miércoles, 29 de enero de 2014

Poderío



Pasé un buen rato paseando por las salas del Museo Naval. Además, en la calle hacía espantoso, así que doble incentivo y no sólo para mí a juzgar por lo concurrido que estaba aquello. Paseaba y pensaba: esto es lo que cuenta. Por la mañana, como siempre, había echado un vistazo a los medios. El profesor Junqueras había dicho no sé qué sobre la tierra prometida. El profesor Rubalcaba, sobre el federalismo redentor. El fiscal Gallardón, sobre defensa de la vida. El matriculado en primero de derecho Patxi López, sobre primarias. A cuál más necio. Todo basura. O mitología barata para alentar a la chusma iletrada. Sin embargo, aquellas maquetas, aquellos arcabuces, aquellos cañones, eran todo realidad. Como el león que enseña los dientes y el que lo ve se lo tiene que pensar dos veces antes de tomar una decisión al respecto. 

La historia desprovista de mitos les comentaba ayer. Uno ve la maqueta de La Santísima Trinidad y automáticamente sabe que el país que mandó construir semejante máquina de guerra por fuerza tenía que ser respetado. Que le venciesen o no le venciesen después es lo de menos, lo que contaba es el esfuerzo que había que hacer para tenérselas tiesas. Es el poderío de lo que esos cañones representan: una sociedad articulada alrededor de esas fastuosas avenidas flanqueadas de museos, bancos, corporaciones, bibliotecas, academias... 

Uno, por querer de los dioses, ha nacido en un país realmente poderoso. Poderoso hasta donde realmente lo puede ser cualquier empresa humana, o sea, según se mire. Una convulsión de la naturaleza y todo se desmorona, pero, entre tanto, unas estanterías abastecidas, unas calles seguras, unas academias con sus puertas abiertas, dan para mucho contento y, también, lo más importante, para mucha responsabilidad. ¡Ay, que bueno sería que explicasen bien estas cosas a los chavales! 

lunes, 27 de enero de 2014

De Man From Earth



Oldman está cargando cuatro trastos en el coche para largarse con su música a otra parte cuando aparecen unos amigos que quieren despedirse. A Oldman no le gustan las despedidas, por eso se iba en silencio, pero como no es un mal educado se queda a compartir una botella y dar unas cuantas explicaciones sobre su extraña conducta. Oldman se va de los sitios sin ningún motivo aparente para los demás, pero sí para él. Le pasa más o menos cada diez años, cuando empieza a notar que no está envejeciendo como es debido. ¿Y saben por qué no envejece como es debido? Porque la comodidad que proporciona el dominio del espacio le está convirtiendo en un vampiro. Y los vampiros, por definición, no envejecen porque no viven. 

Te vas a otro sitio, retomas la vida y continuas envejeciendo. Oldman, con sus idas y venidas, ya va para los 14000 años. En realidad es un hombre de Cromañon que lleva dentro de si la historia completa de la humanidad. La historia tal cual, desnuda de mitos, que no otra cosa es envejecer adecuadamente. 

Me pasó la película mi sobrino Javi. Tenía interés en que la viese. Y yo se lo agradezco en el alma porque después de verla he comprendido un poco más el porqué de que nunca haya podido permanecer mucho tiempo en el mismo sitio. Era mi afán de envejecer como Dios manda. De huir del vampiro para poder regresar a Cromañon. De aprender cuatro cosas, en definitiva, para que no me den gato por liebre. Aunque, sospecho, todo ha sido en vano. 

viernes, 24 de enero de 2014

La transición



Cuando era joven, digamos que hasta los treinta y bastantes, era un perfecto ignorante en casi todo, pero sobre todo en lo referente a las cuestiones políticas. Casi toda la educación, o información recibida al respecto se resumía al intento de adoctrinamiento al que nos sometían aquellos estrafalarios profesores de Formación del Espíritu Nacional. Lo demás corría de cuenta de la natural rebeldía adolescente que busca la más cómoda y fácil manera de fastidiar a los progenitores. Ellos, se suponía, eran de derechas, pues yo de izquierdas. Sin matices de ningún tipo porque, como digo, con fastidiar, ya estaban satisfechas todas las necesidades espirituales. Por otra parte, en mi particular caso, se dio la circunstancia de que mis padres habían intentado dar un perfil bajo a los trágicos antecedentes familiares de cuando la guerra civil. El espantoso asesinato de mi abuelo por parte de los socialistas sublevados en octubre del 34 apenas tuvo cabida en la memoria colectiva familiar. Seguramente, de haber sido machacado con ello como hicieron tantas familias con sus desgracias, mis sentimientos hubiesen sido muy otros. Así que, quizá sea esa actitud hacia aquel recuerdo concreto una de las cosas que más tengo que agradecer a mis padres. Anyway...  

Fue, como digo, a los treinta y tantos cuando puesto ante la evidencia caí del caballo camino de la madurez. El haber tenido la suerte de trabajar en un ambiente infectado por una célula comunista fue determinante para abandonar las veleidades adolescentes y enfrentar a mente descubierta la dura realidad. Ni ideologías ni leches, lo único que iba a contar en adelante era tomar el propio destino como cosa propia, valga la redundancia, y punto. Y, entonces, me fui de gira a conocer mundo que es lo primero que hay que hacer cuando se quiere de verdad abandonar el rebaño para convertirse en individuo. 

Les cuento de éste, mi particular parcours ideológico, como a modo de justificación porque, es que, resulta que el otro día, andando por ahí de paseo con un amigo, nos topamos con un colega con fama de dicharachero al que yo no había visto desde hace al menos treinta años. Entonces mi amigo le dijo: ¿sabes quién es éste? Y el dicharachero contestó: ¡Cómo no, es xxx! Y luego, como para rematar: !eras bastante de izquierdas! Reconozco que esta apostilla no me dejó indiferente. Esa era la conclusión que sacaban los que por falta de conocimiento me calificaban por el hábito. Porque la verdad es que para cuando el colega dicharachero me conoció yo ya hacía tiempo que había pasado a ser uno de los mayores enemigos para los miembros de aquella célula comunista que trataban por todos los medios de hacerme la vida imposible por no dejarme infectar. Quizá la explicación de mi maldita fama fuese debida a que en aquellos tiempos confusos había una idea muy compartida por las derechas y las izquierdas, idea que consistía en dar por hecho que todo el que se significaba en la lucha contra el franquismo tenía que ser por necesidad de izquierdas. Era un craso error como luego se demostró y no sólo, por cierto, en mi caso. Pero, en fin, a quoi bon andar a estas alturas con semejantes historias.

Continuará.


jueves, 23 de enero de 2014

El congreso se divierte



Entre el sinnúmero de ventajas que proporciona el estar afectado por ese síndrome que los psiquiatras llaman fobia social y que, los que le disfrutamos, calificamos, simplemente, como pulsión antichusma, está el de no caer, ni estando ciego de griffa, en la tentación de acudir a uno de esos eventos que llaman congresos. La verdad es que siempre me ha producido repelús la chusma, pero como no soy tan tonto como para no reconocerme como tal en varios de los aspectos que caracterizan a esa condición, suelo adoptar una posición distante pero comprensiva hacia ella siempre y cuando vaya de lo que realmente es. Sin embargo, cuando se da el caso, tan frecuente por desgracia, de que intenta camuflarse tras apariencias de "gente bien", entonces, al detectarlos, me saltan todas las alarmas, me subo por las paredes, me sale urticaria, y tengo que poner tierra por medio so pena de sucumbir. Esa es y no otra la causa que ofezco a aquellos que se hubiesen podido interesar por mi un tanto extraña persistencia en el andar siempre de aquí para allá poniendo, como digo, tierra por medio. Porque, a poco que se fijen convendrán conmigo que si el mundo siempre había sido el reino de las apariencias para una clase selecta, ahora, a causa de los medios que la ciencia ha puesto a nuestra disposición, se ha convertido en un carnaval continuo en el que practicamente todos participan. Y así es que, si hay tópico con fundamento, ese es el que asegura que nada es lo que parece. Por no hablar del "dime de qué presumes..." que ese era casi religión para mi padre.

