sábado, 1 de agosto de 2015

¡Qué vida ésta!

¿Pero es que acaso es posible la diversión ilimitada? Convendría pararse a meditarlo. Desde luego que si uno se atiene a las infraestructuras montadas a tal efecto podría llegar a la conclusión de que no sólo es ilimitada sino que mil años durase la vida y fuese toda ella ociosa y apenas daría para usar un ápice de todo lo que se nos ofrece. Tal es la oferta que no creo exagerar si digo que la diversión de la gente se ha convertido en la piedra angular del tinglado económico de la patria. Así que, hijo, si quieres ser un buen patriota sal a la calle a divertite aunque en ello te vaya la salud... sobre todo la del espíritu.

Porque lo de divertirse es, convendrán conmigo, cosa del espíritu, que es patrimonio del alma y el alma, como bien dijo Pedro Crespo, sólo es de Dios. Así que como Dios no quiera porque piensa que no te lo mereces ya puedes beberte un foudre de lo que sea que cada vez estarás más encabronado. Y, si no, espera al día siguiente.

Personalmente pienso que a esto de la diversión le viene como de molde aquella vieja secuencia aplicada a las cosas del fornicio que, no nos engañemos, es la diversión por antonomasia. Iba así: una vez al año, hace daño; una vez al mes, poco es; una a la semana, de buena gana; una al día, hastía. Y aquí es a donde quería llegar, que me parece de todo punto imposible que la rentabilidad ecnómica de la citada infraestructura del entretenimiento no conlleve de forma automática el hastío generalizado de la población, porque es que ni dedicada toda ella a full time a mantenerla activa se podra evitar que se produzcan quiebras cada sí y cada no, por aquí y por allá, como le pasa a todo lo que tiene sus fundamentos en el aire.

Y ya digo, que no es que sea yo como Penteo, que hay que ver como acabó el pobre por pretender meter en cintura al sindicato de la hostelería. No, a mi modesto entender una vez a la semana de buena gana es lo que se impone. Y Dios nos libre de los puros. E, incluso, como sugirió el austero Séneca, una buena tranca al mes puede ser de gran utilidad. Pero tal y como nos exigen las circuntancias para la consecución de una saneada economía nacional me parece una aberración. Chispearse todos los días y emborracharse el fin de semana, sencillamente, no puede funcionar por motivos puramente fisiológicos. Porque, señores, la fisiología no engaña. Y la liberación de energía cuántica, que es lo que es la diversión, sólo es posible cuando se han acumulado cuantos por medio de una agonía más o menos productiva. Todo lo demás son mandangas o sucedáneos que llevan, primero, a insoportables resacas, segundo, al hastío de si mismo.

En fin, también fui joven una vez y me parecía que aquello nunca se iba a acabar. Lo malo fue cuando llegó el día que un clavo no sacaba a otro clavo. Ese día clave en la vida de cualquiera. Entonces es cuando se sabe si mataste o no ya todas las neuronas. Y actuas en consecuencia.

¡Qué vida ésta!

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