Ser banquero y apellidarse Botín es en este país, y no sé si en otros, una especie de pleonasmo que se presta al chiste fácil. Ya se sabe, banquero, luego rapiña. Eso es algo que está cosido al imaginario popular con grapas de acero inoxidable. No sé de donde vendrá el tópico y si habrá necesitado de algo más que la envidia y el resentimiento hacia quien supo medrar, pero es probable que algo también habrán contribuido a fomentarlo y engrandecerlo los malos chistes y la peor literatura. Recordemos al respecto las novelas de Torquemada de Galdós en las que las lenguas insidiosas quisieron ver los inicios de la funesta saga de los Urquijo. Claro, así se cerraba el círculo: lo que mal había comenzado, peor había acabado... y todos felices porque hubo justicia, divina, sí, pero justicia al fin y al cabo.
Los comienzos de Torquemada son terroríficos. Nada que ver con "las preferentes" de nuestros días. Aquello era la usura pura y dura. El exprimir a los más débiles hasta sacarles la última gota de sangre. Una vez enriquecido, matrimonio con una aristócrata arruinada y muchas obras de caridad. Alrededor de todo eso, todo lo que ustedes quieran para demostrar hasta que punto la sociedad es corrupta, mezquina, injusta y demás lindezas que hacen, al ser constatadas, las delicias de todos los que por lo que sea no han conseguido un acomodo a la altura de sus expectativas.
En definitiva, imagínense un mundo en el que los banqueros fueran como le gustaría que fuesen a la gente devota del Sagrado Corazón. O sea, que sacasen el dinero a los ricos para dárselo a los pobres. O mejor todavía, que se lo sacase a los laboriosos y ahorradores para dárselo a los vagos y manirrotos. Sin duda hasta un niño puede comprender que esa es la más estúpida de todas las quimeras. El dinero constituye junto con Dios la cima de la abstracción humana. Todo fue coronar esos dos hitos y empezar a desbocarse el proceso civilizatorio. Por eso se les venera con tan igual reverencia que se les suele confundir. Viene de lejos. No olviden que el templo de Apolo, el más clarividente de los dioses, en Delfos no era sino un Banco. Como el Santander para que nos entendamos. La leyenda cuenta que la gente se acercaba allí a pedir consejo antes de emprender cualquier empresa, pero en realidad iban a pedir un préstamo. Si Apolo veía clara la posibilidad de ganancias soltaba la pasta, si no lo veía le decía a la pitonisa que soltase cuatro frescas. Así fue que había allí dinero suficiente cuando se necesitó para armarse contra los persas. Luego, ya saben, pasó lo que paso, que vinieron los del Sagrado Corazón y lo arrasaron todo y comenzaron los años más negros. Pero, a la postre, Apolo siempre vuelve a iluminar la casa del asqueroso. Para que penetre el futuro, no más.

No hay comentarios:
Publicar un comentario