Estuvimos un par de días retozando por la Montaña Palentina. Subimos hasta la Fuente del Cobre donde nace el río Pisuerga y recorrimos la Senda del Oso. Que llevásemos seis décadas completas, o casi, a cuestas no impidió que el resuello nos diese para no tener que cerrar el pico ni aún en las más fuertes pendientes. Como quién no quiere la cosa le dimos la vuelta al mundo y a todas sus grandes cuestiones... o al menos lo intentamos.
Los años, el esfuerzo, las grandes cuestiones, la luz no usada, los lejanos horizontes, no sé, pero a mí todo eso me hace tomar más si cabe distancias con el mundo. Por así decirlo, uno vuelve de estas excursiones más apolíneo.
Más apolíneo y por tanto cada vez más desplazado en esta apoteosis dionisiaca que anega la llanura. ¡Qué tostón, Madre mía! Si no se muere Botín, es un campeonato de vela y, si no, atacan los catalanes con su proverbial rimbomborio. Y así hasta el infinito, o sea, hasta la nada.
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.
Bueno, me lo tengo que pensar porque en aquellas alturas yo noto como si allí hubiese algo. Nostalgia seguramente.
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