Un servidor, que goza de la fama de exagerado para según qué cosas, ya venía hace mucho anunciando la buena nueva. El coche, por ejemplo, a partir de la edad de la razón, los cuarenta o así, siempre me ha parecido un cachivache maravilloso para cualquier cosa relacionada con el trabajo o la logística, pero nunca con el ocio. Gracias al coche reina en el mundo una moda, no sé si nefasta o estúpida, que consiste en ir al quinto pino a hacer exactamente lo mismo, sino peor, que lo que podrías hacer a media hora de paseo, tren o autobús, por no hablar de la bicicleta, de tu casa. Siempre con el alibí de los paisajes o parajes maravillosos. Me parece normal que la juventud actual que tuvo que compartir en su infancia los penosos desplazamientos de sus padres en busca del paraíso perdido haya caído en la cuenta que para paraíso La Gran Vía y sitios por el estilo en donde hay de todo y con sólo mirar ya te pones como una moto.
Lo de los cachivaches es más de lo mismo. Excepción hecha del momento en el que los compras, casi siempre como terapia de un revés depresivo, no sirven absolutamente para nada que no sea ocupar espacio y acumular polvo. Ya sé, porque me lo han dicho muchas veces, que para algunos tienen un valor sentimental. Algo así como lo de los catalanes con su amada patria o lo de los recogecaquitas con sus husmeaojetes. Pero yo, con perdón, me cago en todo eso como se caga cada vez más gente, porque si de algo son asquerosos los sucedáneos eso es cuando lo son de los sentimientos. De los buenos sentimientos. ¿Cómo si no nos conociésemos? ¡Pues anda que no hay nada por ahí necesitado de nuestros buenos sentimientos para aliviar su carga? Pero solemos preferir pasar de largo porque lo auténtico compromete y el compromiso suele dar satisfacciones, pero también muchos dolores de cabeza.
No sé, pero me parece que hoy son mayoría los hijos que han visto como sus padres se machacaban la vida en pos de un paraíso material con muy pocos resultados. Así que nada tiene de extraño que una gran nube mental esté descargando su rayo sosegado. Y el saber, como el que no quiere la cosa, le está comiendo el terreno al tener a grandes zancadas.
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