandengues que corren... las propuestas de sus señorías iban mayoritariamente en el sentido de concederles una pensión y mandarles a una casa de reposo. Bien es verdad que también hubo un número no despreciable de señorías que abandonaron sus escaños asqueados por el cariz que estaban tomando las cosas.

Ya digo, ando mosqueado. Mi siempre admirada y muy amada cadena de televisión ARTE me tiene últimamente que no sé qué pensar. La tres cuartas partes de la programación, por lo menos, se compone de la siguiente basura a saber:
   
Reportajes de animales. Se tiran horas y horas buceando por los arrecifes de coral para demostrarnos lo majos que son los tiburones. Miles de horas por el bosque para cantar las excelencias de los lobos. Más miles por la banquise para que nos regodeemos por enésima vez con las monadas que hacen los osos polares. Y así, todo el Arca de Noé.

Reportajes de lo que llaman cuisine du terroir. Comida casera que decimos aquí. Para mí es inexplicable que una población tan ahíta de comida pueda soportar que le estén todo el día hablando de comida. Que si las salchichas de Nuremberg, que si los quesos de no sé dónde, que no hay dónde donde no se fabriquen quesos. Qué interés puede tener eso para cualquier mente despejada. 

Reportajes sobre tribus salvajes en peligro de devenir civilizadas. Esto es una de las cosas que mas divierten al personal con buenos sentimientos, porque ven en ello la prueba fehaciente de la maldad del capitalismo, o sea, su particular cuadratura del círculo. Porque es que, aunque no se lo crean, todavía hay por ahí millones de hijos de perra convencidos de que a esos salvajes se les hace un flaco favor ayudándoles a dejar de serlo. 

En descargo de ARTE diré que los domingos a las siete de la tarde ponen unos conciertos que quitan el hipo. En los últimos tiempos solemos ver a Rolando Villazón presentando a las Estrellas de Mañana. Gente joven prodigiosa que te devuelve la confianza perdida en el ser humano. 

En definitiva, que aunque la espuma de los días nos dé esa impresión de imparable decadencia, lo que hay por debajo son esos chavales de Villazón que llevan a la civilización a su más alto grado de expresión. 

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