Una vez Felipe González, cuando los cínicos se le echaron encima con motivo de aquel asunto de los GAL o cosa parecida, habló de la inevitabilidad de las alcantarillas del Estado. ¡Dios mío! Los purísimos se estremecieron de tan solo pensar que nosotros pudiésemos tener aquí una cosa tan demoniaca y pestilente como la CIA. La verdad es que a esos purísimos lo de la KGB les daba igual porque todo lo que había en la UURS no podía ser sino para bien de la humanidad. Sea como sea, los cínicos, con Aznar a la cabeza, iban en plan de sacar tajada porque estaban seguros que las inmensas legiones de descerebrados, los purísimos, les iban a seguir a pies juntillas. Y así fue: Felipe González, alcantarillas mediante, asestó el golpe definitivo al carlismo vasco, pero quedó impregnado del olor fétido que desprenden los desagües. En adelante, ya nadie quería ser su amigo porque, sencillamente, olía mal.
El mal olor es de las cosas más desagradables que existen. Y por eso combatirlo se convirtió desde los inicios de la civilización en una de las industrias más rentables. Que se lo digan, si no, a Paco Rabane. El caso es que en uno de los episodios de mi ya largo deambular por el mundo fui a dar a una región de apariencia bastante paradisíaca. Hasta que soplaron los vientos en la dirección inadecuada. Entonces el hedor me impregnó de tal manera que ya no pude tener otro deseo que no fuese quedarme anósmico. O anósmico o escapar. Porque aquel paraíso resultó tener las alcantarillas más pestilentes del país no por otra cosa que porque allí era donde se producían la mayor parte de esas maravillas que atiborran las estanterías charcuteras de los supermercados de la toda la Unión.
Pero, en fin, ya se sabe que esos paraísos para melancólicos sólo lo pueden ser por tener un cierto contrapunto de inhospitabilidad. Ya lo vimos en aquella serie "Northern Exposure". Sin los 40º bajo cero, Alaska en estos momentos sería la Costa del Sol. Afortunadamente, a los melancólicos les queda el recurso de la adaptación a la adversidad extrema para seguir soñando. Y eso es lo que había hecho, adaptarse, una señora belga que habitaba aquellos entornos malolientes. Se había instalado en un masía de ensueño y aprendido los socaires más convenientes para los vientos inadecuados. Se la veía feliz cultivando su huerto, pintando los paisajes del entorno y acariciando a su legión de mascotas... pero, ¡ay!, la serpiente siempre habita el paraíso. Un buen día, a un kilómetro de su casa, hacia el noroeste, de donde viene el asesino y frecuente cierzo, empezaron a levantar una fábrica de comida para mascotas. La belga, y por demás flamenca, se temió lo peor y empezó una campaña de activismo social para parar aquella empresa maligna. No topó con la Iglesia sino con algo peor: una multinacional americana. En tres meses las chimeneas ya echaban humo y, si el viento era adverso, el hedor que llegaba hasta mi demeure, que estaba a unos cuatro kilómetros, dejaba en cosa de risa al que despedían las granjas charcuteras. No sé en que acabaría lo de la belga, y flamenca, porque yo, a D. G., hice el petate y marche en busca de nuevos paraísos... los melancólicos no tenemos solución al respecto.
Les cuento estas tonterías a propósito del revuelo que hay armado por una encíclica, Laudato si, publicada recientemente por el lenguaraz Francisco. Es lo que tiene ser un líder sudamericano, y ya no digo si es argentino, que es que muestran una habilidad innata para decirle a la gente lo que a la gente le gusta escuchar. Y qué es lo que a la gente le gusta escuchar sobre todas las cosas, pues eso, que es posible un mundo sin alcantarillas y fábricas de comida para mascotas. Cuestión sólo de buena voluntad. Lo que le falta a la CIA y a las multinacionales sobre todo si son yankis. Los enemigos de la humanidad. Y de la animalidad. En fin, chorradas.
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