miércoles, 12 de agosto de 2015

Contrapunto

A D. G. a uno no le faltan recursos para sobrellevar con corrección esta canícula estival que algunos han catalogado como una de entre las más extremas desde que hay memoria contrastada. Ya saben, en esto del clima lo que mola es batir records que sean para mal. El caso es que, por una parte con el aire acondicionado del salón, por otra, que puerta con puerta de casa tengo un restaurante que mantiene una muy aceptable relación entre la amabilidad y el precio, por otra el afán que me ha surgido de dejar niquelado el conocimiento de cómo se comportan los planos en el espacio y, para rematar, los paseos nocturnos a la fresca del Retiro, en fin, que entre unas cosas y otras el verano de la Villa y Corte nada tiene que envidiar al de las más prestigiosas estaciones balnearias que así es como llaman los franceses a esos lugares en que la gente se pasa el día aburriéndose par-ci, par-la en calzoncillos. 

Bien es verdad que toda esta cotidianidad fructífera quizá no fuera posible sin algún tipo de contrapunto que actúe a modo de recarga de las pilas de la voluntad de poder. Porque, sin voluntad de poder, desengáñense, la vida es pura caca. Frustración permanente. Voluntad de poder, es decir, disponer de la fuerza necesaria para luchar por poseer aquellas cosas que queremos, que son las que admiramos. Conformarse con menos, con sucedáneos, ya digo, la frustración permanente con su rastro de secuelas detestables. Lo que admiramos y sus sucedáneos, ¡menuda cuestión! Pero, en fin, dejemos a Nietzsche continuar con esto y volvamos a lo del contrapunto necesario para que todo lo que se mueve lo haga de forma armónica. 

Se supone que cada cual tiene su particular forma de hacer contrapunto a la cotidianidad. Para algunos, como el periodista Sostres, consistirá en intensificar más si cabe esa cotidianidad. Tan sastisfechos están de lo que hacen, o tan adictos son a ello, que interumpirlo les amarga de mala manera la vida. No sé, pero mi lado apolíneo me dice que tal actitud no puede traer cosa buena. El distanciamiento esporádico de la propia realidad me parece indispensable para rebajar el nivel de las meteduras de pata. Y aquí es donde tenemos otro punto de fricción: ¿en qué puede consistir ese indispensable distanciamiento para que actúe como disolvente de las obcecaciones que tiende a producir la cotidianidad dionisiaca? Un enigma que cada cual debe resolver por medio de la introspección. Pensando, para que nos entendamos, porque, de lo contrario, se tropieza siempre en la misma piedra, como, por ejemplo, esa depresión postvacacional que los expertos califican de plaga. De hecho, hoy leo en los periódicos, las separaciones matrimoniales se disparan de forma exponencial los días que siguen al final de las vacaciones. ¿Por qué será? A lo mejor esa gente estaba llamando vacaciones a lo que no lo era. Quizá si lo hubiesen llamado infierno...


En fin, filósofo me he levantado hoy. Me voy a comer a ver si se me pasa.

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