El caso es que a lo largo de los años que estuve en el ejercicio de mi profesión en no pocas ocasiones fui tentado para que acudiese a esa cosa que llaman congresos, simposiums o similares. Sólo cedí una vez porque no me quedó más remedio y no quiero ni acordarme. Mi jefe de entonces, al que debía unos cuantos favores, me pidió que fuese en su nombre a una reunión que había en Madrid de viejos carcamales de cuando la neumología era sobre todo lucha antituberculosa. Había mucho mejicano, colombiano y así, que lucían unos ternos por los que yo hubiese dado media vida en aquel trance. Porque es que yo, un verdadero desastre siempre para eso de la ropa, llevaba la única chaqueta que tenía, de paño muy grueso, y una corbata que me dejaron para la ocasión y, como era verano, en Madrid, figurensé, sin aire acondicionado, cuando subí al estrado a leer mi parida eran tales los chorretones de sudor que me caían por todas partes que lo único de todo mi ser que permanecía seco era la garganta. Apenas tengo noción de cómo salí del trance. Lo único que recuerdo es que a los pocos minutos de acabar ya estaba a bordo de mi 127 camino de Barcelona que era en donde a la sazón residía mi novia de por entonces.

Bueno, yo no es que diga que en algún momento de la historia esas reuniones de profesionales de la sanidad no hayan servido para algo. Desde luego que en mi época no sirven para otra cosa que proporcionar a los médicos un poco de esparcimiento a cambio de que colaboren con sus patrocinadores con ciertos favores comerciales. También es verdad que pueden servir para elevar la autoestima de algún necio cuando, por ejemplo, al encontrarse con algún profano por la calle toma la ocasión al vuelo para espetarle que acaba de llegar de un congreso en Toronto. Y no digamos ya las esposas, padres, suegros y demás del interfecto cuando alguien les pregunta por él: no para, contestan ufanos, ahora está en Toronto en un congreso. ¡Jo, debe ser una eminencia!, se supone que debe pensar el receptor de la noticia, claro que siempre y cuando sea un pringao, porque de ser medianamente avisado de inmediato pensará: ¡hay que ver la de kilómetros que hacen algunos para ir de putas!

Me he acordado de estas cosas a propósito de unos anuncios aparecidos estos días en la prensa de Barcelona. Por lo visto está a punto de celebrarse allí un congreso de no sé qué pero muy importante por la cuantía y poder adquisitivo de los asistentes. Más de lo mismo, en definitiva, gente que hace miles de kilómetros para ir de putas sin que se enteren en su casa. Así es que no es que Barcelona ande escasa de material ludíbrico, que en eso si que nadie al este del paraleo 48 puede discutirle el liderazgo, pero dada la calidad de la clientela esperada se está haciendo un escrutinio a nivel mundial para que acudan las más capacitadas a todos los niveles, desde el más guarrindongo al más intelectual... que lo uno no tiene porque empecer lo otro sino todo lo contrario. Por cierto que sobre esto el otro día venía un artículo en ABC que aseguraba que cuanto más cultas mejor se portan en la cama... bueno, ya saben, sobre esto cada cual tiene derecho a sus propias teorías.

Yo, sobre esto de las putas, tengo que confesar que todo lo que opine siempre será de oídas porque nunca he practicado. Ya sea porque me haya aguantado, masturbado o por tener cierta gracia para conseguir los favores de las mujeres, el caso es que siempre me ha parecido que pagar por el sexo es un atraso total. Así, pienso, le desposees de sus mayores alicientes, el de, por así decirlo de una forma bastante cursi, la comunión amorosa del enamoramiento, y el no menos excitante del derecho de conquista que es el que pone el ego por las nubes. Por lo demás, poco más puedo decir por lo que les comentaba, es decir, mi falta de experiencia al respective. Falta de expereiencia con putas, falta de experiencia en congresos y similares... la verdad, si no fuese por mi pulsión antichusma, o fobia social si quieren, no sé de donde iba a sacar para tanto largar sobre lo que sea.

miércoles, 22 de enero de 2014

Sacauntos



Por aquellos años de la postguerra era frecuente decir a los niños que si no eran buenos iba a venir el sacauntos y se los iba a llevar. Un hombre del saco como otro cualquiera que tomaba su nombre del espantoso crimen que tuvo lugar en un pueblo del sur profundo. Una persona acaudalada se vio afectada por la tuberculosis y al no apreciar mejoría con los remedios que le prescribía su médico acudió al acreditado brujo que nunca faltaba ni falta en cualquier región del país y puede que del mundo. Al brujo, entonces, no se le ocurrió mejor idea que decirle que su única posibilidad de curación era comer las mantecas, unto le dicen en Andalucía, de un niño. Y claro, ahí, inmediatamente, surgió el terrible dilema que supone tener que escoger entre tu vida o la mía. Contrataron a un malandrín que raptó a un niño, le mató, le quitó el panículo adiposo y se lo dio a comer al enfermo. Una locura absoluta producto de la no aceptación del destino implacable. 

Desde luego que es una historia que nos remonta a los tiempos de Altamira por lo menos. Pero, no nos hagamos excesivas ilusiones porque en su esencia goza de excelente salud a causa de la barbaridad que han avanzado las ciencias: lo que tiene un cuerpo sano puede ser trasladado a otro enfermo para curarlo y, a partir de ahí, ya sólo hay que dejar a la mente que se ponga a maquinar la manera de romper ese desequilibrio natural. Es, por así decirlo, un tajo inagotable para todos aquellos que tienen alma de sacauntos. Conseguir órganos sanos por el método que sea se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mercado y, si bien es perseguido por sus en principio odiosas connotaciones morales, no nos engañemos, la persecución es, por así decirlo, muy blandita, debido, supongo, a que todo el mundo sabe que las connotaciones morales pasan con facilidad de odiosas a benditas por causa de un súbito cambio en las propias conveniencias. Es lo que tiene verse obligado a enfrentarse al lado oscuro de la vida, que hay que ser muy de una pieza para no dejar tambalearse las más firmes convicciones. 

Les cuento estas cosas porque anoche vi en ARTE un documental sobre el tema. No sé como lo pude aguantar porque era todo tan descarnado que revolvía las tripas. Y eso que se obviaban las formas más lucrativas por salvajes del negocio como es el secuestrar y hacer desaparecer al donante una vez rendido el servicio. No, lo verdaderamente touchant del asunto es la más o menos entusiasta aceptación por parte de la mayoría de donantes que ven en ello una forma de liberación de sus miserables vidas. Y esa aceptación es precisamente la perfecta coartada moral tanto para los que viven del negocio como para quienes necesitan de pocas justificaciones porque están como quien dice al borde del abismo. Bueno, también hay que reconocer que no menos conmovedor es el caso de los donantes altruistas. Esos son quizá los que más nos ponen ante el espejo de nuestras propias miserias. ¿Qué haríamos nosotros si nos viésemos en el trance de poder salvar a un ser querido por el doloroso procedimiento de regalarle un riñón?

En fin, la moral al uso, cuestión de ricos abusando de los pobres, ya se sabe, pero la realidad como dejó demostrado la realizadora del documental es mucho más complicada de lo que nos quería dar a entender el jefe de los servicios de trasplantes de una ciudad alemana. Quizá, como propone un americano, militante de la causa, la solución, como en el caso de la droga, estribe en la regulación. Si alguien está dispuesto a vender su riñón a otro que lo necesita, ¿pour quoi pas? Mejor que todo sea trasparente para evitar las adulteraciones. Porque lo que nadie va a poder evitar por muchos medios que a ello se dediquen es que el que necesita desesperadamente dinero no venda su riñón a otro que lo necesita, también desesperadamente.

lunes, 20 de enero de 2014

Porros




Una vez, hace ya bastantes años, en Salamanca, donde yo gozaba entre la muchachada de una cierta fama de liberal-progresista, si es que eso puede ser, me preguntó Luis Felipe si era partidario de la legalización del cannabis. Como ya empezaba a estar harto del infantilismo que a mi entender lo anegaba todo por allí y, por otra parte, debía de tener un mal día, le contesté con un escueto no. Por la cara que puso el chaval comprendí que le había sorprendido desagradablemente. No me importó, la verdad, porque aunque mi posición al respecto era ya por aquel entonces de una expectante prudencia, creía que aquellos chavales necesitaban que alguien contradijese sus firmes convicciones basadas las más de ellas en sus propias conveniencias. Por aquel entonces fumar un porro en Salamanca venía a presentar los mismos problemas logísticos y de seguridad que los de beber un vaso de agua. 

