Lo de las ínfulas lo digo porque, a causa de un luctuoso suceso, hoy nos hemos podido enterar que estando un buen día los de As Gándaras de Budiño contemplando la desolación de los campos que les rodean dieron en pensar que allí, por definición, tenía que haber un nicho de empleo, riqueza o como quieran llamarlo. Como todos ustedes saben, en los parajes baldíos suelen anidar animales de todo tipo. También supongo que sabrán que, a medida que la producción de alimentos se ha ido industrializando más y más, el amor de los humanos por los animales salvajes ha ido creciendo exponencialmente. Y así, entre unas cosas y otras los de As Gándaras pensaron que si construían un observatorio para pájaros y un centro de interpretación de la vida salvaje... pues eso, que habían dado con un nicho que cabría explotar.
Y a ello se pusieron. Mandaron a sus más preclaros vecinos a visitar embajadas y consulados y, como los vientos soplaban por entonces favorables, en un abrir y cerrar de ojos se encontraron con medio millón de pavos en el bolsillo para lo que les gustase mandar. Un observatorio ornitológico, un centro de interpretación... ya saben lo dotados que estamos en este país para levantar como quien dice de la nada infraestructuras sorprendentes. Ya sólo faltaba dotarlos de personal y esperar la llegada de los ansiados visitantes que, como todo el mundo sabe, la gente con tal de no quedarse en casa sale a visitar lo que sea y, no te digo nada si, lo que sea, son animales que, sabido es, son mucho mejores y más interesantes que las personas.
Pero, ¡maldición!, justo entonces fue y estalló la famosa burbuja. Los presuntos visitantes, a la fuerzan ahorcan, pasaron a engrosar las filas de los aficionados al sillonball, es decir, a tocarse las bolas mientras se aburrían contemplando a los animales en la pantalla del televisor que menos da una piedra. Y el nicho se fue al carajo. Y las termitas entraron en acción. A las termitas humanas me refiero. Había en aquellos edificios mucho para llevarse, ya fuese a casa, ya a la chatarrería. Ante la comprensiva mirada de las autoridades locales, claro, que pronto comprendieron que el pillaje no era sino otra forma de nicho que habría de dar manutención a los más necesitados por una temporadita. Lo que dura dura, que decía el otro. Que no fue mucho. Pronto, apenas quedaron los muros. Ya sólo los más desarrapados intentaban arañar los desperdicios. Hasta que un muro cayó sobre uno de ellos y lo mandó al otro barrio. Y, como no pudo ser menos, empezó el rasgue de vestiduras que, al fin y al cabo, también es un nicho del que vive mucha gente.
Y aquí se acaba la historia que llevó a As Gándaras de Budiño a chupar pantalla y primeras páginas, lo cual, no hace falta recordarlo, es nicho fértil donde los haya.
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