Anoche me enteré de que existe una cosa que se llama "tierras raras". En cierta medida fue un choque porque me dio una idea de hasta que punto uno es ignorante de lo que hay en el mundo y de muchas de las causas de que pase lo que pasa. Solemos hablar con hinchazón y soberbia de mancebo tratando de convencer a los indoctos con argumentillos de tres al cuarto, pero la realidad es que una mínima decencia nos llevaría a ocuparnos exclusivamente de lo nuestro y, el resto del tiempo, a permanecer con el pico cerrado y estudiando matemáticas al ser posible para avanzar en el arte de interrelacionar variables. Porque, mira que otra cosa no, pero variables las hay para dar y tomar con el inestimable agravante de que la mayoría las desconocemos.
Cerio, Lantano, Praseodimio, Neodimio, Prometio, Samario, Europico, Gadolinio, Terbio, Disprosio, Holmio, Erbio, Tulio, Iterbio, Lutecio, Escandio, Itrio.
Bien, todos esos nombres parecen de personajes de La Celestina o de las églogas de Garcilaso, pero no, son sencillamente variables, tierras raras les llaman, que intervienen en nuestras vidas ¡y de qué manera! Está uno sentado en su mecedora con el el ordenador sobre el regazo, con el móvil en el bolsillo, el televisor enfrente, el robot un poco a la derecha... todo ello, quién me lo iba a decir, trufado por todas partes de esas tierras raras que son las que han hecho posible el milagro. Sin ellas sería inconcebible el mundo tal y como hoy le conocemos. La energía eólica, por ejemplo, tan sostenible ella que le dicen, necesita cantidades ingentes de esas tierras raras para funcionar.
Por lo visto, aunque unas más que otras, de esas sustancias hay bastante por el mundo. Lo que pasa, porque todo tiene sus perinquinosos peros como sostenía Critilo, es que separar esos metales de la ganga que les envuelve es altamente problemático e inevitablemente deja unas secuelas de las de para toda la vida y un poco más allá. Así es que los países ricos, con ese relajo mental que produce la saciedad, pensaron que sería mejor cerrar todas sus minas de sustancias raras y comprar el producto ya elaborado a los chinos que, como no hacen ascos a nada, en poco tiempo se habían hecho con el 97% del mercado mundial.
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Pero, claro, llega un momento que hasta los chinos se acojonan y tienen que pensar. La extracción de esas sustancias necesita del movimiento masivo de tierras y del uso no menos masivo de ácidos que a la postre se infiltran en el suelo, van a las aguas freáticas y acaban en el Río Amarillo que es el encargado de dar de beber a 15o millones de chinos. Esto no puede seguir así por razones obvias, dijeron los chinos, y resolvieron que ya que se estaban tragando el marrón de la galopante contaminación le iban, al menos, a sacar algún provecho. Y cortaron en seco la exportación. Toda la produción de tierras raras sería dedicada al mercado interior.
Así que, qué equivocados estábamos todos los ignorantes como yo cuando pensábamos que las empresas de la electrónica japonesa, alemana, americana y demás, deslocalizaban sus factorías hacia China por razones de costes salariales. Ni mucho menos. Era más bien porque sólo en China se podían suministrar de esas sustancias indispensables. Ya ven qué jugada maestra de los chinos.
Bueno, ahora todos los países andan investigando la manera de producir tierras raras contaminando menos. EEUU a reabierto la que fue pionera y principal mina del mundo. Hasta en España se anda pensando en el asunto. Porque el caso es que ni coches eléctricos, ni móviles, ni tabletas, ni energías renovables, ni misiles, ni nada de nada de lo que hoy día merece la pena se puede fabricar sin esos metales.
Por tanto, ya digo, ¿cuántas cosas no habrá por ahí de las que soy completamente ignorante y que sin embargo están condicionando mi vida en una u otra medida? Y eso por no hablar de las cosas que conozco y a la hora de interrelacionarlas no hago más que cometer errores. Definitivamente me tengo que colgar más de la Khan Academy.