miércoles, 18 de diciembre de 2013

Amigos para siempre



Hace días les contaba que uno de los tópicos más estúpidos que circulan por ahí con categoría de axioma es ese de que el perro es el mejor amigo del hombre. Bueno, yo tengo unos cuantos amigos un millón de veces mejores que un perro aunque sólo sea porque no me ofrecen una expectativa de quince años recogiendo sus caquitas de las aceras. Por otro lado les decía que si por amigo tienes al que te presta servicios impagables a cambio de nada, nadie, entonces, como el chivo que ya saben con qué humildad y perseverancia está dispuesto a cargar con las culpas de quienquiera que sea. A nada que te oiga decir, ¡que yo no fui, que yo no fui!, ahí que le tienes gritando, ¡fui yo, fui yo! Y entonces tú te vas de rositas.  

Pero, ya, puestos a perfeccionarnos, e ir al gran meollo de la cuestión, para amigos de verdad esos aparatos que si no los ves no te los crees. El otro día le escuchaba a mi sobrino Javi contar las excelencias de un robot que cocina y me hacía cruces. Le echas todo allí dentro y el se encarga de adobarlo a tu sabor. Por no hablar de ese artilugio que terminó para siempre con las lavandeiras de Portugal, muchachitas encantadoras. El salto que supuso para la liberación de la mujer está en el ánimo de cualquiera, pero ni te digo el que supuso para el hombre que en adelante ya nadie le podrá chantajear con el asunto ese de los calzoncillos limpios. Y ya puestos, les contaré mi nuevo hallazgo: había oído maravillas de él, un poco caro me decían, pero el que entra en contacto con sus excelencias ya está copao para los restos. Estaba dudoso. Otro trasto más, pensaba sin convicción mientras veía correr a mi alrededor las bolas de borra. Ver uno en funciones en la casa de Jessie Pickman, el mejor cocinero de platos fuertes al oeste del Misisipi, excepción hecha de Walter White, fue definitivo. Cogi, agarré y cliqué en Amazon.com. Robots, indagué. Me incliné por uno de la marca Roomba. 333 pavos. Al día siguiente ya lo tenía en casa. Dios, no se lo van a creer, talmente se puede comer en el suelo. Y sólo tienes que apretar un botón cuando te vas por ahí de paseo. Cuando vuelves te lo encuentras en su plaza de aparcamiento habitual. ¡Increíble! 

Bien es verdad que este artilugio exige a cambio algunos que pudieran parecer sacrificios, pero que, en realidad, son regalos. Para funcionar a sus anchas necesita el robot que le des pista libre, o sea, que te deshagas de todos esos cachivaches que no sirven para nada que no sea obstruir la libre circulación de bienes y servicios. Así, como decía, dos en uno: limpias la casa sin ruidos ni esfuerzos y te libras de lo que estabas deseando librarte pero no lo hacías porque no encontrabas la justificación para hacerlo. En fin.   

2 comentarios:

  1. Hace unos veinte años se publicó en algún periódico inglés una predicción de que por estas fechas más o menos aparecerían robots esclavos sexuales que cambiarían la faz de la tierra. Serían aparatos con forma totalmente humana que, después de unos diez usos más o menos, aprenderían a someterse a los caprichos más íntimos de sus amos, de modo que la satisfacción que producirían sería tal que estos se verían incapaces de prescindir de esos artilugios y, por otro lado, de desear el contacto carnal con seres humanos. No parece que esos vaticinios se hayan hecho realidad, pero me da que a lo mejor queda para ello menos de lo que pensamos.

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  2. Desde luego que las nuevas generaciones verán cosas maravillosas. Imagínate si tu abuelo levantase ahora la cabeza. Pero lo del orgasmotrón no sé si se llegará algún día. Sería el fin de todo.

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