Tengo que confesar que en esto de la cannabis sativa, si no un experto, sí puedo blasonar de poseer un experiencia fuera de lo común. La he fumado, la he ingerido y si no me la he puesto en enema ha sido porque esa vía de introducción en el torrente sanguíneo ni siquiera se menciona en los manuales de buen uso. Una penosa adición, por así decirlo, medicamentosa, con su deslumbrante subida a los cielos de la autocomplacencia y su no menos enriquecedora bajada a los infiernos de la depresión, paranoia y unas cuantas patologías más del sistema neuronal. Saber por experiencia lo que es querer desprenderse de algo que sabes que te está haciendo mal y no poder no es mal bagaje intelectual. A poco espabilado que seas te ayuda a comprender un montón de cosas de las que pasan en el mundo y sería mejor que no pasasen. Las personas, pienso, por la propia naturaleza de las cosas, tienden a deprimirse, a sentir carencias que tratan de suplir por métodos espurios porque son rápidos, cómodos, y muy efectivos en el corto plazo. En el largo, un desastre, pero, como decía D. Juan, ¡cuán largo me lo fiáis! Ni se piensa en ello. Son las cosas de la depresión, que no otra es la condición del ánimo que engendra las pulsiones suicidas que son lo que en el fondo representa toda adición más o menos compulsiva.  
En fin, en esas estaba, ajeno ya por completo a cualquier adición que no sea la de la renta variable, que no es poco, cuando voy y leo en La Vanguardia que Barcelona se anuncia en las guías turísticas como "la nueva Amsterdam". No porque Barcelona haya construido canales por todas partes, desde luego, sino porque hay muchos locales en los que se puede comprar y fumar cannabis. Unos doscientos locales por lo visto. Muchos más que los coffeshops que hay en Amsterdam. La verdad, lo único que me extraña de todo esto es que los barceloninos hayan tardado tanto en ponerse a explotar este tipo de negocio... de tanta I+D (información más desvergüenza) por otra parte. Porque, es que, conociéndolos como les conozco, como la palma de mi mano, se que sus concepciones morales no se asientan en absoluto en el fondo de las cosas sino en sus formas. Así, por ponerles un ejemplo de algo sobre lo que tengo derecho a saber por profesión, si te ves en un mal trance de salud en pocos sitios tendrás tantas posibilidades de solventarlo con éxito como allí, pero, también, en pocos sitios esos profesionales que te curan serán tan desvergonzados para sacar pasta por el procedimiento que sea. El caso es que las cosas luzcan lindas. Lo demás, allá cada cual. Quizá, esa semejanza con Amsterdam de la que blasonan, venga de que ambas ciudades comparten la cultura del segundón que es consecuencia directa de la del hereu. Si el hermano mayor se queda con todo es lógico pensar que un segundón bien educado y no menos resentido no se pare en mientes por cuestiones de orden moral de tres al cuarto. En fin, quizá sea mucho suponer y, además, no era esta la cuestión en la que quería detenerme.

La cuestión es la de la legalización o no de una sustancia embriagante de discutidos efectos secundarios. Embriagante como lo puede ser el alcohol que se usa hasta para decir misa. De efectos secundarios indiscutibles aunque, ya digo, en mi experiencia bastante llevaderos. Desde luego nada que ver con los del alcohol y si me apuran del tabaco. Entonces, ¿por qué esa obstinación de las autoridades por prohibirlo? Bueno, quizá tenga que ver con la distinta actitud frente a la activad que promueven unas y otras drogas. Bebes alcohol, fumas tabaco e, instintivamente, te lanzas a la conquista del lejano oeste. Fumas mariguana y te pasas las horas muertas tumbado en el sofá charlando con los amigos. Pero, eso, hoy día, con todo el paro, sobre todo juvenil, que hay... no sé, comprendo que es delicado para los que deben tomar la decisión porque, si la legalizan, después, los detractores pondrán la lupa en cualquier incidente más o menos achacable a su consumo, como el fracaso escolar y así. Por otra parte, no creo que el consumo, concretamente aquí en España, fuese a aumentar si se legaliza porque, según las estadísticas más fiables, vamos a la cabeza de Europa mano con mano con los eslovacos que, según pudimos ver en "Breaking bad", le pegan a lo que sea con inaudito entusiasmo. En otro orden de cosas, también hay quien apunta al factor desincentivante de la legalización al restarle interés como actividad contestataria tan apreciada, como saben, en las edades adolescentes que, no nos engañemos, cada vez se extienden más y más allá hasta casi la senectud en no pocos casos. 

En definitiva, si fuese mi responsabilidad, creo que la legalizaría porque, tal y como están las cosas ya, poco iba a cambiar que no fuese el ruido mediático que habría de producirse por aquello de que unos idiotas lo iban a tomar como un triunfo de su razón y otros, no menos idiotas, como el anuncio de la llegada inminente del apocalipsis. En fin.

sábado, 18 de enero de 2014

Q´est ce que c´est?




¿Qué es eso que le dicen la socialdemocracia? Rien de rien. Nada de nada. O, si quieren, n´est plus. Ya no está. Se fue con la caída de las fronteras para los señores. O empresarios, como les llaman ahora. En el corral ya sólo quedan los obreros, siervos de la gleva y, eso, porque no saben idiomas. Sus fronteras son su ignorancia. Son las cosas que trae aparejada la globalización. 


De estas cosas trataba el debate que escuché anoche a propósito de las medidas anunciadas por el presidente francés Hollande entre polvo y polvo. Sarkozy nunca se atrevió a ir ni la mitad de lejos. Y entonces pusieron el vídeo de un sindicalista declarando que todos las luchas del mundo no cambiarán nada: la partida está jugada y la hemos perdido. Las leyes que rigen son las del mercado y el resto es caridad. Para los que no pueden vivir sin etiquetas lo llamaremos social-liberalismo. 

Porque tampoco se trata de que el señor del castillo sea un verdadero hijo de perra. No, él, ¿cómo podría ser de otra manera?, quiere tener contentos a sus siervos, pero sabe que para ello es condición previa, prealable dicen los franchutes, tener contentos a los inversores que son los empresarios de los empresarios. Si los inversores se cabrean, ni castillo, ni siervos, ni nada. ¿Por qué habría yo de invertir en donde no se sacan beneficios? Sería de tontos. 


Un verdadero palo, desde luego. Ya no hay referencias ideológicas que valgan. Que gobiernen las derechas o las izquierdas es irrelevante porque, a la hora de la verdad, todo es derecha. Derecha más o menos caritativa. Se puede ser como Lidl que, según dicen, maltrata a sus empleados, o como Mercadona que parece ser que les mima. Para el cliente, en cualquier caso, los dos igual de buenos.

Así que cuando cualquier líder de la izquierda va y dice esas cosas que tanto le gusta escuchar al pueblo llano, las que decía hasta hace bien poco Hollande por ejemplo, ya no podemos pensar que las dice porque es un ignorante, no, ahora sólo podemos pensar que las dice porque es simple y llanamente un sinvergüenza. 

Y los Estados, pues eso, para las cosas pequeñas. Para que haya paz en el corral. Un poco de maíz por aquí, un cortar de alas por allá... tratando de garantizar que el ambiente sea propicio para que las ponedoras pongan huevos. 

¡Ay, dónde quedaron aquellos tiempos en que los sindicalistas se sentaban a concertar con los empresarios y se fumaban siete cartones entre todos! 



viernes, 17 de enero de 2014

Tierras raras



Anoche me enteré de que existe una cosa que se llama "tierras raras". En cierta medida fue un choque porque me dio una idea de hasta que punto uno es ignorante de lo que hay en el mundo y de muchas de las causas de que pase lo que pasa. Solemos hablar con hinchazón y soberbia de mancebo tratando de convencer a los indoctos con argumentillos de tres al cuarto, pero la realidad es que una mínima decencia nos llevaría a ocuparnos exclusivamente de lo nuestro y, el resto del tiempo, a permanecer con el pico cerrado y estudiando matemáticas al ser posible para avanzar en el arte de interrelacionar variables. Porque, mira que otra cosa no, pero variables las hay para dar y tomar con el inestimable agravante de que la mayoría las desconocemos. 

Cerio, Lantano, Praseodimio, Neodimio, Prometio, Samario, Europico, Gadolinio, Terbio, Disprosio, Holmio, Erbio, Tulio, Iterbio, Lutecio, Escandio, Itrio.

Bien, todos esos nombres parecen de personajes de La Celestina o de las églogas de Garcilaso, pero no, son sencillamente variables, tierras raras les llaman, que intervienen en nuestras vidas ¡y de qué manera! Está uno sentado en su mecedora con el el ordenador sobre el regazo, con el móvil en el bolsillo, el televisor enfrente, el robot un poco a la derecha... todo ello, quién me lo iba a decir, trufado por todas partes de esas tierras raras que son las que han hecho posible el milagro. Sin ellas sería inconcebible el mundo tal y como hoy le conocemos. La energía eólica, por ejemplo, tan sostenible ella que le dicen, necesita cantidades ingentes de esas tierras raras para funcionar. 

