sábado, 13 de septiembre de 2014

Why I'll Never Tell My Son He's Smart



Sal Khan me ha vuelto a escribir para darme las razones por las cuales él nunca le dice a su hijo que es inteligente. Yo, la verdad, es que no he podido estar más de acuerdo. Son cosas de cajón que sin embargo parece que no quieren ser entendidas por el común de los mortales. Sobre todo si son abuelos. ¿Por qué vas a felicitar a alguien por ser alto, guapo o hacer con facilidad aquello para lo que la naturaleza le ha dotado? No hay nada de extraordinario en ello y lo inteligente sería dárselo a entender al interesado para que no cometa las típicas tonterías de los agraciados por cualquier tipo de lotería. Otra cosa completamente diferente es cuando el aprendiz persevera para avanzar en aquello que le resulta dificultoso. Entonces sí que puede estar justificada cierta alabanza. Pero, ojo, sólo cierta, no vaya a ser que el interesado pierda de vista que lo que está haciendo sólo es su obligación.

En fin, son esas cosas de elemental sentido común y que, sin embargo, por ser éste el menos común de los sentidos tanto le cuesta a la humanidad reconocer. Y en llegados a este punto lo correcto supongo que será preguntarse por qué demonios será que el sentido común es el menos común de los sentidos. ¿Y los que parecen tenerlo es porque nacieron con él o porque le cultivaron con su esfuerzo? Una vez más nos encontramos con un aporía, es decir, algo que no tiene respuesta lógica. Por eso lo mejor es ser prácticos y atenernos a lo único que está en nuestras manos que es el intento de conseguirlo o mejorarlo si se supone que le tenemos. ¿Cómo? De la única forma posible: entrenando el músculo del pensar.

Entrenar un músculo, ya saben, es exigirle cada día un poco más de lo que puede hacer con facilidad. Obligarle a esforzarse en definitiva. Porque repetir cualquier cosa que hacemos con facilidad, por complicada que sea, de poco sirve para avanzar. Así que hay que perseverar, sí, pero con esfuerzo. O sea, que cada vez sea más difícil el problema a resolver.

Estas cosas, más o menos, son las que me cuenta Sal en su última misiva. Nada nuevo por otra parte por más que él se base en las más recientes investigaciones de los genios de la cosa. Que perseverar en un objetivo sin perderse por las ramas y echarle valor al asunto es la fórmula del éxito es algo que se sabe desde los tiempos de Maricastaña. Lo que pasa, supongo, es que Sal me lo repite una y otra vez porque me tiene calado. Controla mis asistencias a su academia y el aprovechamiento que saco de ellas. Y sabe de la condición humana y su imparable propensión a tirarse a la bartola tan pronto como tiene sus necesidades materiales cubiertas. Tirarse a la bartola, o como las gallinas, picar por aquí y por allá que con eso ya da para poner el huevo de cada día. Ya digo, me tiene calado.

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