Yo no es que haya seguido muy de cerca todo el proceso, pero sí lo bastante como para haber sacado unas cuantas conclusiones. La primera y fundamental, que Dios nos libre de vivir en un pueblo que cultiva las tradiciones con fervor. Por ahí empieza el cáncer. Las gentes sencillas se ponen una falda o arrastran una piedra y automáticamente se sienten impelidas unos cuantos centímetros por encima de su condición natural. Pierden la noción de lo que son y empiezan a sentirse orgullosas por cosas que no tienen el menor mérito como es el haber nacido donde han nacido. De ahí, claro, al desprecio de los vecinos sólo hay un paso que es el que les ayuda a dar el pico de oro del experto en manipular sentimientos de inferioridad.
A partir de ahí, ya, lo que quieran. Resulta en este caso concreto que el motor del desapego escocés es su imposible soportar la carcundia de los ingleses. Es exactamente lo mismo que argumentan aquí los catalanes. En Londres, en Madrid, sólo hay curas y militares. Ellos trabajan, producen y votan izquierdas, los otros todo es misas, desfiles y votar a la derecha. De ahí que calase tan hondo entre la chusma catalana el "España ens roba", lo mismo que ha calado en Escocia la idea de que los servicios sociales se han deteriorado últimamente a causa de que Londres les maltrata. No importa que el Gobierno de su Majestad haya tenido que echar el resto para sacar de la ruina a los dos principales bancos del país que curiosamente son de matriz escocesa. Eso, pelillos a la mar. O, si quieren, burdo materialismo. Lo nuestro, cuando conviene para la causa, es puramente sentimental.
Por lo demás, hay bastante consenso en opinar que lo de Escocia ha tenido un recorrido mucho más civilizado que el caso catalán. Pero no nos engañemos, en el fondo es exactamente lo mismo: el triunfo estridente de Dionisos sobre Apolo. Del sentimentalismo sobre la razón. De la provincia sobre la metrópoli. Del catetismo sobre la cosmovisión. Y aquí, para que no me tomen por fanático de la otra parte, quisiera recordar a Eurípides y sus Bacantes.
Penteo murió a manos de las Bacantes por no haber sabido reconocer de antemano cuales eran sus poderes. Los que les confería Dionisos. Londres y Madrid se olvidan, como Penteo de las Bacantes, de las provincias y las dejan hacer porque desprecian el poder del sentimentalismo. Un error garrafal. He vivido años en Cataluña y me maravillaba la dejación de las instituciones del Estado frente a la chulería con la que las autoridades locales vulneraban leyes, desacataban sentencias, incitaban a la sedición o simplemente injuriaban y relegaban a cualquiera que no comulgase con ellas. Al final, el Estado ha subido al monte Pelión, perdón, Cataluña, a ver que es todo ese escándalo que hay allí y las Bacantes, los provincianos, que no paran de bailar, le han agarrado por sus partes y están a punto de desgarrarlo para comérselo después con patatas.
Francamente, creo que no me importaría nada perder parte de mis emolumentos con tal de que Cataluña se saliese con la suya. No siquiera lo sentiría por los catalanes contrarios al proceso que no han emigrado porque les he visto hacer y estoy convencido que son los tibios del Evangelio, es decir, los verdaderos responsables de lo que pasa. Intuyo, apoyado en una larga experiencia en constatar realidades sobre el terreno, que el resto de España a no muy largo plazo sólo podría obtener beneficios de esa separación. Porque Cataluña tendrá sus virtudes que no niego, pero es reaccionaria y corrupta como ella sola. Y no lo digo a la ligera. Reaccionaria, sólo hay que ver como los charnegos siguen siendo charnegos a las tres generaciones de vivir en Cataluña. Corrupta, huelgan comentarios si uno ha ejercido allí de médico. Por lo demás, madrileños carcas, andaluces vagos, españoles ladrones... lo típico, defenderse achacando a los demás los propios defectos.
En fin, que yo le diría a la chusma: el que te unta los cascos, ese te los quiebra. Así que que luego no me vengas con que no estabas advertido.
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