domingo, 23 de agosto de 2015

En cuclillas sobre el bolardo

Ayer por la tarde fui a pasar un rato con mi madre y hermana. No hacía ni tres minutos que había llegado cuando mi hermana me contó con aires de desolación que habían cerrado la tienda de guitarras de debajo y que en su lugar iban a abrir un chino. Como conozco el percal me limité a responder que era el signo de los tiempos. Creí que con eso había quedado zanjado el ataque, pero mi madre, que tiene una sordera bien administrada, o sea, que oye lo que quiere, entró en la liza con un "no me gustan nada los chinos". Y por qué no te gustan mamá, pregunté yo a sabiendas de la respuesta. "Porque no me fío de ellos". Y por qué no te fías, proseguí. "Pues no sé, porque no me gustan". Alguna vez, en semejante tesitura, yo le había recordado que ella era cristiana practicante, pero como si le hubiese dicho que por el mar corren las liebres. Así que interrumpí el diálogo para besugos, mil veces ya tenido,  y me dedique a pensar. 

A pensar que difícilmente se podría encontrar un ejemplo más explícito de xenofobia. Y cómo personas por lo demás cultas y razonables pueden estar poseídas por ese resentimiento demoledor. Se podría especular hasta el infinito que si es por esto o por aquello, pero, en definitiva, siempre será por pura irracionalidad. Por el no saber luchar contra el natural sentimiento de inseguridad más que por medio del sacrificio del chivo expiatorio. Por el odio al otro que se supone diferente. Por miseria moral para ser claros. Porque es que el caso es que tanto la una como la otra se habían fartao a decir desprecios de las andinas y ahora que las duras circunstancias les han obligado a recurrir a una de ellas no saben si la ven o la sueñan. Todo son alabanzas. ¡Hay que joderse!

Por lo demás, esta mañana, aprovechando que las temperaturas son casi otoñales, he agarrado el metro y me he plantado en Usera. Usera por decir algo porque en realidad debiera llamarse China Town. Sabor de barrio, tesoro antiguo. He querido hacer una foto a un chino joven que hablaba por el móvil en cuclillas sobre un bolardo, pero no me ha dado tiempo a sacar el teléfono. Me hubiese gustado ofrecerles esa información gráfica porque, además, hubiesen podido comprobar que todo el fondo era de carteles publicitarios en chino. Restaurantes, peluquerías, supermercados, inmobiliarias, bazares, moda, algún bar de chicas y, por supuesto, en la principal encrucijada, las casas de juego. Me hubiese quedado a comer pero era muy pronto y no tenía el menor atisbo de hambre. Pero volveré porque me ha parecido un lugar fascinante donde les haya. 

En fin, que gracias mil otra vez a los dioses omnipotentes por haberme concedido vivir en estos tiempos y lugares tan sumamente privilegiados.  

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