jueves, 19 de diciembre de 2013

Alubias del Barco



Cuando estuve de gira con la peña, a principios de otoño, me pareció oportuno comprar un saquito de alubias con denominación de origen, más que nada porque pensé que podrían poner colofón brillante a un año de grandes encuentros en la tercera no fase sino edad. Nada menos que del Barco de Avila. La verdad es que no vimos por todos aquellos parajes cosa que se pareciese a las grandes plantaciones que serían precisas para cubrir la demanda de una denominación de tanto renombre. Ya, aunque sólo fuese para suministrar a todos los restaurantes de Madrid que ofrecen en sus cartas el producto se precisarían extensiones de sembrados como las del páramo leones. Pero ya nos lo advirtió Pedro que es oriundo de la zona. En el Barco lo único que hacen es envasar las que traen de México, Turquía o vete a saber de dónde. Así todo, yo vi allí, en un colmado de los de siempre, unos sacos de alubias a granel del Barco y entré a tener dos palabras con el dueño. Me aseguró, casi lo juró por lo más sagrado, que aquellas eran auténticas, así que venciendo la renuencia que Pedro me había provocado fui y me arriesgué... aunque sólo fuese por sentir un poco más la vida.

Total, que ayer fue el día señalado. Ya, la vigilia, había mantenido consultas con mi hermana Coqui para no dejar resquicio al fracaso en lo que a la parte técnica se refiere. Lo demás quedaba al albur de la autenticidad del producto denominado en su origen. Madrugué y, una vez desayunado, me puse a la feina. La mitad las hice en ensalada y la otra mitad con almejas. Sería difícil juzgar cuales estaban mejor. Todo fueron alabanzas. En mi descargo sólo puedo alegar que no hice otra cosa que seguir al pie de la letra los consejos de mi hermana y, lo demás, achacable al producto que se encargó de desmentir largo y tendido las negras premoniciones de Pedro. Efectivamente, la velada fue un digno colofón a una campaña que cumplió las expectativas.

Anyway, a lo que quería llegar con lo dicho es a todo este rollo que se trae el mundo en general con los cocineros. Es difícil mirar un periódico cualquiera y no encontrar en primera página algo relacionado con uno de esos geniecillos. Como si hubiesen usurpado el lugar que por lógica les correspondería, yo qué sé, a los físicos del CERN por poner una entre mil posibilidades. Incluso se da el, a mi parecer, grotesco caso de que, según la revista Forbes, que es lo más de lo más en lo que rankings se refiere, el personaje español más influyente a nivel mundial es un cocinero. Sencillamente, me parece una cretinada sin vuelta de hoja. Unos tíos que en un inagotable alarde de "creatividad" mezclan la compota de genjibre con las criadillas de urogallo sobre crujiente de chirimolla con un ziczaguente chorro de reducción de licor de menta a modo de firma... ¡uf!, y todo ello poniendo la cabeza a dos dedos del plato. No entiendo por qué se tienen que acercar tanto. Ni que fuesen cirujanos del ojo o cosa por el estilo. Me parece una cerdada, la verdad, porque cuanto más acercas el aliento al plato más mierda añades al condimento. Por no hablar del toqueteo, que a saber en donde habrán puesto las manos antes. 

Un cocinero es uno que cocina. Los hay mejores y peores. Mis hermanas, mis amigos, cocinan como los ángeles. Cualquiera con un poco de cabeza e interés creo que puede adquirir cierta excelencia en el oficio en no mucho tiempo. No lo catalogaría yo como cosa complicada. Quizá gestionar una cocina industrial sea otra cosa, pero lo que es una comida familiar equilibrada y económica está al alcance de cualquiera, ya digo, con dos dedos de frente. 

Equilibrada y económica, cosa que raramente encuentras si vas a comer por ahí. Si es económica lo más probable es que te forren a grasa de camión. Si es equilibrada te lo hacen pagar como si fuese oro. Entre unas cosas y otras pocas veces encuentras satisfacción en los restaurante más allá de la que proporciona cualquier ruptura de la rutina. Ves gente y te evitas lavar platos y esas cosas. Bueno, tengo que reconocer que me pierden los étnicos por la cosa de la novedad que amplía horizontes, pero... ¡menudas tardecitas te suelen dar!    
Luego, claro, comprendo a los tíos como Sostres, ese periodista maestro en el difícil arte de la provocación. Yo creía que su admiración por los restaurantes de lujo era cosa del advenedizo que ha encontrado un procedimiento para demostrar a los otros su superioridad. La mecánica del lujo en definitiva que no es más que la máscara del poder. Es lo de Luis XIV y Versalles. Pero resulta que luego voy y me entero que lo de Sostres es más prosaico: su familia tiene un negocio de comida cara. Así que la realidad es que se limita a hacer propaganda de lo suyo. Y seguro que más de un tonto pica. Tonto y con dinero, claro está.  

En fin, la comida, lo que no se podría decir de ella siendo como es el principal sustento de la vida y, por tanto, fuente inagotable de placer.   

2 comentarios:

  1. Los garbanzos y las lentejas las puedo soportar, pero las alubias son superior a mis fuerzas. Hay unas pequeñas que se toman aquí dulces: son repugnantes. Creo que en alguna vida anterior mía fui pitagórico...

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