Por lo visto, aunque unas más que otras, de esas sustancias hay bastante por el mundo. Lo que pasa, porque todo tiene sus perinquinosos peros como sostenía Critilo, es que separar esos metales de la ganga que les envuelve es altamente problemático e inevitablemente deja unas secuelas de las de para toda la vida y un poco más allá. Así es que los países ricos, con ese relajo mental que produce la saciedad, pensaron que sería mejor cerrar todas sus minas de sustancias raras y comprar el producto ya elaborado a los chinos que, como no hacen ascos a nada, en poco tiempo se habían hecho con el 97% del mercado mundial. 


Pero, claro, llega un momento que hasta los chinos se acojonan y tienen que pensar. La extracción de esas sustancias necesita del movimiento masivo de tierras y del uso no menos masivo de ácidos que a la postre se infiltran en el suelo, van a las aguas freáticas y acaban en el Río Amarillo que es el encargado de dar de beber a 15o millones de chinos. Esto no puede seguir así por razones obvias, dijeron los chinos, y resolvieron que ya que se estaban tragando el marrón de la galopante contaminación le iban, al menos, a sacar algún provecho. Y cortaron en seco la exportación. Toda la produción de tierras raras sería dedicada al mercado interior. 

Así que, qué equivocados estábamos todos los ignorantes como yo cuando pensábamos que las empresas de la electrónica japonesa, alemana, americana y demás, deslocalizaban sus factorías hacia China por razones de costes salariales. Ni mucho menos. Era más bien porque sólo en China se podían suministrar de esas sustancias indispensables. Ya ven qué jugada maestra de los chinos. 

Bueno, ahora todos los países andan investigando la manera de producir tierras raras contaminando menos. EEUU a reabierto la que fue pionera y principal mina del mundo. Hasta en España se anda pensando en el asunto. Porque el caso es que ni coches eléctricos, ni móviles, ni tabletas, ni energías renovables, ni misiles, ni nada de nada de lo que hoy día merece la pena se puede fabricar sin esos metales. 

Por tanto, ya digo, ¿cuántas cosas no habrá por ahí de las que soy completamente ignorante y que sin embargo están condicionando mi vida en una u otra medida? Y eso por no hablar de las cosas que conozco y a la hora de interrelacionarlas no hago más que cometer errores. Definitivamente me tengo que colgar más de la Khan Academy. 

  

jueves, 16 de enero de 2014

Lo bueno por conocer



Leo que el Ayuntamiento de Hamburgo está llevando a cabo un plan urbanístico para eliminar los coches al 100% en 20 años. A mí no se me ha perdido nada en Hamburgo así que difícilmente me van a ver por allí, pero me alegra la noticia y me da cierta esperanza porque las cosas que considero buenas, avances hacia un mundo mejor, o que parece más racional, siempre empezaron a abrirse camino en algún sitio con todas las dificultades que implica vencer la renuencia de los más desarrapados hacia cualquier tipo de cambio en la buena dirección... que en la mala, por lo general, se tiran de cabeza sin pensárselo dos veces.

Cuando digo desarrapados me refiero a esas personas devastadas moralmente por el miedo, la pereza, la cobardía, la depresión y que suelen tener como divisa de su vida miserable el más cutre y falso de todos los refranes, el que preconiza que lo bueno por conocer siempre será peor que lo malo conocido. 

Lo malo conocido, es decir todas esas cosas mitificadas por el cine de Holywood de aquellos maravillosos años que se podrían resumir en la siguiente secuencia: pronuncia un deseo, chasca los dedos, ¡et voilá! Ya tienes la vida resuelta... y complicada para los restos. Y así ha sido y es, que de tanto conseguirlo todo con un simple, o poco más, chasquido de dedos, se ha puesto el mundo insoportable y nos pasamos media vida buscando aparcamiento, esperando en los semáforos, sorteando caquitas, respirando vapores mefíticos... por no hablar del estruendo que todo lo devora.

"Quién era aquella turba supe al cabo,
gente que no sirvió, dubitativa, 
ni a Dios ni al diablo en propio menoscabo.
Torpe gente, que nunca estuvo viva,
a moscones y avispas que hacen presa
en su cuerpo desnudo, mal esquiva."

El caso es que ayer fui al centro de la ciudad en bicicleta, cosa para la que, no se crean, hay que tener ciertos redaños. Estuve haciendo gestiones y pude comprobar hasta que punto los gestores que me atendieron viven desazonados por las muchas necesidades inútiles que se ven forzados a satisfacer. Chascaron los dedos un día y ya no pueden dar marcha atrás porque, para eso, sencillamente, hay que estar vivo y no sólo parecerlo. ¡Dios mío, no se pueden hacer idea hasta donde pueden llegar las pretensiones de homme d´esprit del que hasta ayer era mi peluquero! Me pregunto cual es la necesidad superflua que no tiene ese pobre desgraciado y no encuentro ninguna. Menos mal que la ceguera inherente a ser un furibundo izquierdista le proporciona algún alivio que, si no, de lo contrario, a buen seguro habría reventado ya ante la evidencia de su estulticia.

Luego, por la noche, viendo el programa "28 minutos" de la cadena ARTE me divertí de lo lindo. El asunto a analizar  esta vez era la rueda de prensa que acaba de dar el Presidente Hollande. Algo notable sin duda y no precisamente por la forma en que sorteó lo relativo a sus flaquezas genitales. Fue más bien por la rudeza con la que colocó a los franceses ante su propia realidad. Estaban allí para comentar la jugada tres periodistas. Una italiana, un inglés y un alemán. La forma en que suministraron caña el inglés y el alemán daba una idea de cómo esa gente se ha dado cuenta de lo superiores que son en el plano moral respecto de sus vecinos del sur. Rozando el desprecio contestó el alemán a su colega francés cuando este le inquirió sobre la deriva socialdemócrata... no le dejó terminar; todo fue oír la palabrita mágica y saltar como un tigre sobre su presa. ¿Socialdemócrata? ¿Pero usted se cree que los alemanes somos tan idiotas como para estar todavía organizando el pensamiento con palabras que no significan nada? No, mire usted, lo que propuso ayer Hollande es lo que hizo hace más de una década ya el canciller Schroeder, es decir tomar todas las medidas necesarias para una política de oferta. O sea, poner en el mercado los mismos productos pero a un precio más barato. Para lo cual, ni concertaciones sociales ni leches. Leyes y más leyes y todas impopulares. Y cuando acabe la legislatura me voy. Bajó los impuestos a las empresas. Abarató el despido. Ajustó los salarios a la productividad. Extendió el copago en los servicios sociales... puso las pilas a la gente en definitiva. 

Así es que los alemanes, después de tantos años con las pilas puestas, o renacidos por decirlo de otra manera, andan pensando ahora en como deshacerse de todas esas inutilidades que perturban la vida. Y esa deriva es la que les permite andar por el centro de las ciudades sin tener que tragar humos, esperar semáforos, esquivar caquitas de todo tipo... en fin, lo bueno por conocer



martes, 14 de enero de 2014

¡Me las follaría a todas!



No sé hasta qué punto se estarán pasando de la raya ese setenta y pico por ciento de franceses que piensan que las aventuras amorosas de su presidente no les concierne en absoluto. En cualquier caso si la cinematografía de un país es, o debe ser como dicen, un fiel reflejo de la sociedad de ese país debemos concluir que nada más normal para un francés, del presidente a lo más bajo, que hacer de su vida un continuo marasmo amoroso, tomándose, eso sí, unos pequeños descansos para las largas colaciones bajo los tilos de la casa de campo familiar... en las que, invariablemente también, se hablará largo y tendido de las cosas del querer. No sé, claro, pero esto de esforzarse tanto en darle tantas vueltas a lo que sólo tiene una que hasta el más tonto conoce, a saber, que la jodienda no tiene enmienda, pues eso, que se me antoja inmadurez cuando no simple carencia genética. 

El caso es que ayer había una cadena de televisión francesa, seguramente en manos de los adversarios políticos del Presidente Hollande que no paraba de airear el affaire en todas sus dimensiones. Sí, sí, decía uno, asunto privado para la mayoría de los franceses, pero no para el resto del mundo que lo destaca en todos sus medios de comunicación. Claro, decía otro, el problema es esa atracción fatal que sienten las jolie femmes por los hombres de poder. Y otro añadía que teniendo tal barullo en casa es muy difícil que se pueda concentrar en l0s asuntos de Estado. 

