jueves, 6 de agosto de 2015

Las noches del Retiro


Por las noches ya refresca en Madrid. Sobre todo en el Retiro. Entras por cualquiera de sus puertas y te sumerges en una penumbra turbadora. Tienes que tomarte un tiempo para adaptar la vista y comprobar que muchos bancos están ocupados y que por los caminos transcurre gente sigilosa. En los chiringuitos se demoran los últimos clientes mientras los camareros recogen. A lo lejos suena el swing de una trompeta. Es por la parte del lago. Una respuesta visceral me atrae hacia allí. 

El paseo que bordea el lago por su lado oeste es el único iluminado de todo el parque. No son farolas de gas, pero se nota que lo fueron. La luz que dan es mortecina. Apenas llega para un tenue reflejo sobre las aguas. Avanzo y, al fondo, veo al trompetista. A medida que me acerco compruebo que hay gente sentada en la barandilla del lago, sobre todo parejas, escuchando con atención. Me siento y resisto un rato  que después compruebo que fue largo. Son las once y pico, me levanto, dejo un euro en el sombrero y me alejo perseguido por sones de Summer Time. Compruebo que en los bancos hacia Casa de Vacas hay sobre todo familias musulmanas. Me apiado del hombre barbudo que sin duda es el marido de las tres mujeres veladas que se sientan a su vera. Por mucho que diga Houellebecq, pienso que hay que estar zumbado para querer eso. En fin, el hombre y sus circunstancias...

Salgo del Retiro por la esquina de O´Donnell. No hay apenas tráfico. Cruzo y sigo por Menéndez Pelayo hacia casa. Las terrazas están a rebosar. Mucha gente cena. Otros beben refrescos. Hay muchos bares, sí, pero es porque los españoles les demandan. Y más que hubiera, pienso, también tendrían trabajo. Cuestión de idiosincrasia. Hasta yo que voy por libre, vivo subido a ese carro. Al llegar al portal, el camarero del bar adjunto me da las buenas noches. Como si fuese de la familia. ¡Con las propinas que le dejo cada día! Así cualquiera. 

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