¿Qué es eso que le dicen la socialdemocracia? Rien de rien. Nada de nada. O, si quieren, n´est plus. Ya no está. Se fue con la caída de las fronteras para los señores. O empresarios, como les llaman ahora. En el corral ya sólo quedan los obreros, siervos de la gleva y, eso, porque no saben idiomas. Sus fronteras son su ignorancia. Son las cosas que trae aparejada la globalización.
De estas cosas trataba el debate que escuché anoche a propósito de las medidas anunciadas por el presidente francés Hollande entre polvo y polvo. Sarkozy nunca se atrevió a ir ni la mitad de lejos. Y entonces pusieron el vídeo de un sindicalista declarando que todos las luchas del mundo no cambiarán nada: la partida está jugada y la hemos perdido. Las leyes que rigen son las del mercado y el resto es caridad. Para los que no pueden vivir sin etiquetas lo llamaremos social-liberalismo.
Porque tampoco se trata de que el señor del castillo sea un verdadero hijo de perra. No, él, ¿cómo podría ser de otra manera?, quiere tener contentos a sus siervos, pero sabe que para ello es condición previa, prealable dicen los franchutes, tener contentos a los inversores que son los empresarios de los empresarios. Si los inversores se cabrean, ni castillo, ni siervos, ni nada. ¿Por qué habría yo de invertir en donde no se sacan beneficios? Sería de tontos.
Un verdadero palo, desde luego. Ya no hay referencias ideológicas que valgan. Que gobiernen las derechas o las izquierdas es irrelevante porque, a la hora de la verdad, todo es derecha. Derecha más o menos caritativa. Se puede ser como Lidl que, según dicen, maltrata a sus empleados, o como Mercadona que parece ser que les mima. Para el cliente, en cualquier caso, los dos igual de buenos.
Así que cuando cualquier líder de la izquierda va y dice esas cosas que tanto le gusta escuchar al pueblo llano, las que decía hasta hace bien poco Hollande por ejemplo, ya no podemos pensar que las dice porque es un ignorante, no, ahora sólo podemos pensar que las dice porque es simple y llanamente un sinvergüenza.
Y los Estados, pues eso, para las cosas pequeñas. Para que haya paz en el corral. Un poco de maíz por aquí, un cortar de alas por allá... tratando de garantizar que el ambiente sea propicio para que las ponedoras pongan huevos.
¡Ay, dónde quedaron aquellos tiempos en que los sindicalistas se sentaban a concertar con los empresarios y se fumaban siete cartones entre todos!
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