Los años que viví en Salamanca tuve la suerte de tratar, entre otros muchos grandes, a un ser excepcional. Solíamos coincidir a comer en El Bardo y luego nos íbamos de sobremesa al Novelty donde nos encontrábamos con una variopinta peña, todo hay que decirlo, de bastante escasa calidad. Pero nosotros hacíamos buenas migas y por ello tuve que soportar no pocos comentarios desagradables. Al común de las gentes no les cuadraba en absoluto que un tipo como yo pudiese sentir tanta consideración por un mujeriego insaciable como él. Cuando la gente empieza a fantasear con las hazañas sexuales de los otros sacan a relucir lo más sucio que su mente lleva dentro y, a la postre, el único sentimiento que les embarga es el de una envidia feroz. Matos, que así se llamaba mi héroe, no era ajeno a lo que de él se comentaba, pero lo sobrellevaba con la misma elegancia que exhibía en los demás aspectos de su vida. Era metódico en sus costumbres. Trabajaba en una concesionaria automovilistica. Comía en El Bardo. Café en el Novelty. Luego, si se sentía con ganas se acercaba a su estudio junto al Tormes a practicar con el barro. Cenaba en casa, se ponía una de sus rutilantes camisas y se lanzaba a la noche. Era inevitable que tuviese éxito entre el sexo conocido como débil. Hubiese la gente que hubiese y fuese donde fuese su imagen destacaba al instante. Sin la menor estridencia derrochaba elegancia. Un tipo con clase, en definitiva. Así que, a qué extrañarse que las mujeres se interesasen por él. Lo sorprendente hubiese sido lo contrario.
No solía hablar mucho, pero cuando lo hacía siempre me parecía certero. Todo lo decía desde la propia experiencia. De teorías, blasonaba de haberlas agotado en su primera juventud con la lectura de Siddhartha. Y como tal parecía vivir. Como aquel que alcanzó sus objetivos y tiene todos sus deseos satisfechos. Y por tal supongo que sería aquella luz que irradiaba madre de tantas envidias y maledicencias. Un "casanova", eso es lo que es, me decían los pobres ignorantes cuando querían convencerme de la despreciable catadura del individuo.
¡Un "casanova"! Es curioso el sentido peyorativo que ha adquirido esta palabra. Sin duda tiene que ser algo surgido de la suciedad mental de los "petits". La suciedad mental que, como les decía, retuerce los argumentos con tal de engendrar envidia. Porque la realidad para alguien que se haya preocupado de saber es que hay pocas figuras tan fascinantes y generosas como la de Casanova. Sí es verdad que le gustaban las mujeres y que éstas le adoraban, pero dentro del orden natural de las cosas. Sin, en momento alguno, recrearse en el mal. Por lo demás es una vida llena de trabajo y aventuras en pos de lo supremo, es decir, del conocimiento universal. Se podría decir que una en los libros y dos en la vida fue su divisa, como recomendara Don Quijote. En fin, lean sus memorias y se darán un atracón de dardos certeros... y, también, de lluvias inclementes que tanto ayudan a aprender a manejar el arco.
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