viernes, 5 de septiembre de 2014

Fotem el camp


.-Largate de aquí y no vuelvas.

.-Nos han tancat la porta.

En este caso concreto que nos muestra el vídeo de La Vanguardia el vecino indignado es español y la puta catalana. Justo al revés de lo que viene mostrando la televisión pública de la comunidad hace más de treinta años. Digamos que una vez más la tozudez de la ficción no ha sido capaz de doblegar a la inocente realidad. Las putas com cal, desde los tiempos de La Lozana, tienen que ser catalanas. Aunque sean de adopción.

Yo, ya saben que siempre he pensado que todo esto de "la cuestión catalana" no era más que un intento de intimidación por parte de chorizos en busca de ventajas. Y ya saben lo que pasa con los chorizos, si encuentran resistencia fotem el camp y ponen a sus mujeres a hacer la calle que es en lo que ahora estamos. 

Lo de putas y Barcelona viene a ser una especie de pleonasmo. Cuando era niño escuchaba maravillado las aventuras de los camioneros que iban a Barcelona a llevar leche concentrada. Siempre eran historias de Barrio Chino. Luego, cuando viví allí, comprendí que, en realidad, Barrio Chino lo era toda la ciudad. Por Noche Buena, allá por los primeros ochenta, solía llevar a mis hijas a cenar a un conocido restaurante de Las Ramblas. Siempre estábamos rodeados de putas que tenían allí su cuartel general. Estaban perfectamente integradas en el medio, al estilo de lo que pasa en Holanda. Llegué a pensar que esa similitud tendría algo que ver con las leyes de mayorazgo que todavía rigen en ambos países. Al heredarlo todo el primogénito, los segundones, militares o curas, no se pueden casar y tienen que recurrir a las putas para aliviar los bajos. En fin, una bonita teoría con más o menos el mismo fundamento que todas las bonitas teorías que configuran el imaginario popular. 

Anyway, a lo que iba, que lo que es equilibrada proporción en tiempos de bonanza se puede convertir en desmesura cuando pintan bastos. Sabido es que desde que el resto de los españoles podemos elegir a quien compramos nuestros calzoncillos y bragas los catalanes no han parado de mostrarse como el amante despechado. Yo lo comprendo. A un cliente de siglos que te abandona por los chinos no se le puede dejar ir de rositas. Aunque no se le dé, porque no se puede, claro, por lo menos hay que amagar que ya se sabe que sólo con eso basta para que los pusilánimes se caguen por la pata abajo... que es lo que ha pasado en realidad. Si los que se dicen de izquierda, los pusilánimes para que nos entendamos, no se hubiesen ensuciado al oír las amenazas de secesión, todo el rimbomborio catalán hubiese durado dos horas.  

Por lo demás, está todo claro. Sólo hay que aceptar las teorías de Houellebecq para entenderlo. En el futuro, asegura, el turismo será sexual o no será. Y en eso es en lo que están en Barcelona, en el mismísimo futuro en lo que al turismo hace. Y por eso es que todo el espacio que antes dedicaba La Vanguardia a jalear a los amagadores, ahora se lo dedique a relatar los efectos secundarios de ese esplendor puteril que les anega las calles y se mete por los portales hasta los mismísimos rellanos. 

En fin, ya saben, todo proceso tiene sus fases. Calzoncillos y bragas, liberalización de mercados, rimbomborio soberanista, explendor puteril y, al final, siempre las aguas vuelven a su cauce. 

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