Mientras esperaba para tomar el tren en la estación de Chamartín me demoré un rato en una librería de feria que había por allí. Los libros de auto-ayuda se llevaban la palma. De pronto mi vista se sintió atraída por un título: "Gente tóxica", de un tal Bernardo Stamateas. Me puse a inspeccionalo. Ya en la portada te conmina a deshacerte de la gente que entorpece tu vida. Luego, en el interior, montones de citas de autores consagrados animando a no dejarse chupar la sangre y dando consejos sobre la mejor manera de clavar la estaca en el corazón del vampiro. Por un instante estuve tentado de comprarle, pero, ya digo, sólo por un instante. De inmediato caí en la cuenta de que entre todas las citas que había leído no había ni una que hiciese referencia a la introspección necesaria para calibrar la propia toxicidad. Porque, pienso, de poco sirve saber, o suponer, la toxicidad de los otros si desconoces la tuya. Claro, quizá mi somera ojeada, u hojeada, no me dio una idea cierta del contenido del libro, porque el caso es que a su lado había otro del mismo autor de título "Emociones tóxicas" que, ese sí, prometía en su portada el cómo identificarlas como paso previo para deshacerse de ellas.
Sin duda el asunto de la toxicidad, tanto la propia como la que viene de fuera, es de una trascendencia vital en lo que a las relaciones humanas se refiere. Todos tendemos a distanciarnos de los que percibimos como tóxicos para nuestro bienestar de la misma manera que otros se nos alejan sin que sea por nuestra voluntad. Y nada de ello, para nuestra desgracia, es banal. Suele discurrir con más o menos sufrimiento en función de las escamas que uno haya ido acumulando sobre las neuronas, ya sea por el más común procedimiento de recibir palos, ya sea por la esforzada ilustración. Sin descartar, claro está, que las escamas estén allí de nacimiento, que no sabe uno si, entonces, es don o maldición
Sea como sea, le experiencia me dice que pocas cosas hay más desagradables en la vida que la conciencia de la propia toxicidad. Una veces sobrevenida por la humillación recibida de parte de alguien al que has intentado trasladar tus noxas y otras porque, sin más, caes en la cuenta de que tienes una halitosis que más vale que pongas tierra por medio so pena de marchitar las flores. En fin, todo esto, como no podría ser de otra forma, está especialmente condicionado por los estados de ánimo y por tal es que la ingestión de una cerveza sirva a veces para cambiar las tornas y sentir digo donde sentiste Diego. Anyway, conviene ser muy cuidadoso con estos asuntos que no por otra cosa Apolo era como era y tomaba siempre aquella lejanía que, al final, acabó convirtiendose en la característa más definitoria de su personalidad. Desde lejos, desde luego, es difícil que los demás perciban tu halitosis y, por supuesto, que a ti te afecte la ajena.
En definitiva, que me voy por ahí a ver si consigo escampar la boira.
No hay comentarios:
Publicar un comentario