Luego en la calle le preguntan a un tipo cualquiera con pinta tirando hacia lo más llano del pueblo: ¡Ah, oui, c´est le President!, contesta como diciendo, a quoi bon ser el Presidente si no es para tirarse a la que quiera. Y es que hasta el más inculto de los franceses sabe que Napoleón interrumpía todos los días una o dos veces por un cuarto de hora sus consejos de ministros para retirarse a un cuarto que le habían acondicionado allí al lado donde le esperaba alguna de las actrices o cantantes en la cresta de la ola del momento. Sin duda su potencia sexual contribuyó, acaso más incluso que su inteligencia estratégica, a crearle entre las gentes sencillas ese aura de héroe legendario que todavía se conserva intacta. 

Como decía un compañero de colegio, bastante primitivo él: ¡me las follaría a todas! Pues bien, que nadie se engañe, ese es el sentimiento más profundo del ser humano macho que está en el origen de todo. Del ansia de poder, de dominar a los otros... y los petits a conformarse con ver esa foto de una tal Mariló Montero en la que se le ve el tanga por debajo de un pantalón transparente. No ha habido medio de comunicación patrio, incluidos los que son portavoces de los que se quieren ir, que no la haya publicado: España entera, hecha piña, está a lo que está. Para que luego digan.  

domingo, 12 de enero de 2014

Ordenanzas mendicativas



Voy al super y la rumana que mendiga a la entrada me desea buenos días. Salgo, y allí sigue, oronda, en su trono de jerife que diría Manuel. Me pide "algo por caridad". Naturalmente, paso de largo, pero no puedo impedir un sentimiento de disforia. Bueno, no les voy a repetir aquello de matar a los mendigos que proponía Nietzsche porque ya me he dado cuenta de que es imposible. Matas uno y de sus cenizas salen veinte. De hecho, juraría que todos nacemos llevando algo del oficio en el tuétano y que, quizá, si no se nos nota es porque la educación nos permite sofisticar el arte de pedir hasta hacerlo parecer que es dar. Pero, en fin, este es otro cantar. 

En lo que me gustaría detenerme hoy es en ese sentimiento que llamo de disforia por pura deformación profesional que me asalta cada vez que veo a la rumana o el rumano que, como por cumplimiento de las ordenanzas municipales, cada supermercado o similares, tiene adosado a su puerta principal. En principio debiera pensar que mientras están allí no están en otro sitio haciendo el mal que es seguramente a lo que se dedicarían si no mendigasen. Además, por otra parte, cumplen la inestimable función de proporcionar alivio espiritual a los dadivosos que, esos, si que darían para tres o cuatro tratad0s sobre las psicopatologías del ego. 

Anyway, sea lo que sea, añadido a esa sensación de disforia inmediatamente se me representan las variaciones sobre el tema que orquestara Mateo Alemán a propósito de su impagable personaje Guzmán de Alfarache. El caso es que tras la humillación que recibiera Guzmán de parte de sus parientes, sale huyendo de Génova "desbaratado, desnudo, sin blanca y aporreado". Camino de Roma se apercibe de que "hay en Italia mucha caridad y tanta, que me puso golosina el oficio nuevo para no dejarlo". Así, a medida que hace camino va aprendiendo tretas de unos y otros con lo que su hacienda sube hasta hacerle adquirir hábitos que contravienen las reglas del oficio. Ya en Roma, sintió a otros pobres tras de él que decían: "Este rapaz español que agora pide en Roma, nuevo es en ella, sabe poquito y nos destruye, por lo que he visto, una vez comido, en las más de las partes que llega si le dan vianda no la recibe. Destrúyenos el arte dando pruebas de que andamos sobrados....". Otro que con ellos iba, dijo entonces: "Pues dejádmelo y callad, que yo lo disciplinaré como se entienda y no se deje tan fácil entender". Y diole ciertos avisos de los de para no olvidar en la vida. "Entre los cuales fue uno con que soltaba tres o cuatro pliegues al estómago, sin que me parase perjuicio por mucho que comiese. Enseñome también a trocar a trascantón*..". Y luego le dio por escrito las Ordenanzas Mendicativas, advirtiéndole de ellas para evitar escándalo y que anduviese instruto. 

Al que tenga curiosidad por saber de esas ordenanzas le diré que puede encontrarlas en el "libro 3º, capitulo II" del "Guzmán de Alfarache". Así y todo les citaré una de ellas por parecerme que resume mejor que cualquiera de las otras el espíritu que anima el oficio: "Que ningún mendigo consienta ni deje servir a sus hijos ni que aprendan oficios ni les den amos, que ganando poco trabaja mucho y vuelven pasos atrás de lo que deben a buenos y a sus antepasados". 

Pero, no sólo es Mateo Alemán el que hace tambalear mis convicciones nazis al respecto. "Hospital de incurables" de Diego Torres de Villarroel también es pieza que incita a la reflexión sobre el particular. Trata de un hospital de incurables que había por fuera de las murallas de Salamanca que tenía adjunto un albergue para mendigos. Para alojarse allí cada noche los mendigos tenían que entregar a la regidora una parte de la recaudación del día. Con ese dinero se financiaba el hospital. En esas estaban, funcionando como la seda, cuando por causa de la moda ilustrada o lo que fuere, va el rey Felipe III y lanza una pragmática prohibiendo la mendicidad en las ciudades. ¡Menudo papelón para los salmantinos! ¿Qué hacer entonces con los incurables? Claro que los salmantinos, otra cosa no, pero dotes para levantar argumentos en la dirección que sea... Así fue que el rey se vio pronto sumergido en una montaña de bien construídas contrapragmáticas que, como no podía ser de otra manera, le pusieron en un brete... pero eso es otra historia.  

Bueno, concluyendo, que habrá que aprender a vivir con ello y, la disforia, pelillos a la mar. 

* trocar a trascantrón: vomitar a la vuelta de la esquina.

viernes, 10 de enero de 2014

¿La Bolsa o la vida?



"La bolsa o la vida" es una frase hecha que supongo vendrá de cuando la gente llevaba sus doblones en una bolsa, generalmente de cuero repujado con cierre fruncido, y, por otra parte, por los caminos menudeaban los salteadores con ánimo de lucro. Luego, ya, en tiempos más modernos, dejó de tener sentido salvo si la usaba el caco Bonifacio que, por cierto, como profesional era un desastre. Anyway, seguimos usando la palabra bolsa para designar el lugar en donde mucha gente arriesga sus ahorros. Unos catorce millones de españoles al decir de los expertos en el tema.  

Según tengo entendido, el concepto moderno de bolsa lo inventaron los holandeses. A alguien de Amsterdam se le ocurrió mandar un barco a por especias financiando la empresa por medio de participaciones. Inmediatamente esas participaciones se convirtieron en moneda de cambio que subía o bajaba su valor en función de las noticias que llegaban del frente. Era todo tan de cajón y a la vez tan excitante que en muy poco tiempo no hubo lugar en el mundo en donde no se emplease el procedimiento para sacar adelante cualquier idea con visos de rentabilidad. Y así continuamos de manera tal que la importancia adquirida por el invento nos obliga a escribirlo con mayúscula. La Bolsa, así, ya no se contrapone a la vida sino que es la vida misma y los salteadores ya no están en los caminos sino que moran dentro de ella. Todos intentamos asaltarla desde dentro por el mismo ingenuo procedimiento con el que intentamos asaltar la vida, es decir, por medio del riesgo controlado. Y, a qué engañarse, con los mismos resultados aproximadamente, o sea, con una de cal y otra de arena que viene a ser lo mismo que el ir tirando lo que no es poco.

La vida. ¡Lo que da para escribir, madre mía! Se diría que todo el mundo tiene fórmulas mágicas para hacerla más llevadera y quiere hacer partícipes a los demás de su sabiduría de forma sibilinamente desinteresada. La Bolsa, exactamente la mismo. Las sibilas hablan... y unas veces aciertan y, por lo general, se equivocan, porque si lo que está sujeto a millones de variables fuese predecible a quoi bon seguir con el juego. Lo mismo la vida que la Bolsa no tendrían el menor sentido. O interés que, como todo el mundo sabe no reside en otro sitio que en la incertidumbre. O el riesgo. La sal de la vida... que ya saben lo que pasa con la sal, que sube la tensión si se abusa. 

jueves, 9 de enero de 2014

Garcilaso



A las diez de la mañana suelo llevar, por lo general, tres o cuatro horas de danza. El desayuno ya me queda lejos y la cabeza empieza a dar los primeros síntomas de cansancio. Es obvio que, como en las películas de Perry Mason, necesito hacer un receço. Así es que me viene como de molde agarrar la bicicleta y llegarme hasta La Cañía en donde es muy probable que esté Isi tomándose un café. Es la ventaja que tiene tener amigos con rutinas, que no te tienes que exprimir el cerebro para crear las tuyas. Total, que esta mañana he acudido al lugar, he pedido un mediano y me he puesto a leer los artículos de Arcadi y Sostres. Sostres cada vez me divierte más. A los diez minutos o así ha aparecido Isi. 

