Esto del humor es muy curioso. De niño y de joven, Jerry Lewis no es que no me gustase es que me irritaba profundamente. Casi tanto como lo hacían Luis Sandrini o Bob Hope. Por ningún lado encontraba la gracia a lo que me parecía simple estupidez. Ya saben, para esto del humor, salvo si eres argentino, quizá, no hace falta entrar en consideraciones de tipo freudiano, basta con que te dé de lleno en el centro neurálgico de la risa que, como todo el mundo sabe, es expresión donde las haya del placer. Te da o no te da, y eso es todo. Y así, sin saber el porqué, lo que era juvenil irritación se ha transformado en franco regocijo cuando caigo sobre algo de Jerry Lewis. De Sandrini y Hope no sé porque parece que andan desaparecidos. Así y todo, anoche, como les decía, no pude con "el profesor chiflado". Quizá venía saturado de los últimos días porque, es que, la cadena ARTE le está dedicando un ciclo estas navidades.
Sea como sea, el caso es que para mí no hay otra manifestación del arte, o, lo que quizá sea lo mismo, de la inteligencia, más luminosa que el humor. Donde hay humor, pienso, la vida fluye con naturalidad. Feliz, por así decirlo. Donde no lo hay, se estanca e impera el mal royo. O la susceptibilidad que es un corroerse por dentro. Claro, luego hay que comprender que no todos somos iguales y lo que para unos es gracioso para otros es puro y duro mal gusto. Así y todo, cuando algo es aceptado universalmente como gracioso y a mí no me hace gracia siento unas irreprimibles ganas de encontrar una explicación a mi disidencia.
Tal fue el caso la otra noche, cuando apenas resistí diez minutos viendo a los Morancos. Y mira que siempre me han gustado estos señores. Después, y a distancia, de Chiquito de la Calzada, siempre les he considerado lo mejor del panorama nacional. Creadores de personajes que, sin ofender a nadie, despellejaban la esencia del ser hispano por excelencia, el del sur. El moro que todos llevamos dentro en este país. De ahí lo de Morancos, supongo. Pero el otro día por la noche, ya digo, me asquearon. Me dio la impresión de que no intentaban hacer otra cosa que política partidista con su humor. Mal asunto hacer chistes en base a la supuesta maldad de políticos y banqueros. La puñetera ideología que todo lo corroe. La maldad de los otros, por definición, nunca puede ser sujeto del humor. En todo caso la propia manifestada en forma de estupidez. En fin, pienso y creo no equivocarme, que qué flaco favor les hizo el guionista y que, más flaco todavía, se lo hicieron a sí mismo aceptando sin rechistar tal bodrio. Quizá, me dije, no sean tan inteligentes como parecían. O acaso el éxito les ha degenerado. A saber...
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