jueves, 13 de agosto de 2015

Calas de postal, rincones paradisíacos

Diez calas de postal, rincones paradisíacos que no te puedes perder. Después de las inevitables monerías sorprendentes con las que los perros iluminan a diario la vida de los humanos, de los diez mejores restaurantes para comer tortellinis, de los diez yates más lujosos del mundo, la información predilecta de todos los periódicos en sus páginas de relleno, las que más se leen por cierto, es acerca de la posibilidad de encontrar el paraíso en la tierra. Porque, señores y señoras, entérense, hay paraísos por todos los lados al alcance de sus bolsillos. Sólo necesitan seguir nuestras indicaciones o, en su defecto, acudir a la agencia de viajes más cercana. Y el invento funciona. Mueve miles de millones.

Lo que me gustaría saber es si yo también sigo inmerso en esa ilusión. Es decir si todavía sigo gastando energías en correr detrás de ella. Es probable que sí y, también, que no se pueda escapar a ese encantamiento. Quizá lo llevemos en el ADN. O que fue lo que más fuerte se nos pegó de aquellas enseñanzas que nos procuraban con los Ejercicios Ignacianos del comienzo de cada curso. La finalidad de todo en esta vida, nos decían, es conseguir llegar a ese sitio llamado cielo en el que con la sola vista de Dios, una especie de resplandor o algo así, ya estás puesto por los restos. La verdad, encuentro mucho más convincente lo de los musulmanes. Aparte del oasis en medio del desierto, lo de las setenta titis en plan ponte bien y estate quieta tiene que tener mucho tirón. Nada tiene de extraño, por tanto, que los mártires que se inmolan se coloquen una   protección blindada en sus partes más nobles, porque llegar a su modelo de paraíso con ellas maltrechas ya me dirán para qué puede servir. 

El caso es que, por lo que sea, el gancho sigue funcionando. No nos podemos quitar de la cabeza que hay lugares en los que con su sola contemplación ya se nos van a quitar todas las ansiedades y demás malestares. Lugares virginales, si son a la orilla del mar mejor, en los que por ningún lugar se aprecie la mano del hombre. Bueno, algo de flix-flax para los mosquitos, que no se ve, nunca viene mal. Vas allí, te tumbas y, ¡ale!, alcanzas la ataraxia, que es como si estuvieses muerto para que nos entendamos. Por lo menos así es como lo entiende el detective Poirot. En fin. 

En resumidas cuentas, a lo que nunca vamos a renunciar es a procurar estar bien cuando estás mal. Lo de procurar estar mejor cuando estás bien, no sé si existirá. Y así es que si sueño con paraísos no puede ser por otra cosa que porque no estoy a gusto con lo que tengo entre manos. Y esa es la cuestión, ¿qué tengo que tener entre manos para estar a gusto? Pues no estoy seguro porque no se puede estar seguro de nada que no sea que todo se acaba, pero juraría que lo que hay que tener entre manos no es otra cosa que lo que ya señalaron los clásicos: agonía. Y eso, ¡ay!, es tan caro que muy pocos se lo pueden permitir. Por eso la mayoría seguiremos soñando con calas de postal y rincones paradisíacos. ¡Qué remedio!

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