Isi tiene el don del relato. Cualquier cosa que hace, ve o lee, te la cuenta y es como si la estuvieses haciendo, viendo o leyendo tú. El otro día le comenté acerca de la vida del Capitán Contreras, una historia que siempre me fascinó, pero de la que ya apenas tenía más recuerdo que el de la propia fascinación que me había producido. Bien, pues Isi se ha tomado la molestia de bajarla y leerla. Y así ha sido que esta mañana he podido disfrutar de nuevo de las sorprendentes aventuras del citado capitán. 

Y en esas estábamos cuando ha hecho su aparición Gelo. Bueno, si con dos ya cuesta coger la vez para decir algo, con tres ya ni te digo. Así, sin solución de continuidad, hemos pasado del vitalismo contreriano -del Capitan Contreras-, tan caro a Isi, al kierkegaardiano existencialismo no menos querido por Gelo. Y un servidor, claro, que le da a cualquier cosa por deformación profesional. En fin, el existencialismo y todo eso, ¡cómo no!, teniendo tanto tiempo libre y no sabiendo las más de las veces qué hacer con él. Bueno, hemos concluido que las matemáticas son una buena opción, pero hace falta fuerza de voluntad para arrancar y no siempre se tiene. 

Luego, al llegar a casa, abro el correo y me encuentro el siguiente mensaje de Pedro:

"Recuerdas Pedro esa continua partitura:
entonces admira la inteligencia de Garcilaso.

Cuando me paro a contemplar mi estado
y a ver los pasos por do me han traido,
hallo, segun por do anduve perdido,
que a mayor mal pudiera haber llegado.

Esto da para hablar unas horas."

No he podido contenerme y le he contestado a vuelta de correo:

"Pues sí, la verdad es que sí. Salicio y Nemoroso, mismamente."

Y la vida sigue. 

miércoles, 8 de enero de 2014

Sobre ruedas

No es por dármelas de espabilado pero todo esto que está pasando aquí con la cosa de la economía ya lo tenía yo comentado tiempo ha con alguno de mis contertulios habituales. Como mi pasar es, aunque modesto, bastante agradable, nada me hace propender al uso de anteojeras ideológicas para interpretar la realidad que se ofrece a mi vista. Y como veía cosas que me parecían de cajón las interpretaba con la más elemental de las lógicas. Los cálculos de la abuela que le dicen. Si los salarios aquí, por hacer lo mismo, eran el doble o el triple que en cualquier país de Asia sólo un pensamiento necio, o socialista si lo quieren decir de otra manera, podía sostener que lo de deslocalizar las fábricas era antipatriótico. Pero yo conocía por experiencia que lo de los vasos comunicantes de Arquímides no sólo funciona para los fluidos sino que tiene un amplio sentido metafórico aplicable a miles de aspectos de la vida cotidiana. Los salarios, por ejemplo, suben donde hay mucho trabajo porque son bajos y bajan donde hay poco porque son altos. La tendencia inevitable es hacia la nivelación. Así fue que en Asia subieron y a ello había que sumar los costes de la distancia, lo que hizo darse cuenta a los más avisados de que si se bajaban un poco los salarios de aquí podría salir a cuenta retomar la producción local. Y así ha sido, que ante la imposibilidad de devaluar la moneda para vender más barato, se han devaluado los salarios lo que viene a ser lo mismo pero más descarnado... o menos engañoso para hablar con mayor propiedad. 

De estas cosas estaban hablando el otro día unos sabios franceses en la cadena "BFM Business". Lo hubieran visto y les hubiese costado creerlo. Sorprendente, pero cierto. Por primera vez en la historia contemporánea un grupo de notables franceses se ponen de acuerdo para alabar al vecino del sur y llegar a la conclusión de que la única salida a sus muchos problemas no es otra que la de imitarnos punto por punto. Aunque, por otro lado, no lo veían muy factible, porque consideraban que la ciudadanía y las instituciones francesas eran inmensamente más necias que las españolas. Seguramente no hay pueblo más instalado en la falsedad y el engaño que el francés. Escuchas sus televisiones y llegas a la conclusión de que todo lo que hay de bueno en el mundo es gracias a ellos. La libertad, la democracia, el progreso científico... y todo muy a pesar de los americanos. Claro, así vete tú a decirles que tienen que bajar el pistón. Inmediatamente se te van a tomar otra vez la Bastilla. O sea, a darse otra de joie de vivre que es lo suyo por antonomasia.

En resumidas cuentas que las cosas aquí, pese a quien pese, van mejorando y no por otra cosa que porque se van poniendo en su sitio. Son más racionales por así decirlo. Los obreros ganan menos porque antes ganaban más de lo que se merecían. Los funcionarios, lo mismo. Los jubilados, ¡que me lo digan a mí! Y los empresarios, of course, ganan más a D. G., porque esa es la madre de todos los corderos. ¡Y los sociatas sin entenderlo! Mira que hay que ser zoquete. 


martes, 7 de enero de 2014

El rifle



Cuando las cosas se miran a ras de suelo la visión que se tiene de la realidad seguramente es asquerosa. Ahora bien, colócate en la cúpula de una corporación y mira a tu alrededor. ¿Qué ves entonces? El mundo que gira y gira ajeno a las pequeñas querellas de los humanos. Los presos etarras, el desafío soberanista... ¿qué son esas cosas? Que se arreglen entre ellos en cualquier caso. 

Si yo fuese el Todopoderoso lo primero que haría sería mandar gravar con letras de oro en los frontones de todos los Parlamentos del mundo la siguiente máxima shakesperiana: "El que se queja y no actúa engendra pestilencia". Les pondré unos ejemplos para que no quepan dudas. 

Los famosos expresos de ETA que andan estos días poniendo en un ¡ay! a las que se ha dado en denominar "víctimas del terrorismo" y a todos sus corifeos. Por qué no se van a poder reunir los expresos si, por un lado, nada deben ya a la justicia y, por otro, nada tienen que temer de aquellos a los que ofendieron. Pusiéranles estos a aquellos una bomba bajo el culo a nada que se descuidasen y ya veríamos lo distinto que iba a ser todo. Pero no, mejor dedicarse a engendrar pestilencia y a recoger las migajas que la gente caritativa suele arrojar a los apestados.  

El soberanismo catalán. ¿Donde estaría a estas alturas si el resto de los españoles les hubiese hecho frente por el simple procedimiento de no comprar en la medida de lo posible productos fabricados en Cataluña? De hecho, cuando viví en el agro catalán pude comprobar que en los supermercados de la región la gente sólo compraba productos made a casa nostra que se exhibían en estanterías aparte. Como buenos mafiosos que son saben jugar a parecer víctimas sabiendo que son verdugos. Y sabiendo también que sus víctimas son unos cagaos que nunca pasarán del lamento. 

Y luego viene toda esa chusma socialdemócrata y dice, no, eso no se puede hacer porque la violencia engendra violencia. Pues claro, hombre, eso es lo sano. Eso es lo que hace que el malo pare cuando ve que tiene las de perder. Lo que nunca vas a convencer al malo es haciéndole caricias. No, la ciencia de la pacificación va en el sentido de que si tu me haces mal yo te hago mal y medio. Porque, además, sabes que puedo. Esa es la historia de la humanidad y todo lo demás cuentos de la mona. 

