Medir el lugar a estas alturas está al alcance de cualquiera que se haya tomado la molestia de bajar al móvil la aplicación correspondiente. Pero el artificio que todo lugar conlleva, eso, es harina de otro costal. Ese es el verdadero arte de entendidos. Es la tarea del héroe.
En realidad nos pasamos la vida tratando de adquirir alguna competencia en ese arte y, todo hay que decirlo, con muy pocos resultados por lo general. Lo más, lo más, conseguimos profundizar un poco en muy limitadas parcelas transitando por todo lo demás a merced de los elementos. Y menos mal si somos conscientes de ello lo que no es ni fácil ni frecuente... que no por otra cosa es que el normal transcurrir sea una continua sucesión de tumbos de los que se suele salir con más daño que escarmiento.
Pensaba en esta cosas no porque de vez en cuando le eche un tiento a Gracián sino porque voy cayendo en la cuenta de lo mucho que menudean mis conversaciones en las catedrales sobre la escasez del entendimiento de los otros. Esa escasez que nos irrita ya sea porque nos causa molestias ya sea, porque vemos en ella nuestro vivo retrato y no nos gusta un pelo.
En fin, el artificio, el que invente una aplicación para desentrañarle se forra. Imagínense un mundo en el que todos fuésemos capaces de ver más allá de lo que parece a primera vista. Se acabarían todos los problemas. Ni Putin, ni catalanes, ni yihadistas... ¡qué aburrimiento!
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