Me mandan un mail con reproches sobre lo que dije ayer sobre los tibios respecto de lo que pasa en Cataluña. Sin embargo, como hablaba de algo que he vivido en propia carne me dejaría cortar la cabeza si no hay lógica en mi apreciación. Porque la realidad es que cuando yo advertía en los inicios del proceso, allá por los primeros ochenta, a ciertos amigos y conocidos sobre la deriva mafiosa o claramente fascista de los acontecimientos me enviaban directamente al limbo de los extraviados. La ridícula imposición de un idioma pueblerino, por ejemplo, les parecía de lo mas natural porque como a ellos, por ser nativos del lugar, no les afectaba en negativo sino acaso positivamente, pues ¡qué hay de malo en ello! Su asquerosa tibieza les impedía comprender que con su estúpido consentimiento estaban contribuyendo a levantar el muro de la división. Y como lo del idioma mil ejemplos que podría ponerles, pero no quiero cansar.
En definitiva, el tibio por ley siempre acaba engrosando el bando de los que más empujan. Así es que a ver quién es el guapo que se atreve a decir ahora en Cataluña que está en contra del derecho a decidir, esa entelequia elevada a categoría de totem. Porque, quién discute hoy que somos una nación maltratada que da muchisísimo más de lo que recibe. Bueno, sí, los fascistas lo discuten. Acusar al otro de ser lo que eres tú, el viejo truco del almendruco cuando no tienes un ejercito detrás que te respalde, que si no... por mis cojones y a ver quién rechista.
El caso es que después de tanto empujar los partidarios del sí a la independencia de Escocia han tenido que verse en el espejo. No son tan guapos como les había hecho creer el encantandor Mr. Salmond. En realidad no eran más que unos jodidos pequeños burgueses con todo su bagaje de miserables sentimientos y aspiraciones.
Les Petits Bourgeois de Balzac. Les recomiendo leer esa novela sí quieren comprender de donde provienen muchas, acaso la mayoría, de las cosas desagradables que pasan en el mundo. Porque ese espécimen lleva dentro de sí la más irresoluble y peligrosa de todas las contradicciones: tener dinero en el bolsillo y ser un don nadie. Un don nadie, claro está, para los que quisiera ser alguien. ¿Y por qué no puede ser alguien para los que quisiera ser alguien? Muy sencillo, porque le falta ese touch of class que sólo se adquiere pasando por Oxford, Cambridge o, en su defecto, por la Khan Academy. Touch of class, aristocratismo para que nos entendamos, ese sentimiento de generosidad inteligente que da el conocimiento de las leyes del universo. Todo el dinero del mundo no puede suplir eso y esa es, precisamente, la tragedia del pequeño burgués. Tragedia que se resuelve en resentimiento y necesidad irreprimible de buscar consuelo a través de la venganza. ¡Te vas a enterar de quién soy yo!
En fin, que todos los esfuerzos son pocos para escapar a esa condición miserable, la del pequeño burgués o la del tibio que deviene independentista, que, ya digo, tanto monta.
Yo puedo enseñar lingüística japonesa a mis alumnos japoneses, pero no a los de las universidades de una región de mi país. Es un hecho tan vergonzoso que no suelo hablar de ello por aquí. La gente de la que hablas es la que, con su silencio cómplice, a lo largo de tres décadas ha hecho posible esa vergüenza.
ResponderEliminarNo olvides, querido Jacobo, de que aquí está en juego la nació. Y llevar a la nació a la tierra prometida exige muchos sacrificios por los que antes o después habrá que cantar el mea culpa. No lo dudes, los vascos la acabarán cantando porque de lo contrario nunca se quitarán de encima el estigma. Y los catalanes lo mismo.
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