lunes, 22 de septiembre de 2014

Día sin coches



He ido al centro a hacer gestiones y al volver, como llovía, he tomado el autobús. El conductor me ha dicho que hoy era gratis. No le he preguntado el porqué, pero al apearme he visto que el autobús que venía de frente llevaba en el rótulo frontal la leyenda "DIA SIN COCHES". He pensado que quién lo hubiese dicho porque mi impresión al pasear por la ciudad ha sido que la mermelada circulatoria era más densa que nunca. Me había fijado en ello porque acababa de leer en la prensa que para el año 2020 se piensa cerrar al trafico, excepto el de residentes, todo el espacio que circunda la M-30. Si se cumple lo prometido será un paso de gigante para hacer realidad el viejo sueño de convertir a Madrid en la antesala del cielo. La Gran Vía, la Castellana, el Prado, cruzando por donde te dé la gana, ni te digo el prodigio que eso puede ser. 

Yo comprendo que a la gente le cueste mucho bajarse del coche y echar a andar. Se suele sostener que se usa por necesidad, por comodidad, por veinte mil bonitas escusas, pero no es más que una cuestión de adicciones. El adicto se siente seguro en su adicción y eso es todo. El precio que está pagando, ni lo piensa y, si lo piensa, lo da por bien empleado. Y sólo le horroriza una cosa, que le pongan difícil el suministro. 

De adiciones, todo el mundo tiene su lote. Otra cosa es que cada cual sea consciente de las que soporta. Cuando están muy extendidas entre la población, como el coche, o en tiempos el tabaco, ni siquiera se consideran como tales. Son lo normal o, incluso, es cultura. Si son minoritarias, te convierten en friky o miembro de una tribu. Pero, en cualquier caso, reconocidas o no, extendidas o minoritarias, son una máquina de limitar en el mejor de los casos y de torturar en todos los demás. ¿Se imaginan una vida en la que los mejores momentos están marcados por el hallazgo de un aparcamiento libre? Y por tal es que con la madurez, si es que llega, que suele ser raro, lo primero que se hace es limpiarse de adicciones heavys y, por aquello del horror al vacío, quedarse con unas cuantas intrascendentes de las que sólo limitan... como el golf, la ópera y así. 

Claro, el problema surge cuando la adicción pasa de ser autodestructiva a arma de destrucción masiva. Porque allí cada cual con sus pulsiones, pero a mí que no me salpiquen. Si me salpican me cago en tus muertos y llegamos a las manos. Y ahí es donde el político de turno se retrata, ya sea cortando por lo sano, ya sea socialdemocrateando, o sea, haciendo el capullo. Chicos, sed buenos y cosas así. Y claro, por esa babosidad es que hoy, día sin coches, haya más coches que nunca por las calles de Santander. Si es sin coches es sin coches, porque al que amaga y no da le dan dos veces. Es como lo que pasó con el tabaco, que empezaron con paños calientes y sólo creaban más problemas. Cortaron por lo sano, y de pocas medidas que se hayan tomado en los últimos tiempos está la gente más satisfecha. Tanto, que parece que aquello fue en la noche de los tiempos. 

Anyway, el camino está trazado. Los coches en las ciudades, como el tabaco en los bares, al baúl de los recuerdos. Cuestión de tiempo. De poco tiempo espero, porque, si no, ya me dirás tú lo que a mí me va a importar.  

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