En fin, que, claro, se supone que tenemos un deber moral de empatía con las victimas del terrorismo en particular y con las víctimas de todo tipo en general. Fracamente, empiezo a estar hasta el gorro de tanto almíbar. Y de tanto querer ponerlo todo en manos del Estado aun a sabiendas de que Estado es la cúpula de una corporación gigantesca que nos ve como piezas de recambio. No sé, pero me están empezando a caer simpáticos los de la Asociación del Rifle. A buenas horas hubiese habido Etas ni Etos si por aquí hubiese algo semejante.  

lunes, 6 de enero de 2014

Árboles



Había una docena de pinos considerables, de 40 años o así, por el borde sudeste de la urbanización en la que ahora vivo. Los acaban de talar. El administrador nos pasó una circular explicando que talarlos costaría 2400 € y mantenerlos 2200 cada dos años. Se hizo un referendum, ahora que están tan de moda, entre los vecinos y salió lo que salió. Por su parte el ayuntamiento decidió quitar de en medio los viejos plátanos que estorbaban el tránsito en la estrecha acera del camino que va hacia el faro. Podían haber ensanchado la acera sin más, pero hay lo que hay que no es otra cosa que coches a los que hay que buscar acomodo sea a costa de lo que sea. Y, luego, para rematar la escabechina, vienen estas ráfagas huracanadas del sur y tiran abajo la mitad de la mimosa que tengo frente al ventanal de la sala. Ahora mismo estoy mirando lo que queda de ella y tiemblo al ver las contorsiones a las que se ve obligada para sobrevivir a los elementos desatados... a punto como está de su cita anual con el amarillo éblouissant.

La verdad es que no sé qué pensar de todo esto. Uno, por lo que sea, tiende a ser conservador en esto de los árboles. Quizá es porque sienta que hacen al paisaje más acogedor. Y luego está lo de la sombra que dan en verano que eso sí que es un hecho benefactor incontestable. Sin embargo, lo de su papel paliativo en toda esa historia del calentamiento global me lo creo a medias porque una vez leí a un tipo bastante inteligente que aseguraba que en el computo general de su ciclo es más el CO2 que producen que el que absorben. No olvidemos que los combustibles fósiles son en gran medida fósiles de árboles. Por no hablar de la putrefacción a la que todo lo vivo esta abocada. Gases de efecto invernadero en definitiva. En fin, en cualquier caso, como me solían decir los "proscritos" cuando paseábamos por el bosque los helados días del invierno castellano, estar por aquí es como estar en la cocina. Y era verdad, allí no soplaba el viento que es el que hace al frío ser insoportable. 

De todas formas en esto de los árboles, como en casi todo, hay puntos de vista diversos y no está de más pararse un rato a considerarlos porque uno se puede llevar sorpresas no siempre desagradables. Nunca se me olvidará a tal respecto una tórrida tarde de verano que me llevaron a una finca perdida en mitad del Campo Charro con motivo de que había allí una especie de juerga flamenca. Yo, por entonces, tocaba la travesera y mi función había de ser hacer de vez en cuando una escala de acompañamiento entre falseta y falseta. Al final no di pie con bola porque si al handicap del miedo escénico que siempre me ha dominado le añadimos la generosidad con la que corrían por allí los porros... ya se pueden imaginar. Sea como fuere, por allí andaba Manolo Berrocal que era un crack con la guitarra y, luego, uno de los dueños de pelo engominado que no paraba de armar manoletinas, chicuelinas y demás posturitas con los capotes y espadas que decoraban las paredes del salón. Así fue que, en cierto momento, sintiendo la cabeza bastante cargada decidí salir a la intemperie. El sol se estaba poniendo por los horizontes de la finca. Los únicos árboles que se veían en medio de toda aquella inmensidad eran unos eucaliptos ralos que había en una pequeña vaguada cien o doscientos metros al este de la casa. Una casa muy curiosa, por cierto. Vista desde fuera parecía una nave con una puerta modesta, ventanucos ridículos y un enorme tejado a dos aguas. Luego entrabas allí y quedabas anodadado por un salón gigantesco, lleno de tresillos de cuero, una enorme chimenea y unos techos que en el centro llegarían a los seis metros de altura. Total, que estaba yo por allí delante escampando la boira cuando vi salir a uno de los dueños, entonces, por decir algo, le alabé la belleza del lugar y luego le hice un comentario sobre lo chocante que me resultaba la total ausencia de árboles. Él se limitó a mirarme con un aire diría que de conmiseración, como si estuviese pensando, este tonto del culo qué sabrá él. Al instante me di cuenta de que que había metido la pata. Ponerme a enmendar la plana a una sabiduría de siglos. Allí, sin duda, los árboles hubiesen roto la magia, o la estética,  del lugar que era inmensa. La engañosa austeridad exterior. La soberbia elegancia del interior. ¿Qué hubiesen pintado allí unos árboles? 

En resumidas cuentas, que me gustan los árboles y por eso voté no a que cortasen los de la urbanización. Pero no creo que sean la panacea que mejora cualquier entorno. Ni mucho menos. En algunos dan el cante. Como lo hubiesen dado delante de aquella casa charra que les comentaba.    



viernes, 3 de enero de 2014

Sin perder el norte



El poder, pienso, es como el conocimiento que, hasta que no sabes todo de una cosa, no sabes nada de esa cosa. Si dudan de lo que digo hagan la prueba de ponerse a explicar algo que creen que saben a alguien. Verán hasta que punto estaban equivocados la mayoría de las veces acerca de sus saberes porque no es fácil hacerse entender si no tienes niquelado lo que intentas explicar. Con el poder, como digo, es lo mismo, o es absoluto o no hay forma de controlar como Dios manda. Lo saben bien los tiranos y por eso se esfuerzan en idear procedimientos de disuasión que no dejen resquicio a las más leves fantasías conspiratorias por parte de sus súbditos. Al respecto, a juzgar por lo que la historia nos ha legado, el mejor sin duda fue Cambises. Cambises, por así decirlo, era un genio de la disuasión. Cuentan que estando un día de bacile con sus cortesanos se le ocurrió preguntar a su más preciado consejero por lo que el pueblo pensaba de su emperador. Al pobre consejero se le ocurrió la peregrina idea de dar una de cal y otra de arena y así fue que le contesto: "Su Majestad, el pueblo dice que Cambises es el mejor emperador que han tenido los persas, pero también dice que Cambises a veces pierde el pulso porque le gusta demasiado el vino". "Pues vamos a ver si es verdad que el pueblo tiene razón en eso de que pierdo el pulso", respondió Cambises. Y, acto seguido, mandó al consejero que pusiese a su hijo a cien yardas de distancia, agarró un arco, lo armó, apunto al corazón del chaval, disparó y dio en el centro de la diana. ¿Tiene razón o no tiene razón el pueblo?, preguntó entonces muy ufano a sus consejeros. Luego, por la noche, durante la cena, sentó a su derecha al desdichado consejero que, por supuesto, había aceptado el luctuoso suceso como un inevitable daño colateral inherente a su sobresaliente cargo. A los postres, Cambises le preguntó al consejero en plan remolón si había disfrutado el estofado de carne. "Estaba delicioso, majestad". "Como no iba a estarlo si era la carne de tu propio hijo". En fin, de esas, Cambises, una cada día, y por tal debemos considerar que fue que terminase sus días de muerte natural en su cama de emperador. Más discreto en sus procedimientos, pero igual de eficaz, la historia nos recuerda a Ricardo III. La historia y el teatro para ser precisos. Vayan a Shakespeare y encontrarán cumplida cuenta de sus muchas hazañas al respecto. Bueno, la lista podría ser interminable y parecería, también, que, en cualquier caso, eran cosas de otros tiempos... pero no.

En estos que corren todavía hay quien sabe mantener encendida la antorcha del poder en su acepción más excelsa. Claro que para ello cuenta con la inestimable ayuda de un consejero catalán, el Sr. Alejandro Cao de Benos, que si no, no sé, pero que se ande con cuidado Cao porque ¡menuda como se las gasta su aconsejado Kim Jong-Un! El caso es que el Emperador Kim Jong-Un venía de un tiempo a esta parte estando un poco hasta los mismísimos de su tío Jang Song-thaek. Por lo visto, dicen las fuentes, Jang se estaba pasando con el cante y eso, como comprenderán, es algo que no puede tolerar quien se reserva para sí todas las bazas. Así que fue Kim y le dijo a Cao, oye Cao, preparame una manada de perros con hambre de cinco días. Y ya saben como son de eficaces los catalanes a la hora de ejecutar comandas. Pedido y servido. Entonces va Kim, agarra a Jang y lo arroja al foso de los perros hambrientos. Lo demás ya se lo pueden imaginar: Kim Jong-Un morirá de viejo en su cama de emperador. 

Claro que, desde luego, la grandeza de estos tiempos que corren difícilmente nos los podríamos imaginar sin la imprescindible colaboración de los perros. Como se suele decir, lo mismo para un roto que para un descosido. No teníamos bastante con el servicio prestado a Kim cuando vamos y nos enteramos que, según minuciosos estudios llevados a cabo por las prestigiosas universidades de Chequia y Duisburg-Essem, los perros cagan mirando al norte. No es ésta cuestión baladí. En adelante, si vamos de excursión al monte y, de pronto, cae una espesa niebla, vamos, cogemos, agarramos y ponemos al perro a cagar. Y, ya saben, sabiendo donde esta el norte es imposible perderse.

