La historia desprovista de mitos les comentaba ayer. Uno ve la maqueta de La Santísima Trinidad y automáticamente sabe que el país que mandó construir semejante máquina de guerra por fuerza tenía que ser respetado. Que le venciesen o no le venciesen después es lo de menos, lo que contaba es el esfuerzo que había que hacer para tenérselas tiesas. Es el poderío de lo que esos cañones representan: una sociedad articulada alrededor de esas fastuosas avenidas flanqueadas de museos, bancos, corporaciones, bibliotecas, academias...
Uno, por querer de los dioses, ha nacido en un país realmente poderoso. Poderoso hasta donde realmente lo puede ser cualquier empresa humana, o sea, según se mire. Una convulsión de la naturaleza y todo se desmorona, pero, entre tanto, unas estanterías abastecidas, unas calles seguras, unas academias con sus puertas abiertas, dan para mucho contento y, también, lo más importante, para mucha responsabilidad. ¡Ay, que bueno sería que explicasen bien estas cosas a los chavales!
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