Walter White, el héroe del momento, se puede retirar ya de su peligroso negocio con el riñón bien cubierto de oro, pero ni soñarlo, ya nos ha confesado su propósito: construir un imperio a cualquier precio. Se diría que se ha vuelto loco, pero, en mi opinión, nada más lejos... a no ser que por locura tomemos la determinación de sentir la vida al máximo en cada momento que pasa. Quizá tenga algo que ver en ello el hecho de haber sentido y seguir sintiendo la muerte en los talones. Acaba de ser operado de un cáncer de pulmón en su modalidad de células de avena, es decir, lo que en mis tiempos de galeno era considerado lo peor de lo peor. Ahora, como las ciencias han avanzado una barbaridad, no sé, pero su mujer, Skayler, ya le ha dicho que la única esperanza que la queda es que se le reproduzca el cáncer cuanto antes mejor. Ya ven, él que había dicho que todo lo hacía por una buena causa, por la mejor, la familia.
La familia, una coartada cutre donde las haya. Como el dinero. ¿Quién se va a creer eso que no sea un miserable? Hasta un tonto se puede dar cuenta de que Walter White hace lo que hace porque como es inteligente sabe que sólo una actividad límite será capaz de sacarle el cáncer de la cabeza. Y sacado de la cabeza bien sabido es lo fácil que es sacarle de cualquier otro sitio. Los grandes males, por así decirlo, sólo se remedian con males muchos mayores. Cada tío que se carga es mil veces más eficaz que mil sesiones de quimioterapía. Y así, por contrapartida, a medida que cede el cáncer, va creciendo el imperio.
Y mientras tanto, aquí, uno, disfrutando de lo que ve crecer cuando se mira el ombligo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario