El caso es que a lo largo de los años que estuve en el ejercicio de mi profesión en no pocas ocasiones fui tentado para que acudiese a esa cosa que llaman congresos, simposiums o similares. Sólo cedí una vez porque no me quedó más remedio y no quiero ni acordarme. Mi jefe de entonces, al que debía unos cuantos favores, me pidió que fuese en su nombre a una reunión que había en Madrid de viejos carcamales de cuando la neumología era sobre todo lucha antituberculosa. Había mucho mejicano, colombiano y así, que lucían unos ternos por los que yo hubiese dado media vida en aquel trance. Porque es que yo, un verdadero desastre siempre para eso de la ropa, llevaba la única chaqueta que tenía, de paño muy grueso, y una corbata que me dejaron para la ocasión y, como era verano, en Madrid, figurensé, sin aire acondicionado, cuando subí al estrado a leer mi parida eran tales los chorretones de sudor que me caían por todas partes que lo único de todo mi ser que permanecía seco era la garganta. Apenas tengo noción de cómo salí del trance. Lo único que recuerdo es que a los pocos minutos de acabar ya estaba a bordo de mi 127 camino de Barcelona que era en donde a la sazón residía mi novia de por entonces.
Bueno, yo no es que diga que en algún momento de la historia esas reuniones de profesionales de la sanidad no hayan servido para algo. Desde luego que en mi época no sirven para otra cosa que proporcionar a los médicos un poco de esparcimiento a cambio de que colaboren con sus patrocinadores con ciertos favores comerciales. También es verdad que pueden servir para elevar la autoestima de algún necio cuando, por ejemplo, al encontrarse con algún profano por la calle toma la ocasión al vuelo para espetarle que acaba de llegar de un congreso en Toronto. Y no digamos ya las esposas, padres, suegros y demás del interfecto cuando alguien les pregunta por él: no para, contestan ufanos, ahora está en Toronto en un congreso. ¡Jo, debe ser una eminencia!, se supone que debe pensar el receptor de la noticia, claro que siempre y cuando sea un pringao, porque de ser medianamente avisado de inmediato pensará: ¡hay que ver la de kilómetros que hacen algunos para ir de putas!
Me he acordado de estas cosas a propósito de unos anuncios aparecidos estos días en la prensa de Barcelona. Por lo visto está a punto de celebrarse allí un congreso de no sé qué pero muy importante por la cuantía y poder adquisitivo de los asistentes. Más de lo mismo, en definitiva, gente que hace miles de kilómetros para ir de putas sin que se enteren en su casa. Así es que no es que Barcelona ande escasa de material ludíbrico, que en eso si que nadie al este del paraleo 48 puede discutirle el liderazgo, pero dada la calidad de la clientela esperada se está haciendo un escrutinio a nivel mundial para que acudan las más capacitadas a todos los niveles, desde el más guarrindongo al más intelectual... que lo uno no tiene porque empecer lo otro sino todo lo contrario. Por cierto que sobre esto el otro día venía un artículo en ABC que aseguraba que cuanto más cultas mejor se portan en la cama... bueno, ya saben, sobre esto cada cual tiene derecho a sus propias teorías.
Yo, sobre esto de las putas, tengo que confesar que todo lo que opine siempre será de oídas porque nunca he practicado. Ya sea porque me haya aguantado, masturbado o por tener cierta gracia para conseguir los favores de las mujeres, el caso es que siempre me ha parecido que pagar por el sexo es un atraso total. Así, pienso, le desposees de sus mayores alicientes, el de, por así decirlo de una forma bastante cursi, la comunión amorosa del enamoramiento, y el no menos excitante del derecho de conquista que es el que pone el ego por las nubes. Por lo demás, poco más puedo decir por lo que les comentaba, es decir, mi falta de experiencia al respective. Falta de expereiencia con putas, falta de experiencia en congresos y similares... la verdad, si no fuese por mi pulsión antichusma, o fobia social si quieren, no sé de donde iba a sacar para tanto largar sobre lo que sea.
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