A veces, cuando vas andando por entre los campos cerealeros de Castilla, te sobresalta un sonido como de motor sordo que sale disparado del suelo: se trata de una perdiz, un muy codiciado trofeo para los cazadores. Supongo que sin un perro que la olfatee de lejos y avise debe de ser casi imposible atizarla porque despega como una exhalación. Por lo demás, es un animal que, sobre todo en escabeche, es un verdadero manjar. Así que nada tiene de extraño que la gente de los pueblos intente cazarlas. Por varios motivos: uno, por, como les digo, ser manjar; dos, por ser cumplido pasatiempo que alivia los mortíferos aburrimientos campestres; tres, por ser una actividad con la que se puede destacar socialmente si eres más habilidoso que la media en su ejecución.
Personalmente nunca me atrajo la caza. La pesca, sí, hasta la primera juventud que fue cuando descubrí caladeros mucho más interesantes que los de las aguas. Pero, en cualquier caso, me queda una especie de atadura sentimental hacia aquellos conocimientos y habilidades que llegué a adquirir por medio de la práctica apasionada. Todavía hoy, cuando veo a alguien lanzando el sedal en la corriente de un río, no puedo evitar quedarme un rato observando para calibrar el arte del ejecutante, porque se necesita no poco para obtener los resultados apetecidos.
Anyway, hoy día, el componente alimenticio de la caza o pesca deportiva solo tiene interés para, por ejemplo, un fatuo asturiano que se quiere pasa el resto del año dándose el pisto de haber pagado un dineral por comer el "campanú". Cosa de tontos en cualquier caso, y, por otra parte, esas sabrosísimas perdices escabechadas que se comen por la parte de Despeñaperros supongo que provendrán de algún criadero que hay por allí. Pero, no nos engañemos, el componente entretenimiento y, sobre todo, el de prestigio social de la caza no ha perdido un ápice del que tuviera en la noche de los tiempos. Participar en una montería o en una partida de caza del jabalí o lo que sea, es tanto como hacer gala de éxito social. Porque es caro. Entre aquilar el coto, las armas, el hotel, los 4x4 y las imprescindibles putas para el reposo, sale por un ojo de la cara.
Y no te digo ya nada si te vas a Africa a cazar un elefante o un león. Por lo que he podido saber, cazar esos animales tiene tanta emoción como tirar al blanco en las ferias. Por lo visto son animales que están acostumbrados a ver millones de turistas a su alrededor y que un día cualquiera se saltan los límites de la reserva y allí les espera el cazador que para el león o el elefante es indistinguible del turista. O sea, que el cazador, con Corinna a su lado o sin ella, se puede acercar a su presa lo que quiera que no va a salir corriendo. Apunta, dispara y se hace la foto. Con Corinna, por supuesto. Luego, si tiene sitio en las paredes de su mansión, manda disecar el trofeo y lo cuelga para maravillar a sus visitas. Desde luego que todo ello es un tostón de los de aquí te espero. Menos lo de Corinna, claro. Pero todo sea por darse pisto. Yo puedo, tú no. Jódete y hazte de Podemos para consolarte.
Les cuento todo esto porque he podido comprobar que anda todo el podemitismo mundial más que sublevado porque un dentista americano a matado a un león muy viejo en Zimbabwe. Una desgracia, por lo visto, de proporciones cataclismáticas. ¡Un león, fíjense ustedes! La maldad de los ricos y por ende americanos. Servido en bandeja.
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