En fin, que por estas cosas que les cuento debe ser por lo que la Sra. Melanie Joy, conocida activista vegetariana en su casa a las horas de comer, dice estar muy apenada porque hay gente que se comería de buena gana a su perro. Claro, lo entiendo, te comes al perro y a ver como te orientas luego. O cómo te cargas a ese tío que todos tenemos que no para de dar el cante.  

Dardos certeros



"Desde que fui consciente de mi existencia, el Amor me pareció siempre mi dios, porque cada vez que veía a un hombre me entusiasmaba; pensaba que estaba viendo mi otra mitad, porque pensaba que estaba hecha para él y él para mí. Anhelaba casarme. Era ese incierto anhelo que ocupa totalmente la mente de cualquier joven de quince años. No tenía una idea formada acerca del amor, pero fantaseaba que era una cosa que acompañaba naturalmente al matrimonio. Por tanto, puedes imaginarte mi sorpresa cuando mi marido, en el mismo acto de hacer de mi una mujer, me produjo grandes dolores sin darme la menor idea de placer. Lo que imaginaba cuando era colegiala era muchísimo mejor que la realidad a la que he sido condenada por mi marido. El resultado de todo ello es que nos hemos convertido en buenos amigos, pero completamente indiferentes como marido y mujer, sin el menor deseo el uno por el otro."

Los años que viví en Salamanca tuve la suerte de tratar, entre otros muchos grandes, a un ser excepcional. Solíamos coincidir a comer en El Bardo y luego nos íbamos de sobremesa al Novelty donde nos encontrábamos con una variopinta peña, todo hay que decirlo, de bastante escasa calidad. Pero nosotros hacíamos buenas migas y por ello tuve que soportar no pocos comentarios desagradables. Al común de las gentes no les cuadraba en absoluto que un tipo como yo pudiese sentir tanta consideración por un mujeriego insaciable como él. Cuando la gente empieza a fantasear con las hazañas sexuales de los otros sacan a relucir lo más sucio que su mente lleva dentro y, a la postre, el único sentimiento que les embarga es el de una envidia feroz. Matos, que así se llamaba mi héroe, no era ajeno a lo que de él se comentaba, pero lo sobrellevaba con la misma elegancia que exhibía en los demás aspectos de su vida. Era metódico en sus costumbres. Trabajaba en una concesionaria automovilistica. Comía en El Bardo. Café  en el Novelty. Luego, si se sentía con ganas se acercaba a su estudio junto al Tormes a practicar con el barro. Cenaba en casa, se ponía una de sus rutilantes camisas y se lanzaba a la noche. Era inevitable que tuviese éxito entre el sexo conocido como débil. Hubiese la gente que hubiese y fuese donde fuese su imagen destacaba al instante. Sin la menor estridencia derrochaba elegancia. Un tipo con clase, en definitiva. Así que, a qué extrañarse que las mujeres se interesasen por él. Lo sorprendente hubiese sido lo contrario.

No solía hablar mucho, pero cuando lo hacía siempre me parecía certero. Todo lo decía desde la propia experiencia. De teorías, blasonaba de haberlas agotado en su primera juventud con la lectura de Siddhartha. Y como tal parecía vivir. Como aquel que alcanzó sus objetivos y tiene todos sus deseos satisfechos. Y por tal supongo que sería aquella luz que irradiaba madre de tantas envidias y maledicencias. Un "casanova", eso es lo que es, me decían los pobres ignorantes cuando querían convencerme de la despreciable catadura del individuo. 

¡Un "casanova"! Es curioso el sentido peyorativo que ha adquirido esta palabra. Sin duda tiene que ser algo surgido de la suciedad mental de los "petits". La suciedad mental que, como les decía, retuerce los argumentos con tal de engendrar envidia. Porque la realidad para alguien que se haya preocupado de saber es que hay pocas figuras tan fascinantes y generosas como la de Casanova. Sí es verdad que le gustaban las mujeres y que éstas le adoraban, pero dentro del orden natural de las cosas. Sin, en momento alguno, recrearse en el mal. Por lo demás es una vida llena de trabajo y aventuras en pos de lo supremo, es decir, del conocimiento universal. Se podría decir que una en los libros y dos en la vida fue su divisa, como recomendara Don Quijote. En fin, lean sus memorias y se darán un atracón de dardos certeros... y, también, de lluvias inclementes que tanto ayudan a aprender a manejar el arco.  

jueves, 2 de enero de 2014

Los Morancos



Ayer fue un día intenso para mí. De intensidad doméstica podríamos decir. Por la noche, ya solo, intenté concentrarme en "El profesor chiflado", "The Nutty professor", la conocida película interpretada por Jerry Lewis, pero no pude, así que decidí salir por ahí a escampar la boira como dicen mis amigos los catalanes. Apenas había por la calle algún recogecaquitas y poco más. Soplaba del sur y de vez en cuando caían cuatro gotas. Las luces de la corniche se reflejaban sobre la espuma de las olas que rompían en las playas. Realmente aquello estaba bonito de verdad y pensé que quizá no me suelo mostrar lo suficientemente agradecido a los dioses por haberme concedido vivir en tan privilegiado lugar. Volví a casa relajado y, sin pensar lo que hacía, encendí el aparato. Estaban pasando un programa sobre el humor. No necesité muchos planos para engancharme. Se componía de entrevistas a conocidos humoristas entre las que se intercalaba muy de vez en cuando algún sketch. Reflexiones sobre el "conócete a ti mismo", en definitiva, que no otra cosa es el humor, acompañadas por sabrosos ejemplos para iluminar la teoría. 

Esto del humor es muy curioso. De niño y de joven, Jerry Lewis no es que no me gustase es que me irritaba profundamente. Casi tanto como lo hacían Luis Sandrini o Bob Hope. Por ningún lado encontraba la gracia a lo que me parecía simple estupidez. Ya saben, para esto del humor, salvo si eres argentino, quizá, no hace falta entrar en consideraciones de tipo freudiano, basta con que te dé de lleno en el centro neurálgico de la risa que, como todo el mundo sabe, es expresión donde las haya del placer. Te da o no te da, y eso es todo. Y así, sin saber el porqué, lo que era juvenil irritación se ha transformado en franco regocijo cuando caigo sobre algo de Jerry Lewis. De Sandrini y Hope no sé porque parece que andan desaparecidos. Así y todo, anoche, como les decía, no pude con "el profesor chiflado". Quizá venía saturado de los últimos días porque, es que, la cadena ARTE le está dedicando un ciclo estas navidades. 

Sea como sea, el caso es que para mí no hay otra manifestación del arte, o, lo que quizá sea lo mismo, de la inteligencia, más luminosa que el humor. Donde hay humor, pienso, la vida fluye con naturalidad. Feliz, por así decirlo. Donde no lo hay, se estanca e impera el mal royo. O la susceptibilidad que es un corroerse por dentro. Claro, luego hay que comprender que no todos somos iguales y lo que para unos es gracioso para otros es puro y duro mal gusto. Así y todo, cuando algo es aceptado universalmente como gracioso y a mí no me hace gracia siento unas irreprimibles ganas de encontrar una explicación a mi disidencia. 

Tal fue el caso la otra noche, cuando apenas resistí diez minutos viendo a los Morancos. Y mira que siempre me han gustado estos señores. Después, y a distancia, de Chiquito de la Calzada, siempre les he considerado lo mejor del panorama nacional. Creadores de personajes que, sin ofender a nadie, despellejaban la esencia del ser hispano por excelencia, el del sur. El moro que todos llevamos dentro en este país. De ahí lo de Morancos, supongo. Pero el otro día por la noche, ya digo, me asquearon. Me dio la impresión de que no intentaban hacer otra cosa que política partidista con su humor. Mal asunto hacer chistes en base a la supuesta maldad de políticos y banqueros. La puñetera ideología que todo lo corroe. La maldad de los otros, por definición, nunca puede ser sujeto del humor. En todo caso la propia manifestada en forma de estupidez. En fin, pienso y creo no equivocarme, que qué flaco favor les hizo el guionista y que, más flaco todavía, se lo hicieron a sí mismo aceptando sin rechistar tal bodrio. Quizá, me dije, no sean tan inteligentes como parecían. O acaso el éxito les ha degenerado. A saber...