Bien, pasan cosas terribles en el mundo que seguramente tienen que ver con esa propensión humana a cambiar de las buenas a las malas artes tan pronto como los deseos se le hurtan. Estamos tan hartos de ver eso que, ya, como quién oye llover. También, ya, oímos llover cuando nos cuentan del nuevo fuego que hemos robado a los dioses impelidos por esa obsesión permanente de querer parecernos a ellos. En resumidas cuentas, de lo malo, mientras no nos afecte, que se lo bendiga San Pedro a quien Dios se lo dé y de lo bueno, del fuego robado, nunca es mucho hasta que caemos, si es que caemos, en la cuenta de que es precisamente debido a ello que todavía permanezcamos encadenados a una roca del Cáucaso. Por no hablar del águila que viene todos los días a roernos los hígados.
Así, con los grandes temores y las ilusas esperanzas se tejen todos los día miles, millones, de toneladas de información que no tienen otro destino que ser tiradas al cubo del olvido al día siguiente. Verdaderamente, sorprende que insistamos. Quizá sea porque en el fondo de nuestra conciencia albergamos la convicción de que toda ganga esconde en su seno piedras preciosas. Pasas las páginas, zapeas y, de pronto, quedas colgado de algo: una noticia anodina que golpea el subconsciente. Le empiezas a dar vueltas y quizás descubres que en ella se engloba el mundo. Es como cuando Pessoa se percató del cuello tejido a ganchillo que llevaba la señora que iba delante de él en el tranvía. Empezó a pensar en aquel cuello y acabó escribiendo la historia de la humanidad. Así que, imagínense, si eso hizo con un cuellecito de perlé que no hubiese escrito al ver el uniforme de ese equipo ciclista que les muestro en la foto. Porque la realidad es que un hecho tan en apariencia banal ha hecho correr más tinta que todos los estragos causados por los islamistas y ébola juntos. Una vez más queda patente que muestra mucho más lo sugerido que lo mostrado. Lo simbólico gana por goleada a lo real. Don Quijote seguirá luchando con molinos cuando de Holywood no quede ni el recuerdo.
Así, por ponerles otro ejemplo, he quedado sorprendido, casi anonadado, al enterarme de que avalanchas de turistas han invadido Badalona. Lo primero que he pensado es que el fenómeno turístico ha pasado de lo puramente sociológico a lo paranormal. ¿Conocen ustedes Badalona? O ha habido apariciones últimamente o es incomprensible que alguien se acerque allí a distraer sus ocios. Que yo sepa, excepción hecha de la fábrica de Anís del Mono, no hay nada allí que no invite a salir huyendo. Pero ya ven, alguna razón tiene que haber para que esas avalanchas se produzcan. El hastío de lo pintoresco, quizá, o la simple constatación de los encantos del masoquismo. Algo, en cualquier caso que debiera ser motivo de congreso para ser analizado, porque si Badalona puede ni siquiera Baracaldo debiera desistir de intentar explotar ese nicho de riqueza que es el turismo.
Por no cansarles les comentaré sólo otra de la que me gustaría intuir las causas de la insistencia. Es a propósito de las vestimentas de la Reina Leticia. Porque no es cuestión de sin son bonitos o feos, o le sientan bien o mal, los vestidos que se pone. No, la cuestión que al parecer tiene ocupadas, y sobre todo preocupadas, a legiones de periodistas es la repetición de los modelos. Cinco veces ya ha aparecido con la misma chaquetilla que llevaba en la reciente visita a un colegio de Orense. ¿Qué se esconde detrás de esa fiscalización? ¿Hay reproche o alabanza? ¿Es Reina o es modelo? ¿O las dos cosas a la vez? No sé por qué, pero, ya digo, me inquieta esa insistencia. En fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario