Siempre lo he dicho y lo seguiré diciendo porque estoy razonablemente convencido de que tengo razón: el gran problema de las sociedades cuando alcanzan un cierto grado de desarrollo es el exceso de ocio que ese desarrollo genera. Fíjense bien que digo exceso, es decir, más tiempo del necesario para recuperarse de las fatigas que los negocios nos procuran. Así que, recuperados ya, la cabeza se pone a trabajar para encontrar cualquiera que sea la manera de entretenerse para distraer el aburrimiento que automáticamente nos retrotrae a la insoportable idea de muerte. Por tal es y no por otra cosa que las sociedades desarrolladas necesiten dotarse para sobrevivir de unos preceptos morales tan elevados como rígidos porque, si no, de lo contrario, ese entretenerse de cualquiera manera que sea se puede convertir en una bomba de destrucción masiva.
Pienso en estas cosas a propósito de la conversación que entablé ayer con un muchacho cuando esperaba el autobús y que después se prolongó a lo largo del trayecto. Era un chico de procedencia guineana que repartía su tiempo entre Madrid y Los Ángeles, pero que, también, había pasado por Salamanca de donde, sin duda, le venía el gusto por pegar la hebra de cariz filosófico. El inicio del contacto vino promovido por esa situación cómica que se da en la actualidad en todas las paradas. La gente llega más o menos presurosa a ellas y de inmediato echa la mano al bolso, saca el móvil y se pone a comprobar el tiempo que falta para que llegue el autobús. Es algo que en principio no sirve para absolutamente nada porque el autobús tarda lo que tarda que nunca es mucho, pero, sin embargo, parece que las personas se sienten aliviadas en su espera si saben lo que ésta va a durar. Y en esas estamos, midiendo siempre el tiempo que tenemos por delante sin otra ocupación que no sea la de mirarse el ombligo para comprobar, las más de las veces, lo feo que lo tenemos. Y, de ahí, supongo, el que sea tan difícil vivir a palo seco.
Al guineano de marras, como todavía era joven, le servía para cuadrar sus cuentas el recurrir a la maldad intrínseca del capitalismo y las multinacionales. No me costó descolocarle con mi sofística teoría de las estanterías llenas de los supermecados. Ahí, sí que con la iglesia hemos topado. Sobre todo después de haber visto lo que pasa en Venezuela. El chaval era ágil de pensamiento y había leído a Tito Livio. Por lo demás, me dio la impresión de que seguía viviendo a costa de sus separados padres. Por tal, como no tenía pinta de drogarse, ni de ser muy de bares, era evidente que necesitaba de una religión para sobrellevar sin desmoronarse the insufferables fatigues of idleness.
Los bares, desde luego, ayudan y mucho en esta desesperante batalla que libramos contra los estragos del exceso de ocio. Pero, ya digo, se necesitan unos preceptos morales poderosamente arraigados para que estos aliados de Dionisos no acaben con Apolo y convirtiéndolo todo en un baile de bacantes. Por otra parte, como contrapartida a los bares, tenemos la función salvífica de las religiones. Todo, cualquier acto intrascendente, se puede convertir en religión si por medio de la publicidad lo convertimos en moda. Romper los pantalones vaqueros antes de usarlos es una religión que tiene sorbido el seso a millones de jóvenes o jóvenas por todo lo ancho y largo del mundo. Lo de los animales, la ecología y todas esas mandangas, ya, ni te digo el tiempo libre que ocupa a las mentes más desfavorecidas. Lo de los victimismos, para qué hablar. No hay nada que llene tanto la vida como apuntarse a ser víctima de un opresor malvado. Entonces, todo el día de procesiones que es la cosa más divertida del mundo.
Y así, entre unas cosas y otras, cada cual a su manera, vamos combatiendo con más que menos éxito esta plaga del ocio que, ya digo, mientras las estanterías estén llenas nada de lo que preocuparse. En fin, me voy a comprar el pan.
miércoles, 30 de septiembre de 2015
martes, 29 de septiembre de 2015
Culpas ocultas
No voy a decir que en el diario El País no se puedan leer a veces magníficos artículos. Mismamente el pasado 22 de septiembre había uno titulado "La impureza y el alma" de un tal Alejandro Katz que se lo recomiendo vivamente. Aquí les dejo el enlace: http://elpais.com/autor/alejandro_katz/a/.
Pero no es frecuente encontrar tales joyas entre las páginas de esa especie de lavadero de las culpas ocultas del pijoprogrerío.
Las culpas ocultas: todos llevamos unas cuantas encima. Y no sé, pero tiendo a pensar que la mayoría de las tonterías que decimos, o hacemos, a lo largo de la vida es una ingenua manera de tratar de aliviar ese molesto peso. Al respecto, los pijoprogres de El País me parecen paradigmáticos. Sin por ello olvidar, claro está, a los frikicarcas de otros medios. Esa es la esencia de la naturaleza humana degenerada, ser muy progre porque tu padre era muy facha, o viceversa, y cosas así de estúpidas. Culpas telúricas, en definitiva, que están en el origen de nuestro ridículo deambular por la vida. Y no hay cura que valga para esto en la botica.
En fin, sea como sea, que no siempre va a tener razón Freud, lo que les quería contar es que ayer leí, o traté de leer, un artículo en El País de un tal John Carlin que era para desternillarse de risa. Para ese señor no cabe la menor duda de que todo el "desmadre", como él lo llama, catalán no es sino la lógica consecuencia del desprecio que los del Partido Popular, más el odio de los madrileños, hacia las muy normales gentes que habitan en aquel rincón de España. Desprecio del PP y odio de los madrileños hacia los catalanes, así, porque yo lo digo. Y los del periódico global, antiguo independiente de la mañana, van y lo publican en lugar señalado porque, supongo, su director tiene que lavarse las culpas de su falangista juventud para dar gusto a su franquista papá.
Para que nos entendamos, es nuestro deteriorado sentido del humor, por el peso de la culpa, bien sure, el que se esfuerza en convertir la comedia humana que es todo esto en drama cuando no en tragedia. Y así, llorando en vez de reír nos las damos de ser mejores personas y aligeramos el peso de la culpa que nos transmitió la herencia. Créanme, la mayoría no tenemos solución.
Pero no es frecuente encontrar tales joyas entre las páginas de esa especie de lavadero de las culpas ocultas del pijoprogrerío.
Las culpas ocultas: todos llevamos unas cuantas encima. Y no sé, pero tiendo a pensar que la mayoría de las tonterías que decimos, o hacemos, a lo largo de la vida es una ingenua manera de tratar de aliviar ese molesto peso. Al respecto, los pijoprogres de El País me parecen paradigmáticos. Sin por ello olvidar, claro está, a los frikicarcas de otros medios. Esa es la esencia de la naturaleza humana degenerada, ser muy progre porque tu padre era muy facha, o viceversa, y cosas así de estúpidas. Culpas telúricas, en definitiva, que están en el origen de nuestro ridículo deambular por la vida. Y no hay cura que valga para esto en la botica.
En fin, sea como sea, que no siempre va a tener razón Freud, lo que les quería contar es que ayer leí, o traté de leer, un artículo en El País de un tal John Carlin que era para desternillarse de risa. Para ese señor no cabe la menor duda de que todo el "desmadre", como él lo llama, catalán no es sino la lógica consecuencia del desprecio que los del Partido Popular, más el odio de los madrileños, hacia las muy normales gentes que habitan en aquel rincón de España. Desprecio del PP y odio de los madrileños hacia los catalanes, así, porque yo lo digo. Y los del periódico global, antiguo independiente de la mañana, van y lo publican en lugar señalado porque, supongo, su director tiene que lavarse las culpas de su falangista juventud para dar gusto a su franquista papá.
Para que nos entendamos, es nuestro deteriorado sentido del humor, por el peso de la culpa, bien sure, el que se esfuerza en convertir la comedia humana que es todo esto en drama cuando no en tragedia. Y así, llorando en vez de reír nos las damos de ser mejores personas y aligeramos el peso de la culpa que nos transmitió la herencia. Créanme, la mayoría no tenemos solución.
lunes, 28 de septiembre de 2015
Desde el tren
Otra vez en el tren con la bicicleta a cuestas. De Palencia a Madrid. Solo en el departamento veo deslizarse las inmensas llanuras de La Moraña con Gredos allá a lo lejos. En un visto y no visto el terreno se ondula y aparecen la primeras dehesas. Estos trenes más que correr, vuelan. Avila debe de estar al caer. Me embarga una melancolía que tiene más de tristura que de dulzor. Siento que estoy a las puertas de una claudicación. Ya es muy difícil que vuelva a pedalear por estas tierras.
Estaba en la estación de Palencia y observaba. Todo limpio, todo impecable, los trenes llegando y saliendo con irritante puntualidad. Y viejos, muchos viejos. Y una cuantas jóvenes mórbidas. Me voy a meter al ascensor para cruzar la bicicleta al otro andén y observo que el viejo que acaba de entrar absurdamente cargado de maletas esta cagado. Como les digo. La mierda le cae por las perneras y le sale por abajo. Va dejándolo todo fino. Por supuesto que le dejo ir. Cuando vuelve a venir el ascensor comparto viaje con una señora de mi edad que pone caras de disgusto. Le explico de qué va la cosa no vaya a creerse que soy el cuerpo del delito. En el ascensor de subida nos encontramos con otra vieja que va desorientada. Nos pregunta que por donde se va a la estación de Palencia. ¡Estamos buenos!
El caso es que el tiempo huye veloz y todas las horas hieren menos la última que mata. Conviene tenerlo presente y no obstinarse en absurdos apegos. Mi ortler meran me proporcionó días gloriosos pero el otro día me costó subirla al tren. Si no me hubiesen ayudado no sé qué habría pasado. Sin duda ha llegado el momento de sustituirla por algo más en consonancia con mis ya mermadas fuerzas. Haré como que me duele, pero en realidad no porque me venía preparando. Además, la voy a sustituir por una nueva ilusión: una brompton, el prodigio plegable. Ya no cabalgaré por las llanuras infinitas pero recorreré las acotadas calles de las ciudades. Y quizá me arriesgue por algún alrededor.
En fin, de todas formas no crean que estoy llorando. Cuando la vida avanza pendiente abajo no todo son limitaciones. Ni mucho menos. La propia naturaleza nos dispone para otro tipo de disfrutes. El arte, supongo es, el haber vivido cada cosa a su debido tiempo... por el querer de los dioses bien sure.
Estaba en la estación de Palencia y observaba. Todo limpio, todo impecable, los trenes llegando y saliendo con irritante puntualidad. Y viejos, muchos viejos. Y una cuantas jóvenes mórbidas. Me voy a meter al ascensor para cruzar la bicicleta al otro andén y observo que el viejo que acaba de entrar absurdamente cargado de maletas esta cagado. Como les digo. La mierda le cae por las perneras y le sale por abajo. Va dejándolo todo fino. Por supuesto que le dejo ir. Cuando vuelve a venir el ascensor comparto viaje con una señora de mi edad que pone caras de disgusto. Le explico de qué va la cosa no vaya a creerse que soy el cuerpo del delito. En el ascensor de subida nos encontramos con otra vieja que va desorientada. Nos pregunta que por donde se va a la estación de Palencia. ¡Estamos buenos!
El caso es que el tiempo huye veloz y todas las horas hieren menos la última que mata. Conviene tenerlo presente y no obstinarse en absurdos apegos. Mi ortler meran me proporcionó días gloriosos pero el otro día me costó subirla al tren. Si no me hubiesen ayudado no sé qué habría pasado. Sin duda ha llegado el momento de sustituirla por algo más en consonancia con mis ya mermadas fuerzas. Haré como que me duele, pero en realidad no porque me venía preparando. Además, la voy a sustituir por una nueva ilusión: una brompton, el prodigio plegable. Ya no cabalgaré por las llanuras infinitas pero recorreré las acotadas calles de las ciudades. Y quizá me arriesgue por algún alrededor.
En fin, de todas formas no crean que estoy llorando. Cuando la vida avanza pendiente abajo no todo son limitaciones. Ni mucho menos. La propia naturaleza nos dispone para otro tipo de disfrutes. El arte, supongo es, el haber vivido cada cosa a su debido tiempo... por el querer de los dioses bien sure.
miércoles, 23 de septiembre de 2015
Imagine Madrid like this everyday
Ayer me enteré de que el supercalifragilistico John Lennon tenía una faceta capullistica que sus exégetas tratan de ocultar por todos los medios a su alcance... que son pocos en estos tiempos que corren. Alguien puso en la red un vídeo en el que se ve al aludido haciendo mofa de los discapacitados. Como es lógico, dada la relevancia del personaje, el vídeo se ha hecho viral como se dice ahora, O sea, que lo ha visto hasta el tato. Lo cual no quita para que "Imagine" siga siendo una canción deliciosa. Y no por su letra original que a mi juicio es bastante chorra sino porque cada cual puede poner a esa música la letra de sus propios sueños.
En fin, como todo el mundo sabe, Dios escribe derecho con renglones torcidos. Y a lo mejor ahora se está sirviendo de los denostados podemitas para aliviar el problema que a mi juicio hace que Madrid no sea la ciudad que podría ser. Una entre las diez mejores del mundo, con perdón. En fin, vamos a ver.
martes, 22 de septiembre de 2015
Moscas en la boca
En las paredes de la casa rectoral de la Universidad de Salamanca está pintado con sangre de toro el víctor de Unamuno bajo el cual está escrito lo que se supone fue su lema en vida: "antes la verdad que la paz". Lo confieso, siempre que paso por allí y lo leo me da urticaria. Porque, sí, a bote pronto suena bonito, pero piénsenlo un poco y no tardarán en caer en la cuenta de que eso es exactamente lo que hace que los talibanes sean talibanes. ¿La verdad? ¿Quién que no sea un cretino puede creerse que está en posesión de la verdad en la inmensa mayoría de los asuntos de la vida cotidiana? Si las verdades fuesen aprehensibles una cosa es segura: no harían falta la inmensa mayoría de las leyes que nos hemos dado para poder convivir. Así, si Unamuno hubiese dicho: "antes el cumplimiento de la ley que la paz", nada tendría que objetar. Porque es que, además, a nadie se le escapa que empezamos a tomar como normal las transgresiones de la ley y lo más probable es que la cosa acabe a tortas.
Hombre, hay alguna verdad incontrovertible al alcance de cualquiera, como que es imposible quedarse aquí para siempre. Pero díganme ustedes unas cuantas más de ese calibre si se atreven. Existen, claro, nuestras verdades íntimas con las que apuntalamos nuestra autoestima. Pero lo prudente es ceñirse a ellas con discreción y sin fanatismos por si la tozuda realidad se empeña en desmentirnos. Al respecto, siempre tengo in mente aquellos tiempos no lejanos en los que cada día se rebanaban un montón de estómagos porque era tenida por verdad incontrovertible que ese era el único procedimiento para curar las úlceras crónicas que tienden a formarse en ese órgano digestivo. El Billroth I, el Billroth II y, para mayor abundamiento que diría el sindicalista, en el hospital en el que yo trabajaba por entonces había un cirujano que se había hecho famoso por haber inventado un método de rebanación todavía más radical y supuestamente efectivo. Y, por Dios, que a nadie se le ocurriese suministrar antibióticos a esa pobre gente porque la podía matar. Así se escribía la historia hasta que algún médico avisado se dio cuenta de que tras suministrar in extremis antibióticos a un enfermo con múltiples patologías entre las que no faltaba la úlcera gástrica, ésta, desapareció. Lo contó y, como era algo tan evidente y fácil de comprobar, no se tardó mucho en generalizar el cambio de chip al respecto. ¡Millones y millones de estómagos rebanados por una verdad que no lo era! Esa resultó ser la única verdad que, tomada como metáfora de casi todo, procuro tenerla siempre en cuenta.
Es curioso, por otra parte, que siendo Unamuno el filósofo que más trabajó la paradoja tuviese ese lema. San Manuel Bueno, el cura ejemplar que no creía en Dios. La Tia Tula, que era tan buena que no paraba de crear destrucción a su alrededor. Sí, hay que andarse con cuidado a la hora de juzgar y extraer conclusiones porque pocas cosas son lo que parecen a primera vista. No sé, porque lo que sí es verdad es que nadie se salva en esta vida de decir una cosa y su contraria con el mismo desparpajo. Por eso quizá lo mejor sea que no entren moscas en la boca. Pero, entonces, ¡qué aburrido!
Hombre, hay alguna verdad incontrovertible al alcance de cualquiera, como que es imposible quedarse aquí para siempre. Pero díganme ustedes unas cuantas más de ese calibre si se atreven. Existen, claro, nuestras verdades íntimas con las que apuntalamos nuestra autoestima. Pero lo prudente es ceñirse a ellas con discreción y sin fanatismos por si la tozuda realidad se empeña en desmentirnos. Al respecto, siempre tengo in mente aquellos tiempos no lejanos en los que cada día se rebanaban un montón de estómagos porque era tenida por verdad incontrovertible que ese era el único procedimiento para curar las úlceras crónicas que tienden a formarse en ese órgano digestivo. El Billroth I, el Billroth II y, para mayor abundamiento que diría el sindicalista, en el hospital en el que yo trabajaba por entonces había un cirujano que se había hecho famoso por haber inventado un método de rebanación todavía más radical y supuestamente efectivo. Y, por Dios, que a nadie se le ocurriese suministrar antibióticos a esa pobre gente porque la podía matar. Así se escribía la historia hasta que algún médico avisado se dio cuenta de que tras suministrar in extremis antibióticos a un enfermo con múltiples patologías entre las que no faltaba la úlcera gástrica, ésta, desapareció. Lo contó y, como era algo tan evidente y fácil de comprobar, no se tardó mucho en generalizar el cambio de chip al respecto. ¡Millones y millones de estómagos rebanados por una verdad que no lo era! Esa resultó ser la única verdad que, tomada como metáfora de casi todo, procuro tenerla siempre en cuenta.
Es curioso, por otra parte, que siendo Unamuno el filósofo que más trabajó la paradoja tuviese ese lema. San Manuel Bueno, el cura ejemplar que no creía en Dios. La Tia Tula, que era tan buena que no paraba de crear destrucción a su alrededor. Sí, hay que andarse con cuidado a la hora de juzgar y extraer conclusiones porque pocas cosas son lo que parecen a primera vista. No sé, porque lo que sí es verdad es que nadie se salva en esta vida de decir una cosa y su contraria con el mismo desparpajo. Por eso quizá lo mejor sea que no entren moscas en la boca. Pero, entonces, ¡qué aburrido!
lunes, 21 de septiembre de 2015
El mal francés
Como el andar de gestiones por las diferentes instancias me ha descentrado el pensamiento y, por otra parte, como mi dedicación al álgebra linear tiene las limitaciones que le impone la aparición de pesadillas nocturnas, me encuentro esta mañana desnortado y sin voluntad para otra cosa que el abandonarme en la lectura de las Memorias de Casanova. Desde luego que a medida que paso las páginas más quisiera ser él. Tiene todo lo que me gusta. Principalmente, su amor por el conocimiento que le lleva a estar todo el día indagando ya sea en los libros, ya sea en la vida. Al respecto, diría yo que se acerca al ideal cervantino de dos en la vida y una en los libros. Sea como sea, creo que ha habido a lo largo de la historia de la humanidad pocos pozos de sabiduría que se le asemejen y, sobre todo, que demuestren poseer tales dotes para la pedagogía. Juraría que nadie después de haber leído estas memorias puede quedarse en lo que era antes de comenzarlas. Son, en definitiva, un ejercicio de introspección que te deja el alma al descubierto para que la puedas contemplar tal cual es y, por consecuencia, bajar los humos que buena falta suele hacer por lo general.
Translate:
"Mi estancia en Dresde quedó marcada por un recuerdo amoroso del cual me desembaracé, como en previas similares ocasiones, con una dieta de seis semanas. Ya he señalado otras veces que gran parte de mi vida la he gastado tratando de enfermar y, cuando ya lo he conseguido, tratando de recuperar la salud. He tenido igual éxito en ambos empeños y, ahora, que disfruto de excelente salud en ese aspecto, me pone muy triste el estar incapacitado para volver a enfermar; pero la edad, esa cruel e inevitable enfermedad, me obliga a tener buena salud en contra de mis deseos. La enfermedad a la que aludo, que los italianos llaman "mal francés", aunque pueden reclamar el honor de su importación, no acorta la vida, pero deja indelebles marcas en el rostro. Esas cicatrices, menos honorables sin duda que las ganadas en el servicio de Marte, como se consiguen por medio del placer no deben causar ningún pesar."
Aquí tienen ustedes la metáfora perfecta de la vida. Porque no sé la suya, pero la mía, desde luego, no ha sido otra cosa que una cadena ininterrumpida de meteduras de pata que luego han necesitado largas temporadas de dieta para desfacer el entuerto, cosa que, una vez conseguida, parecía como que no podía respirar si no volvía a meterla... a la pata me refiero. Y ahora, en estas edades ya provectas, lo tengo tan difícil que no sé si aunque quisiera... lo que no sé si es el caso. Pero no tengo el menor pesar por lo pasado. Todo sirvió para el convento que ahora está repleto de los pecios que fui encontrando por los mares que nunca dejé de surcar. Cualquier día de estos me pongo a catalogarlos por si pudieran ser de algún interés para el público en general. En fin, el que avisa no es traidor.
Translate:
"Mi estancia en Dresde quedó marcada por un recuerdo amoroso del cual me desembaracé, como en previas similares ocasiones, con una dieta de seis semanas. Ya he señalado otras veces que gran parte de mi vida la he gastado tratando de enfermar y, cuando ya lo he conseguido, tratando de recuperar la salud. He tenido igual éxito en ambos empeños y, ahora, que disfruto de excelente salud en ese aspecto, me pone muy triste el estar incapacitado para volver a enfermar; pero la edad, esa cruel e inevitable enfermedad, me obliga a tener buena salud en contra de mis deseos. La enfermedad a la que aludo, que los italianos llaman "mal francés", aunque pueden reclamar el honor de su importación, no acorta la vida, pero deja indelebles marcas en el rostro. Esas cicatrices, menos honorables sin duda que las ganadas en el servicio de Marte, como se consiguen por medio del placer no deben causar ningún pesar."
Aquí tienen ustedes la metáfora perfecta de la vida. Porque no sé la suya, pero la mía, desde luego, no ha sido otra cosa que una cadena ininterrumpida de meteduras de pata que luego han necesitado largas temporadas de dieta para desfacer el entuerto, cosa que, una vez conseguida, parecía como que no podía respirar si no volvía a meterla... a la pata me refiero. Y ahora, en estas edades ya provectas, lo tengo tan difícil que no sé si aunque quisiera... lo que no sé si es el caso. Pero no tengo el menor pesar por lo pasado. Todo sirvió para el convento que ahora está repleto de los pecios que fui encontrando por los mares que nunca dejé de surcar. Cualquier día de estos me pongo a catalogarlos por si pudieran ser de algún interés para el público en general. En fin, el que avisa no es traidor.
domingo, 20 de septiembre de 2015
Juvenal revisited
Me pongo a leer los periódicos digitales y compruebo que todos ellos destacan en lugar principal las declaraciones que ha hecho un conocido director de cine tras recibir una pasta de parte del Estado español. "No me he sentido español ni cinco minutos en mi vida". Bien, quizá sea una butade con la que haya pretendido fustigar a los nacionalistas que arrecian por el noreste, pero uno una piensa que un señor importante, y más si blasona de artista, debiera afinar más en sus declaraciones. Porque la realidad es que, por los comentarios que he leído, la mayoría lo ha interpretado como lo del cretino que muerde la mano que le da de comer.
Sigo con los periódicos y me cuelgo de un titular: "Lo que va de El Escorial a Vitoria". Propiamente hablando, para evitar malentendidos y resquemores, debieran haber puesto Vitoria-Gasteiz, pero, en fin, pelillos a la mar. La cosa va de que el presidente Rajoy, hace pongamos diez años, asistió en compañía de Viri a una boda en El Escorial que fue muy criticada por su exceso de tradicionalismo. Por contra, este mismo fin de semana, se le ha visto, también con Viri, en Vitoria-Gasteiz con motivo de la boda de uno de sus colaboradores más cercanos que, por cierto, es homosexual. Normalidad institucional en definitiva.
Sigo informándome. El Sr. Sánchez, líder del partido de la oposición ha hecho unas vehementes declaraciones en las que reclamaba ganar las elecciones para recuperar los derechos y las libertades. Bueno, todo el mundo sabe que la vehemencia es la pantalla tras la que se trata de ocultar al gato encerrado. En el caso del Sr. Sánchez debemos suponer que los derechos y libertades por los que suspira son los de colocar a todos sus amigos y correligionarios en cargos estatales de alta remuneración.
A mí todas estas cosas, y tantas otras por el estilo, me dan mucho en qué pensar. En Juvenal, por ejemplo. En sus sátiras que, en su fondo, parecen escritas ayer. En su forma es otra cosa. Y es que esa es la cuestión, que el mundo con los años sólo cambia en sus formas. De las señales de humo al móvil sólo hay por medio la sofisticación de las formas. Pero el fondo del asunto, conocer en la Hélade que Troya había caído, eso, cómo ahora, casi instantáneo. Y todo lo demás igual, desde los husmeaojetes a los mariposones pasando por los Señores Sáncheces que hacen y dicen las tonterías que hagan falta con tal de no tener que ponerse a estudiar.
sábado, 19 de septiembre de 2015
Cita en Salamanca
Estuvimos en Salamanca para asistir a la lectura de una tesis sobre los orígenes del idioma japonés. El acto tuvo lugar en el Aula Magna de la Facultad de Filología. El ponente era Santiago Martín, más conocido de los lectores de este blog por el sobrenombre de Jacobus Niponicus. El tribunal estaba constituido por tres señores vestidos de oscuro que en todo momento dejaron constancia de estar muy imbuidos de la dignidad inherente al papel que representaban. Demostraron tener oficio para dar y tomar. El púbico, una docena más o menos de allegados, estaba entregado por más que la mayoría no entendiese una palabra. Realmente fue una ceremonia emotiva a más no poder y es que pocas veces en la vida tiene uno la oportunidad de ver homenajear al mérito en estado puro, es decir, desprovisto de cualquiera de las alharacas que le hacen popular.
El caso es que en tan señalada ocasión uno no ha podido evitar el ponerse sentimental. Y es que en mi descargo tengo que señalar el privilegio que me ha supuesto ser testigo de excepción de lo que no puedo calificar de otra manera que silenciosa epopeya. Un muchacho nacido en un suburbio de Salamanca va paso a paso construyendo un imponente edificio de conocimientos que le ha permitido desmenuzar los entresijos de un extraño idioma de los confines del mundo. No es, me digo, Cortés ni Alejandro, pero sí es Nebrija o Euler y, entonces, prescindiendo de todo rencor, me pongo a comparar entre los legados que al mundo dejaron por un lado la espada y por otro la pluma. Y, sintiéndolo mucho, disiento de Don Quijote y me quedo con el de la pluma.
Si, porque ayer en España la gente común se desgañitaba opinando del toro de La Vega, de los costrosos nacionalistas y de tantas otras menudencias, como si en ello nos fuese la vida, pero la realidad es que lo que de verdad nos afecta, lo que da solidez a los fundamentos de nuestra convivencia, estaba sucediendo entre los muros del Palacio Anaya. Allí, un héroe de la pluma estaba anudando bajo la docta mirada de los notarios y la admiración de los profanos los lazos que ha ido tejiendo con tesón charro-japonés para unir dos culturas separadas por casi doce meridianos. Y eso es lo que queda y nadie puede destruir. Con el acto de ayer, aunque casi nadie lo sepa, Japón está unos cuantos meridianos más acá y, eso, sin la menor duda, contribuye a apuntalar nuestra civilización y hacernos más fuertes y sabios. Más seguros en cualquier caso.
¡Honor y Gloria al laureado!
miércoles, 16 de septiembre de 2015
La cegadora luz sofoclea
Decíamos ayer que ¿quién conoce, no ya leído, a Esquilo, Sófocles y Eurípides? Estoy convencido de que a más de uno de mis avisados lectores le pareció una de entre las tantas pedanterías mías. Y puede que así sea. Sin embargo, me van a permitir que insista: si alguien tiene interés por conocer lo que realmente se le pasa por los entresijos de su cabeza, o corazón como dicen algunos, una buena manera de comenzar es demorarse tanto como sea necesario en la lectura de esos señores. Y no se me vengan abajo por lo que pudieran llegar a descubrir. "La cegadora luz sofoclea", que me recordaba PedroA no hace mucho.
El caso es que, se me antoja, difícilmente vamos a saber de qué va el mundo, incluida Cataluña, con perdón, si no sabemos de qué vamos nosotros mismos. Porque, sin duda, esa es la mayor y más peligrosa de todas las ignorancias. Esa ignorancia que nos lleva a creer que estamos hechos a imagen y semejanza de un dios infinitamente bueno, poderoso, sabio, justo, principio y fin de todas las cosas. Pues sí, una cosa es cierta, estamos hechos a imagen y semejanza de un dios, pero no el que quieren los monoteistas sino de uno con más cabezas que la Hidra de Lerna que, si le cortas una, le salen otras siete. Ese dios arbitrario que se transforma en cisne, toro, lluvia de oro o lo que haga falta con tal de poder trajinarse a la diosa, o el dios, de turno. A eso, seguramente, es a lo que más nos parecemos y, una vez asumido, ya, difícilmente te va a convencer alguien de que te sumes a cualquiera de las procesiones que se encaminan hacia el paraíso.
En definitiva, paganismo versus monoteismo. Ya Adriano lo entendió y quiso que el Imperio diese marcha atrás. Luego fue Juliano. Pero de nada sirvió porque a las ovejas por lo general les gusta ser comidas por el lobo. Es su sentimiento más oculto y arraigado. Luego vino el Renacimiento que no fue otra cosa que el intento de poner, arte mediante, ese oscuro sentimiento al descubierto. Y algo se consiguió. Y en ello estamos. Pero el avance es exasperantemente lento. Como todo lo que, por otra parte, sólo se puede intentar desde la soledad del exilio interior. ¡Ay, cómo me duele la cabeza!
El caso es que, se me antoja, difícilmente vamos a saber de qué va el mundo, incluida Cataluña, con perdón, si no sabemos de qué vamos nosotros mismos. Porque, sin duda, esa es la mayor y más peligrosa de todas las ignorancias. Esa ignorancia que nos lleva a creer que estamos hechos a imagen y semejanza de un dios infinitamente bueno, poderoso, sabio, justo, principio y fin de todas las cosas. Pues sí, una cosa es cierta, estamos hechos a imagen y semejanza de un dios, pero no el que quieren los monoteistas sino de uno con más cabezas que la Hidra de Lerna que, si le cortas una, le salen otras siete. Ese dios arbitrario que se transforma en cisne, toro, lluvia de oro o lo que haga falta con tal de poder trajinarse a la diosa, o el dios, de turno. A eso, seguramente, es a lo que más nos parecemos y, una vez asumido, ya, difícilmente te va a convencer alguien de que te sumes a cualquiera de las procesiones que se encaminan hacia el paraíso.
En definitiva, paganismo versus monoteismo. Ya Adriano lo entendió y quiso que el Imperio diese marcha atrás. Luego fue Juliano. Pero de nada sirvió porque a las ovejas por lo general les gusta ser comidas por el lobo. Es su sentimiento más oculto y arraigado. Luego vino el Renacimiento que no fue otra cosa que el intento de poner, arte mediante, ese oscuro sentimiento al descubierto. Y algo se consiguió. Y en ello estamos. Pero el avance es exasperantemente lento. Como todo lo que, por otra parte, sólo se puede intentar desde la soledad del exilio interior. ¡Ay, cómo me duele la cabeza!
martes, 15 de septiembre de 2015
Migraciones.
Ayer en el telediario de TV5 que dirige David Pujadas nos pasaron un lacrimoso reportaje sobre el asunto éste tan de moda de las migraciones. Un periodista se metió en una barcaza repleta de padres e hijos que había de recorrer los diez kilómetros que separan la costa turca de la isla de Lesbos. Como la cosa era bastante aburrida hubo que ingeniárselas para que se echase la noche encima y que a tiro de piedra de la costa se parase el motor y tuviese que venir un pescador con su diminuta lancha a remolcarlos. Por supuesto que los primeros en descender entre lloros fueron los niños, uno de seis días, que eran recibidos amablemente por las ONGs que allí estaban a tal efecto. Claro, David Pujadas, estrella donde las haya de la televisión francesa, es nacido en Barcelona, cosa que como de todos es sabido imprime un cierto carácter de tipo sensibilero hacia la galeria. Como cuando todo aquello de Reina por un día y cosas así que de allí venían. Unos jetas de aquí te espero.
Lo que es esto de las migraciones ya quedó niquelado para la historia cuando lo de la isla de Tera que con tanto detalle nos cuenta Heródoto. Cuando el territorio no puede alimentar a todos los que en el viven no queda más remedio que disminuir la población por el procedimiento que sea. Los de Tera armaron un barco y luego echaron a suertes los que se tenían que ir. Se fueron los desafortunados, anduvieron por ahí un buena temporada sin encontrar donde asentarse y, entonces, decidieron volver a Tera. Y Tera les expulsó sin contemplaciones. Con todas variables que ustedes quieran esa historia es la historia de la humanidad. Physic work, que diría Walter Lewin.
Las fronteras son membranas porosas que tienen a cada uno de sus dos lados soluciones, o disoluciones si mejor quieren, con diferente densidad. Así que buena gana de ponerse a lucubrar sobre las migraciones y todas sus indeseables consecuencias cuando no son más que la inexorable adaptación de la naturaleza a las leyes de la física. De donde hay más densidad pasan elementos hacia donde hay menos densidad y en eso consiste todo. Como es lógico pensar, cuando la diferencia de densidades es grande, la velocidad de paso se incrementa. Es lo que está pasando ahora en esta Europa semidesierta que ve como se van rellenando todos los agujeros negros que la vida muelle fue generando. Imagínense la debacle que sería esto si se llegasen a cumplir las previsiones de un trabajador por pensionista. Es evidente que si los que vienen nos necesitan nosotros les necesitamos mucho más a ellos. Porque ellos, que ustedes lo sepan, no vienen a recoger caquitas de perro por las calles, no, vienen a someterse a la extenuante tarea de procrear. A procrear, es decir, a tener hijos que tan pronto alcanzan el uso de la razón ya te quieren quitar de enmedio. Por eso es que todas las civilizaciones cuando llegan a ese grado de desarrollo en el que las necesidades perentorias son cubiertas empleando una mínima parte del tiempo disponible y que, por tanto, la gente puede dedicar millones de horas a mirarse el ombligo, entonces, más pronto que tarde, los padres llegan a la conclusión de que, cuando por descuido, dan en reproducirse, lo sensato es agarrar al neonato y dejarle expuesto a las fieras en mitad del bosque o encerrarlo en una torre para que se pudra. Como Segismundo. Y por supuesto, vigilar que no haya por allí una loba que lo amamante o un pastor que se le lleve a casa y le críe. Siempre ha sido así y esto no va a cambiar. Los ricos no son ricos porque sí sino porque utilizan la cabeza, lo cual, lógicamente, les lleva a no meterse en problemas de imposible solución. Para eso echan mano de los pobres que se cuelan por los poros de la membrana que es la frontera.
Pero claro, los políticos y los periodistas, aunque supiesen estas cosas nunca las dirían. Contar las duras verdades sobre la condición humana es tarea que sólo los poetas pueden realizar sin poner en peligro su integridad. Más que nada porque casi nadie les entiende. Sófocles, Esquilo, Eurípides... de qué me habla usted.
Lo que es esto de las migraciones ya quedó niquelado para la historia cuando lo de la isla de Tera que con tanto detalle nos cuenta Heródoto. Cuando el territorio no puede alimentar a todos los que en el viven no queda más remedio que disminuir la población por el procedimiento que sea. Los de Tera armaron un barco y luego echaron a suertes los que se tenían que ir. Se fueron los desafortunados, anduvieron por ahí un buena temporada sin encontrar donde asentarse y, entonces, decidieron volver a Tera. Y Tera les expulsó sin contemplaciones. Con todas variables que ustedes quieran esa historia es la historia de la humanidad. Physic work, que diría Walter Lewin.
Las fronteras son membranas porosas que tienen a cada uno de sus dos lados soluciones, o disoluciones si mejor quieren, con diferente densidad. Así que buena gana de ponerse a lucubrar sobre las migraciones y todas sus indeseables consecuencias cuando no son más que la inexorable adaptación de la naturaleza a las leyes de la física. De donde hay más densidad pasan elementos hacia donde hay menos densidad y en eso consiste todo. Como es lógico pensar, cuando la diferencia de densidades es grande, la velocidad de paso se incrementa. Es lo que está pasando ahora en esta Europa semidesierta que ve como se van rellenando todos los agujeros negros que la vida muelle fue generando. Imagínense la debacle que sería esto si se llegasen a cumplir las previsiones de un trabajador por pensionista. Es evidente que si los que vienen nos necesitan nosotros les necesitamos mucho más a ellos. Porque ellos, que ustedes lo sepan, no vienen a recoger caquitas de perro por las calles, no, vienen a someterse a la extenuante tarea de procrear. A procrear, es decir, a tener hijos que tan pronto alcanzan el uso de la razón ya te quieren quitar de enmedio. Por eso es que todas las civilizaciones cuando llegan a ese grado de desarrollo en el que las necesidades perentorias son cubiertas empleando una mínima parte del tiempo disponible y que, por tanto, la gente puede dedicar millones de horas a mirarse el ombligo, entonces, más pronto que tarde, los padres llegan a la conclusión de que, cuando por descuido, dan en reproducirse, lo sensato es agarrar al neonato y dejarle expuesto a las fieras en mitad del bosque o encerrarlo en una torre para que se pudra. Como Segismundo. Y por supuesto, vigilar que no haya por allí una loba que lo amamante o un pastor que se le lleve a casa y le críe. Siempre ha sido así y esto no va a cambiar. Los ricos no son ricos porque sí sino porque utilizan la cabeza, lo cual, lógicamente, les lleva a no meterse en problemas de imposible solución. Para eso echan mano de los pobres que se cuelan por los poros de la membrana que es la frontera.
Pero claro, los políticos y los periodistas, aunque supiesen estas cosas nunca las dirían. Contar las duras verdades sobre la condición humana es tarea que sólo los poetas pueden realizar sin poner en peligro su integridad. Más que nada porque casi nadie les entiende. Sófocles, Esquilo, Eurípides... de qué me habla usted.
jueves, 10 de septiembre de 2015
Som i serem
Lo que pasa es que la cabra siempre acaba tirando al monte. Así que lo mejor quizá sea acotar un trozo de monte y regalárselo. Y que no salga de allí ni para ir a misa.
Cuando aquello de los maravillosos años tuve un entrañable amigo catalán. Se daba la circunstancia de que también él era hijo de médico de pueblo. Un pueblo, como el mío, con afamado balneario. Además, los dos habíamos hecho la especialidad en hospitales muy similares en calidad de internos. Y, por si eso fuera poco, ambos conservábamos bastante intacta la rebeldía adolescente. Seguramente a causa del poco caso que a los dos nos hacían las tías buenas. Fuese como fuere, en fin, solíamos participar en las excursiones de fin de semana a los Picos de Europa, jugábamos a las palas en la playa, fumábamos canutos interminables en las veladas y casi todas las noches cenábamos manitas de cordero en Fuente De o "alu cachalu" en lo de Jenny. La Provincia, entonces, colmaba nuestros deseos. O necesidades. Por si todo eso fuera poco, el cemento de nuestra amistad se reforzaba con la cosa ideológica: los dos éramos convencidos antifranquistas. Y también compartíamos el convencimiento de nuestra invulnerabilidad. Por eso nos reíamos al unísono de las advertencias que nos hacían los precavidos, como aquel día que formamos parte de las quince personas que se manifestaron frente al ayuntamiento en medio de un aparato policial descomunal. Como era de esperar, aquel día sólo detuvieron al más tonto de la clase por ir disfrazado de Che Guevara. ¿A quién se le ocurre?
Pasaron los días, e incluso los años, y la amistad, a pesar de la adolescencia resistía incólume. Sin embargo, sin que yo fuera consciente en principio, el amigo catalán empezó un buen día a poner las semillas del distanciamiento por medio de inocentes proclamas de cariz identitario. Reconozco que me costó entender lo que se escondía detrás de aquellos cada vez más frecuentes "som i serem". La verdad es que el chaval, por entonces, tenía una especie de novia que se las hacía pasar canutas. Y así fue que un buen día nos dijo que le habían dado una plaza en un hospital de Barcelona. Luego, cuando viví en aquella ciudad, nos vimos bastante con muy buen feeling hasta que se echó una novia charnega que lo quería todo para ella. Aunque, para entonces, tengo que reconocer que en nuestros encuentros lo de la cosa identitaria ya era un tema tabú. Ya hace mucho que no sé nada de él y lo siento de verdad porque era un tipo de lo más fiable que he conocido en mi vida. Salvo en lo de la tontería identitaria, claro.
Som i serem. Desde luego que es fácil comprender que la pobre gente quiera saber a ciencia cierta quienes son y lo que van a ser en el futuro, hasta la eternidad si es posible... que para Hitler lo era. En eso consiste el nazismo, fascismo, catalanismo o como quieran llamarlo. Felipe González lo insinuó el otro día, pero, como buen cagao que es, al día siguiente se retractó. En dar seguridades imposibles a las pobres gentes que son la mayoría. Respuestas inequívocas a las grandes cuestiones que siempre han inquietado a los humanos. Así, instalados ya en su mayoría en una ficción tan tranquilizadora ya no hay quien pueda con ellos. O los destruyes o te destruyen... sin tienen con qué.
En mis últimos años en Cataluña, en medio de una presión insoportable, una idea me rondaba insistentemente: si estos tipos, me decía, dispusiesen de real poder, un ejercito para que nos entendamos, se pondrían como locos a matar disidentes. Tal era la saña que les producía el sólo nombre de Madrid. Perece de lo más estúpido, pero no de otra manera se han fraguado las grandes tragedias de la historia. Si a las envidias le añades las mentiras ya tienes el cóctel asesino a disposición de los iluminados.
En definitiva, comprendo que las cosas son mucho más complicadas de lo que podemos imaginar las personas con información de andar por casa, que somos casi todos. Así que supongo que lo de Cataluña quedará tal como ahora está porque lo que pretenden los catalanistas nos costaría a todos lo que de ninguna manera estamos dispuestos a pagar. Pero, una cosa es la realidad y otra soñar. Y puestos a soñar, ahora mismo construía una patria catalana que nos dejase en paz de una vez por todas. Incluso, ni pondría fronteras, ni les haría salir del euro, ni de la Comunidad Europea. Simplemente les haría salir de nuestra estima y consideración. Con eso y comprobar cuidadosamente las etiquetas a la hora de comprar en los supermercados les íbamos a poner el culo tan prieto que en dos días iban a venir de rodillas a pedirnos que les quisiéramos. Se lo digo yo que les conozco al dedillo. Nunca vi gente que tuviese tan identificada la dignidad con la buchaca. De eso está compuesta principalmente su grandeza y su miseria. En fin, sea como sea, a ver si baja la marea porque parece que si no se va a llevar toda nuestra paciencia por delante.
Cuando aquello de los maravillosos años tuve un entrañable amigo catalán. Se daba la circunstancia de que también él era hijo de médico de pueblo. Un pueblo, como el mío, con afamado balneario. Además, los dos habíamos hecho la especialidad en hospitales muy similares en calidad de internos. Y, por si eso fuera poco, ambos conservábamos bastante intacta la rebeldía adolescente. Seguramente a causa del poco caso que a los dos nos hacían las tías buenas. Fuese como fuere, en fin, solíamos participar en las excursiones de fin de semana a los Picos de Europa, jugábamos a las palas en la playa, fumábamos canutos interminables en las veladas y casi todas las noches cenábamos manitas de cordero en Fuente De o "alu cachalu" en lo de Jenny. La Provincia, entonces, colmaba nuestros deseos. O necesidades. Por si todo eso fuera poco, el cemento de nuestra amistad se reforzaba con la cosa ideológica: los dos éramos convencidos antifranquistas. Y también compartíamos el convencimiento de nuestra invulnerabilidad. Por eso nos reíamos al unísono de las advertencias que nos hacían los precavidos, como aquel día que formamos parte de las quince personas que se manifestaron frente al ayuntamiento en medio de un aparato policial descomunal. Como era de esperar, aquel día sólo detuvieron al más tonto de la clase por ir disfrazado de Che Guevara. ¿A quién se le ocurre?
Pasaron los días, e incluso los años, y la amistad, a pesar de la adolescencia resistía incólume. Sin embargo, sin que yo fuera consciente en principio, el amigo catalán empezó un buen día a poner las semillas del distanciamiento por medio de inocentes proclamas de cariz identitario. Reconozco que me costó entender lo que se escondía detrás de aquellos cada vez más frecuentes "som i serem". La verdad es que el chaval, por entonces, tenía una especie de novia que se las hacía pasar canutas. Y así fue que un buen día nos dijo que le habían dado una plaza en un hospital de Barcelona. Luego, cuando viví en aquella ciudad, nos vimos bastante con muy buen feeling hasta que se echó una novia charnega que lo quería todo para ella. Aunque, para entonces, tengo que reconocer que en nuestros encuentros lo de la cosa identitaria ya era un tema tabú. Ya hace mucho que no sé nada de él y lo siento de verdad porque era un tipo de lo más fiable que he conocido en mi vida. Salvo en lo de la tontería identitaria, claro.
Som i serem. Desde luego que es fácil comprender que la pobre gente quiera saber a ciencia cierta quienes son y lo que van a ser en el futuro, hasta la eternidad si es posible... que para Hitler lo era. En eso consiste el nazismo, fascismo, catalanismo o como quieran llamarlo. Felipe González lo insinuó el otro día, pero, como buen cagao que es, al día siguiente se retractó. En dar seguridades imposibles a las pobres gentes que son la mayoría. Respuestas inequívocas a las grandes cuestiones que siempre han inquietado a los humanos. Así, instalados ya en su mayoría en una ficción tan tranquilizadora ya no hay quien pueda con ellos. O los destruyes o te destruyen... sin tienen con qué.
En mis últimos años en Cataluña, en medio de una presión insoportable, una idea me rondaba insistentemente: si estos tipos, me decía, dispusiesen de real poder, un ejercito para que nos entendamos, se pondrían como locos a matar disidentes. Tal era la saña que les producía el sólo nombre de Madrid. Perece de lo más estúpido, pero no de otra manera se han fraguado las grandes tragedias de la historia. Si a las envidias le añades las mentiras ya tienes el cóctel asesino a disposición de los iluminados.
En definitiva, comprendo que las cosas son mucho más complicadas de lo que podemos imaginar las personas con información de andar por casa, que somos casi todos. Así que supongo que lo de Cataluña quedará tal como ahora está porque lo que pretenden los catalanistas nos costaría a todos lo que de ninguna manera estamos dispuestos a pagar. Pero, una cosa es la realidad y otra soñar. Y puestos a soñar, ahora mismo construía una patria catalana que nos dejase en paz de una vez por todas. Incluso, ni pondría fronteras, ni les haría salir del euro, ni de la Comunidad Europea. Simplemente les haría salir de nuestra estima y consideración. Con eso y comprobar cuidadosamente las etiquetas a la hora de comprar en los supermercados les íbamos a poner el culo tan prieto que en dos días iban a venir de rodillas a pedirnos que les quisiéramos. Se lo digo yo que les conozco al dedillo. Nunca vi gente que tuviese tan identificada la dignidad con la buchaca. De eso está compuesta principalmente su grandeza y su miseria. En fin, sea como sea, a ver si baja la marea porque parece que si no se va a llevar toda nuestra paciencia por delante.
miércoles, 9 de septiembre de 2015
El sainetero embolicado
La Sainetera era una señora que venía a casa de mis padres a ayudar en las tareas domésticas durante las épocas de nuestras vacaciones. Le habíamos puesto ese nickname a causa de considerar ella un sainete todo lo que pasaba a su alrededor. Sainete por aquí, sainete por allá y eso que, aquellos, por comparación a los de ahora, eran tiempos muy serios. Así que, qué hubiese dicho la buena señora si hubiese conocido las andanzas y opiniones de Don Felipe González, más conocido por Don Honestamente Ledigo.
No es que yo piense que el Sr. Ledigo fuese en su conjunto un mal Presidente de Gobierno. Incluso, si me apuran, les diría que en sus primeros años de mandato resolvió cosas muy problemáticas con notable habilidad. Demostraba por entonces estar muy dotado para la pedagogía política, llama que con el tiempo se le fue apagando y que, luego, a mi juicio ya no hemos vuelto a ver en ninguno de sus sucesores en el cargo. ¡Con lo importante que es que esa llama alumbre!
El caso es que, salvadas honorablemente las primeras urgencias y encauzada ya la marcha de las cosas importantes, el foco de la opinión pública empezó a recaer sobre los pequeños aconteceres de cada día y, ahí, se pudo ver enseguida que el Presidente en su Bodeguilla o no se enteraba de nada o era un consentidor de puro seguro que se sentía. Y entonces fue que lo doméstico se le empezó a embolicar y él respondió instalándose en la ficción. Y así, la pedagogía fue poco a poco sustituida por cataratas de frases hechas del tipo "honestamente le digo", "le voy a ser sincero", que le hacían parecer, más que un Presidente, un vendedor de burros teñidos en una feria de pueblo. La verdad es que sus últimos años al timón fueron un tanto lamentables. Y, probablemente, lo hubieran sido mucho más de no haberse tenido que confrontar con un jefe de la oposición que, dada su simpatía natural, hacía bueno a cualquiera.
Como el final siempre llega, y otro vendrá que hará que te echen a faltar, González se fue a llevar por ahí una vida propia de su condición y conservando, eso sí, un considerable capital de simpatías. Simpatías que en nada se han visto empañadas con el paso del tiempo seguramente debido a que sus sucesores al frente del socialismo han demostrado ser todos unos cantamañanas. Así no es de extrañar que el mito González no sólo no se difumine sino que aumente día a día entre los fieles a la ideología. Y de ahí que sea consultado por los medios para que dé su opinión sobre los más espinosos asuntos que preocupan a la Nación. Y, entonces, él, que sigue sin cortarse un pelo, exhibe con desparpajo un a modo de mixtura entre las dotes pedagógicas y las triquiñuelas de vendedor de burros teñidos que hace que todo quede al final en una especie de sainete.
Y eso ha sido, un sainete de lo más divertido, lo que nos ha ofrecido estos días pasados a propósito de la pestilencia catalana. Entre nación, identidad nacional, nacionalidad y demás mandangas, se ha armado ahí un embolic que está dando para toneladas de tinta. ¡Hay que ser tocho! Como si no supiésemos de antiguo que los turcos entraron en Constantinopla porque los bizantinos estaban distraídos discutiendo sobre cosas que no significaban nada. De ahí lo de bizantinismos, precisamente.
martes, 8 de septiembre de 2015
Obsesivo
Leer las memorias de Casanova no creo que sea cosa que pueda dejar indiferente. Desde luego a Isidoro no le dejó y, con esa facilidad que tiene para el relato de tertulia, se dedicó a inculcar entre sus próximos el veneno casanovista. Por supuesto, no me costó sucumbir y, ya hace años, cojo y dejo esas memorias por temporadas, porque tienen un contenido tan intenso que si insistes en su lectura te pueden obsesionar de mala manera. Para que se hagan una idea, completas son cuarenta y tantas mil páginas del kindle. Con letra pequeña, no se crean. Sólo he leído un cuarto y ya me parece que no he hecho otra cosa en la vida. Quizá en ese fácil sumergimiento influya el hecho de que a estas alturas de la vida ya lleva uno a las espaldas una mochila bien repleta de experiencias de lo más variopintas, no siendo entre ellas despreciables las que hacen referencia a la cosa femenina, aunque, huelga señalarlo, por comparación al mentado me quede a la altura de un Domingo Savio o cosa parecida.
Sabido es que Casanova ha pasado a la historia como sinónimo de mujeriego. Efectivamente, nos cuenta con cierto pormenor sus aventuras amorosas que seguramente eran las normales de los jóvenes de su época medianamente afortunados y, esto es importante, con unos ciertos principios de respeto hacia el otro, o la otra en este caso. Nunca maltrató Casanova a una mujer o la dejó tirada después de haber mantenido un lance amoroso con ella. Por contra, siempre utilizaba su fabuloso ingenio y numerosas influencias para dejarla convenientemente colocada. No, la parte mujeriega, con ser muy importante no es el núcleo de la enjundia de esas memorias. El núcleo es la inusual calidad del retrato de la sociedad europea de su tiempo, el conocido como Siglo de las Luces porque fue precisamente por entonces cuando se descubrieron todas las fórmulas que pusieron a la ciencia, y conocimiento en general, a crecer exponencialmente. Y aquella explosión de inteligencia, como es natural, sólo se podía dar en medio de una libertad espiritual sin más límites que los que ponía la particular idiosincrasia de cada cual... de ahí que, a las Luces, y por lógico deslizamiento, ese siglo añadiera el libertinaje que, si no fue la mecha, sí, con toda seguridad, fue un acelerador del fuego que se extendió por Europa y la obligó a cambiar de era y entrar en la Contemporánea. En la que de momento estamos aunque haciendo pujos ya para salir de ella hacia no sabemos dónde.
Sin duda, la magia de las memorias reside en la calidad de las anécdotas que se suceden una tras otra sin que por medio se interponga la menor paja de relleno. Les contaré algunas para que se hagan una idea. Resulta que Casanova acompañó a un amigo suyo que se quería aliviar con una eslava de buen ver. Para que Casanova no se aburriese con la espera, la eslava le presentó a su hermana de trece años a la que por una modesta suma le podía hacer todo lo que quisiese menos lo definitivo. Casanova la pidió que se desnudase y al verla tal cual quedó deslumbrado ante la perfección y gracia de las formas de la adolescente. Dado que la eslava se mantenía firme respecto a lo definitivo, Casanova, en una próxima visita, se trajo un afamado retratista para que plasmase aquel prodigio. El retratista hizo su trabajo que después completó en el estudio al que solían acudir notables del Reino. Uno de estos, queriendo ganar escalones en la corte, vio en el retrato una oportunidad y lo compró por una suma fabulosa para regalárselo al Rey. Esté, nada más verlo, dijo: "Por Dios bendito, que me traigan inmediatamente a este prodigio de la naturaleza para que apague el fuego que ha encendido". Dicho y hecho, la lavaron y se la trajeron y, sin perder un minuto, retiró los aditamentos indumentarios para comprobar manu propria si el artilugio en cuestión estaba intacto. Visto que sí, mandó instalarla en uno de los pabellones que a tal efecto había hecho construir cabe a sus apartamentos reales. Y allí la tuvo un par de años hasta que se le hizo mayor y la mandó a mudarse aunque, eso sí, grandeza obliga, con una bolsa llena de doblones por equipaje. Así era el absolutismo y a nadie parecía extrañarle. Aunque, claro, la procesión, como luego se vio, iba por dentro.
Y es que los reyes tiraban de pasta a su real antojo porque Francia regorgeait de riquezas de todo tipo. En tal sentido nos cuenta el autor, a propósito de su paso por Lyon, en qué consistía la boyante economía de esa ciudad. Les trancribiré unas lineas para que juzguen ustedes mismos:
"La riqueza de Lyon proviene del buen gusto y los bajos precios, y la Moda es la diosa a la que esta ciudad debe su prosperidad. La Moda cambia cada año y los modelos actualizados que tienen un valor digamos que de treinta, al año siguiente valen quince o veinte y, entonces, son enviados a países extranjeros donde son comprados como novedades.
Los fabricantes de Lyon pagan grandes salarios a los diseñadores de talento; en eso consiste el secreto de su éxito. Los bajos precios son la consecuencia de la Competencia, un fructífero mecanismo de riqueza y una hija de la Libertad. Por tanto, un gobierno que desee establecer unas bases firmes de prosperidad debe dar al comercio completa libertad, preocupándose solamente de prevenir el fraude que intereses privados, a menudo erróneamente entendidos, pueden inventar a expensas del público y general interés. De hecho, lo único que tienen que hacer los gobiernos es sostener las balanzas y dejar que la gente cargue sus platos como mejor les venga en gana."
Y así todo.
Sabido es que Casanova ha pasado a la historia como sinónimo de mujeriego. Efectivamente, nos cuenta con cierto pormenor sus aventuras amorosas que seguramente eran las normales de los jóvenes de su época medianamente afortunados y, esto es importante, con unos ciertos principios de respeto hacia el otro, o la otra en este caso. Nunca maltrató Casanova a una mujer o la dejó tirada después de haber mantenido un lance amoroso con ella. Por contra, siempre utilizaba su fabuloso ingenio y numerosas influencias para dejarla convenientemente colocada. No, la parte mujeriega, con ser muy importante no es el núcleo de la enjundia de esas memorias. El núcleo es la inusual calidad del retrato de la sociedad europea de su tiempo, el conocido como Siglo de las Luces porque fue precisamente por entonces cuando se descubrieron todas las fórmulas que pusieron a la ciencia, y conocimiento en general, a crecer exponencialmente. Y aquella explosión de inteligencia, como es natural, sólo se podía dar en medio de una libertad espiritual sin más límites que los que ponía la particular idiosincrasia de cada cual... de ahí que, a las Luces, y por lógico deslizamiento, ese siglo añadiera el libertinaje que, si no fue la mecha, sí, con toda seguridad, fue un acelerador del fuego que se extendió por Europa y la obligó a cambiar de era y entrar en la Contemporánea. En la que de momento estamos aunque haciendo pujos ya para salir de ella hacia no sabemos dónde.
Sin duda, la magia de las memorias reside en la calidad de las anécdotas que se suceden una tras otra sin que por medio se interponga la menor paja de relleno. Les contaré algunas para que se hagan una idea. Resulta que Casanova acompañó a un amigo suyo que se quería aliviar con una eslava de buen ver. Para que Casanova no se aburriese con la espera, la eslava le presentó a su hermana de trece años a la que por una modesta suma le podía hacer todo lo que quisiese menos lo definitivo. Casanova la pidió que se desnudase y al verla tal cual quedó deslumbrado ante la perfección y gracia de las formas de la adolescente. Dado que la eslava se mantenía firme respecto a lo definitivo, Casanova, en una próxima visita, se trajo un afamado retratista para que plasmase aquel prodigio. El retratista hizo su trabajo que después completó en el estudio al que solían acudir notables del Reino. Uno de estos, queriendo ganar escalones en la corte, vio en el retrato una oportunidad y lo compró por una suma fabulosa para regalárselo al Rey. Esté, nada más verlo, dijo: "Por Dios bendito, que me traigan inmediatamente a este prodigio de la naturaleza para que apague el fuego que ha encendido". Dicho y hecho, la lavaron y se la trajeron y, sin perder un minuto, retiró los aditamentos indumentarios para comprobar manu propria si el artilugio en cuestión estaba intacto. Visto que sí, mandó instalarla en uno de los pabellones que a tal efecto había hecho construir cabe a sus apartamentos reales. Y allí la tuvo un par de años hasta que se le hizo mayor y la mandó a mudarse aunque, eso sí, grandeza obliga, con una bolsa llena de doblones por equipaje. Así era el absolutismo y a nadie parecía extrañarle. Aunque, claro, la procesión, como luego se vio, iba por dentro.
Y es que los reyes tiraban de pasta a su real antojo porque Francia regorgeait de riquezas de todo tipo. En tal sentido nos cuenta el autor, a propósito de su paso por Lyon, en qué consistía la boyante economía de esa ciudad. Les trancribiré unas lineas para que juzguen ustedes mismos:
"La riqueza de Lyon proviene del buen gusto y los bajos precios, y la Moda es la diosa a la que esta ciudad debe su prosperidad. La Moda cambia cada año y los modelos actualizados que tienen un valor digamos que de treinta, al año siguiente valen quince o veinte y, entonces, son enviados a países extranjeros donde son comprados como novedades.
Los fabricantes de Lyon pagan grandes salarios a los diseñadores de talento; en eso consiste el secreto de su éxito. Los bajos precios son la consecuencia de la Competencia, un fructífero mecanismo de riqueza y una hija de la Libertad. Por tanto, un gobierno que desee establecer unas bases firmes de prosperidad debe dar al comercio completa libertad, preocupándose solamente de prevenir el fraude que intereses privados, a menudo erróneamente entendidos, pueden inventar a expensas del público y general interés. De hecho, lo único que tienen que hacer los gobiernos es sostener las balanzas y dejar que la gente cargue sus platos como mejor les venga en gana."
Y así todo.
lunes, 7 de septiembre de 2015
Desbroce
Gracias al querer de los dioses omnipotentes me encuentro en unas condiciones físicas bastante más que aceptables para mi edad. También, supongo, algo tendrá que ver en ello el tipo de vida que vengo llevando desde que empecé a dejar de segregar hormona del crecimiento. He fumado algunos canutillos y picardías por el estilo, pero, por lo demás, casi como un eremita en su ergástula. De todas formas, estoy prevenido para cualquier incidencia desagradable sobrevenida en el momento menos pensado, los dioses no lo quieran. Pero una cosa es lo físico y otra es lo psíquico. Ahí, sí que el paso de los años es implacable. El escepticismo se incrementa de forma exponencial y, con él, el desinterés por la mayoría de los asuntos que hacen que el mundo parezca una jaula de grillos. Por no hablar de la necesidad de abarcar territorio. Ya, hasta los viajes en bicicleta por tierras castellanas me empiezan a parecer cansinos y monótonos. Como diría Pessoa, ya he visto todos los paisajes del mundo y, también, una puesta de sol no es más que una puesta de sol la veas donde la veas. Así que, desbrozado ya casi del todo, me siento en mi trono de jerife y, rodeado de mis affaires, apenas cuatro o cinco, vivo como si tuviera todo el mundo al alcance de mi mano, de mi vista y, sobre todo, de mi comprensión. Y, para colmo, he descubierto que en los bajos del edificio hay un bar en el que se come divinamente por once euros.
La vida como proceso de desbroce. Ir sacudiéndose y dejando de lado todo lo que hacemos persiguiendo quimeras, que no otra cosa es casi todo lo que hacemos. Y dedicándose con parsimonia y ambición a tres o cuatro objetivos inalcanzables: comprender el mundo, llevarse bien con el entorno, tocar la guitarra, o lo que sea con tal de que para ello haya que saber música, y hacer malabarismos en el espacio con los planos y las rectas hasta conseguir convertirlos en pixeles. Y que la vida siga así hasta que los dioses quieran. Y que nadie me venga con cuentos porque le mando a paseo.
La vida como proceso de desbroce. Ir sacudiéndose y dejando de lado todo lo que hacemos persiguiendo quimeras, que no otra cosa es casi todo lo que hacemos. Y dedicándose con parsimonia y ambición a tres o cuatro objetivos inalcanzables: comprender el mundo, llevarse bien con el entorno, tocar la guitarra, o lo que sea con tal de que para ello haya que saber música, y hacer malabarismos en el espacio con los planos y las rectas hasta conseguir convertirlos en pixeles. Y que la vida siga así hasta que los dioses quieran. Y que nadie me venga con cuentos porque le mando a paseo.
domingo, 6 de septiembre de 2015
Decíamos ayer
He leído en un artículo que un numeroso grupo de esos refugiados que vienen de Siria se negaron a aceptar la comida que les daban al grito de Alá es grande porque venía en unos paquetes con el logotipo de la Cruz Roja. ¡Una cruz, vade retro! Tendría que haberlo visto para poder creerlo, pero, por otra parte, no me extraña mucho que así haya sido porque sé por la experiencia que nos aporta la Historia hasta que punto es suicida el fanatismo. Todo lo que pasa en Oriente Medio, como lo que pasó en Europa hace ochenta años, no es otra cosa que el producto del triunfo de los prejuicios sobre la razón. Y los prejuicios, como saben, son los ladrillos con los que se construye el edificio del fanatismo. Y, una vez construido, como todo lo que falla por sus fundamentos, ya no se puede hacer otra cosa que ponerse a resguardo de las consecuencias de su inevitable derrumbe.
En su editorial de hoy escribe el director de La Vanguardia lo siguiente: "Nunca los pueblos no catalanes de España querrán reconocer la nacionalidad, la personalidad catalana, a pesar de ser tan clara como el agua". Si una persona de tal preeminencia social es capaz de decir semejante mamarrachada, hilando prejuicio tras prejuicio, o sandez tras sandez, ya me dirán ustedes cómo vamos a agarrar esa mosca por el rabo. La única solución que yo veo es la de ponerse a resguardo. Como hice yo hace ocho años que ya por entonces sólo un ciego neuronal podía no ver lo que se estaba viniendo encima. Y no es que piense que Cataluña, con eñe, por supuesto, vaya a ser independiente y todas esas bobadas que sólo caben en mentes enfermas, no, es simplemente que donde se instala un fanatismo cualquiera la vida alrededor es un verdadero infierno para quien se obstina en pensar por libre.
De todas formas hay que tener en cuenta, siguiendo siempre el curso de la Historia, que no ha habido sociedad que en sintiéndose decaer y frágil no se haya apresurado a levantar ese edificio del fanatismo a base de los más variopintos y sorprendentes prejuicios. Seguramente es el mecanismo de defensa que la naturaleza tiene previsto para semejantes situaciones. Es como las personas que al verse con problemas, en vez de enfrentarlos, tiende a inventarse mil mandangas con las que construye una realidad paralela en la que vive ajena a toda la podredumbre que esparce a su alrededor.
En definitiva, las mentes libres nunca esperan a que el fanatismo les devore. Ponen tierra por medio porque saben que tras el inevitable derrumbe ellas serán el germen del que nacerá una sociedad mucho mejor. Así lo hicieron Erasmo, Mann, Freud, o los mismos Azúa y Boadella por acogernos al presente. La lista sería infinita. Y al final, todos ellos, como Fray Luis, volvieron a su cátedra para proclamar: "Decíamos ayer..."
viernes, 4 de septiembre de 2015
Niños grandes
Casanova está haciendo una visita a su vecina de habitación en un hotel de París, una atribulada mujer de 16 años que casualmente está en la cama reponiéndose de los estragos causados por un fracaso amoroso. Ella está muy receptiva y él, como siempre, deseando ayudar. Y qué mejor ayuda para un espíritu doliente que el distendido filosofar:
.-¿Cómo puede una convertirse en filósofa?
.-Pensando.
.-Debe una pensar durante mucho tiempo.
.-Toda la vida.
.-Entonces, ¿nunca se acaba?
.-Nunca, pero uno mejora tanto como es posible y obtiene la cantidad de felicidad que es susceptible de disfrutar.
.-¿Y cómo puede ser sentida esa felicidad?
.-Por todo el placer que el filósofo obtiene cuando es consciente de que lo ha conseguido por su esfuerzo y, especialmente, desembarazándose de los prejuicios que convierten a la mayoría de los hombres en niños grandes.
.-¿Qué es el placer? ¿Qué significa prejuicio?
.-Placer es...
.-¿Y tú dices que se obtiene desembarazándose de los prejuicios? Entonces, dime qué son los prejuicios y cómo se desembaraza uno de ellos.
.-Tu pregunta, querida criatura, no tiene una respuesta fácil. La filosofía moral no tiene un tema más importante, o más difícil, por resolver. Es una lección que dura toda la vida. Pero voy a decirte en unas pocas palabras qué es lo que llamamos prejuicio: es el deber para cuya existencia no encontramos razón de ser en la naturaleza.
.-¿Entonces, la naturaleza debe de ser el principal estudio del filósofo?
.-Ciertamente. El mejor de los filósofos es el que comete menos errores.
.-...
No les cuento cómo acabó la visita porque huelga tratándose de Casanova. En cualquier caso, bien está que el maestro sea retribuido por sus lecciones. Y más cuando son magistrales.
.-¿Cómo puede una convertirse en filósofa?
.-Pensando.
.-Debe una pensar durante mucho tiempo.
.-Toda la vida.
.-Entonces, ¿nunca se acaba?
.-Nunca, pero uno mejora tanto como es posible y obtiene la cantidad de felicidad que es susceptible de disfrutar.
.-¿Y cómo puede ser sentida esa felicidad?
.-Por todo el placer que el filósofo obtiene cuando es consciente de que lo ha conseguido por su esfuerzo y, especialmente, desembarazándose de los prejuicios que convierten a la mayoría de los hombres en niños grandes.
.-¿Qué es el placer? ¿Qué significa prejuicio?
.-Placer es...
.-¿Y tú dices que se obtiene desembarazándose de los prejuicios? Entonces, dime qué son los prejuicios y cómo se desembaraza uno de ellos.
.-Tu pregunta, querida criatura, no tiene una respuesta fácil. La filosofía moral no tiene un tema más importante, o más difícil, por resolver. Es una lección que dura toda la vida. Pero voy a decirte en unas pocas palabras qué es lo que llamamos prejuicio: es el deber para cuya existencia no encontramos razón de ser en la naturaleza.
.-¿Entonces, la naturaleza debe de ser el principal estudio del filósofo?
.-Ciertamente. El mejor de los filósofos es el que comete menos errores.
.-...
No les cuento cómo acabó la visita porque huelga tratándose de Casanova. En cualquier caso, bien está que el maestro sea retribuido por sus lecciones. Y más cuando son magistrales.
Sostiene Casanova
Indudablemente siempre hay que partir del principio de que por el querer de los dioses en cualquier momento puede pasar cualquier cosa inesperada. Para bien o para mal, aunque las que son para bien las solemos dar por granted, o sea, como que es lo más natural que así sean y por eso no hay que dar gracias a nadie. Un craso error, por supuesto, para el que, se diría, estamos programados de nacimiento. La realidad es que la vida nos está favoreciendo continuamente con mil dones y que, de vez en cuando, por lo que sea, se cansa y nos somete a una amarga prueba. Y, entonces, ¡vaya que si lo notamos! Y lamentamos.
Dice Casanova que la moral es la metafísica de la física. Para que nos entendamos con el rollo que nos venimos trayendo, las cosas buenas y malas que nos pasan son la física y la relación causa efecto que pudiera haber entre unas y otras la metafísica. En su conjunto, la moral. ¿Será que los dioses se cansan de nuestro desagradecimiento por lo bueno que nos dan por lo que nos envían de vez en cuando esos dardos inclementes? Bien, todas las religiones se fundan más o menos en eso y está en la condición de cada cual tomárselo en serio o no. Lo que no es práctico ni inteligente, creo, es pasar por alto estas cuestiones y no dedicarles unos minutos al menos de meditación al día. Sócrates, desde luego, lo hacía y por eso fue la persona más feliz de la que se tiene noticia.
El caso es que ha aparecido un día de estos un niño muerto en una playa. Alguien le hizo una foto, la puso en los periódicos y, a partir de ahí, toda la metafísica que ustedes quieran. De la de andar por casa, claro, que es la que mejor apacigua los espíritus de inmediato. En principio, para muchos, esas cosas no pasarían si no hubiese americanos y judíos. Para otros, bien es verdad que muchos menos, esas cosas pasan porque ciertos padres en vez de madrugar para llevar a sus hijos al colegio antes de ir al trabajo se pasan el día con el culo en pompa en dirección a La Meca. Como saben, la metafísica es cuestión de visión de la jugada. Para todos los gustos por tanto. Más razón que fe, más fe que razón. Más Dionisos que Apolo, más Apolo que Dionisos. En el disbalance entre unas cosas y otras, intuyo, está la madre de todas las desgracias.
En fin, lo que los dioses quieran que sea, pero, yo, mientras vea cuando bajo a desayunar a todos esos niños uniformados esperando el autobús del colegio no me preocupo por el futuro porque sé a ciencia cierta que los dioses saben apreciar ese esfuerzo y compensarlo en consecuencia.
Dice Casanova que la moral es la metafísica de la física. Para que nos entendamos con el rollo que nos venimos trayendo, las cosas buenas y malas que nos pasan son la física y la relación causa efecto que pudiera haber entre unas y otras la metafísica. En su conjunto, la moral. ¿Será que los dioses se cansan de nuestro desagradecimiento por lo bueno que nos dan por lo que nos envían de vez en cuando esos dardos inclementes? Bien, todas las religiones se fundan más o menos en eso y está en la condición de cada cual tomárselo en serio o no. Lo que no es práctico ni inteligente, creo, es pasar por alto estas cuestiones y no dedicarles unos minutos al menos de meditación al día. Sócrates, desde luego, lo hacía y por eso fue la persona más feliz de la que se tiene noticia.
El caso es que ha aparecido un día de estos un niño muerto en una playa. Alguien le hizo una foto, la puso en los periódicos y, a partir de ahí, toda la metafísica que ustedes quieran. De la de andar por casa, claro, que es la que mejor apacigua los espíritus de inmediato. En principio, para muchos, esas cosas no pasarían si no hubiese americanos y judíos. Para otros, bien es verdad que muchos menos, esas cosas pasan porque ciertos padres en vez de madrugar para llevar a sus hijos al colegio antes de ir al trabajo se pasan el día con el culo en pompa en dirección a La Meca. Como saben, la metafísica es cuestión de visión de la jugada. Para todos los gustos por tanto. Más razón que fe, más fe que razón. Más Dionisos que Apolo, más Apolo que Dionisos. En el disbalance entre unas cosas y otras, intuyo, está la madre de todas las desgracias.
En fin, lo que los dioses quieran que sea, pero, yo, mientras vea cuando bajo a desayunar a todos esos niños uniformados esperando el autobús del colegio no me preocupo por el futuro porque sé a ciencia cierta que los dioses saben apreciar ese esfuerzo y compensarlo en consecuencia.
jueves, 3 de septiembre de 2015
Salida inmediata
Otra vez en el tren. Tengo cuatro asientos para mí y otros cuatro que quisiera. Así que he sacado todos mis affaires y los he dispuesto a la manera que lo hago en el salón de mi casa. Tengo cuatro horas por delante hasta Valladolid de las que ya me regodeo por adelantado. Allí me daré una vuelta, tomaré un refrigerio y luego, Avant mediante, aterrizaré en Chamartín en apenas una hora.
Viajar en tren es una filosofía de vida. No quiero otra. Primero, llegar a la estación con tiempo para demorarse en la contemplación del personal que está de paso. Los que van de cercanías y de largo recorrido. Los ligeros de equipaje y los de voluminoso. Los nerviosos y los relajados. Un retazo de vida intenso pautado por los paneles movedizos. Un fogonazo y un montón de gente sale disparada hacia una boca que se los traga sin dejar rastro. El tiempo pasa hasta que te llega el turno. Buscas tu reserva y te acomodas. Es una sensación de confort completamente ajena a cualquier tipo de riesgo. Y, sin embargo, en menos de diez minutos estarás en medio de un tunel a 250 kms por hora. La verdad, no sé para qué tanto, pero ya que lo hay yo lo uso
Recuerdo con pormenores la primera vez que hice este recorrido hasta Valladolid hace la friolera de 57 años. Íbamos todo el curso a examinarnos de Preuniversitario. Era un día de finales de junio y hacía un calor africano. Salimos a las dos y cuarto de la tarde y llegamos bien pasada la media noche. Los vagones eran como los del oeste, con asientos de madera y una plataforma posterior a la que cada sí y cada no salíamos a fumar cigarrillos. Entre calada y calada, sentados en las escalerilas de acceso, mirábamos a lo lejos y nos hacíamos confidencias. Los campos de cereales estaban en sazón y por aquí y por allá había gente cosechando. Todavía había cuadrillas de segadores por aquel entonces. ¡Qué feo es todo esto!, nos confesábamos convencidos de la superioridad a todos los efectos de nuestra verde patria. Y así todo el rato, secándonos el sudor y sacándonos las carbonillas que se nos metían en los ojos. Las últimas horas, anochecido ya, sin cigarrillos y con todos los espíritus irritados por el cansancio y el hambre, las recuerdo con horror. No creo que se hayan dicho nunca más barbaridades sobre la estepa y los maquetos que las que llegamos a decir en aquellas horas aciagas. Y al día siguiente a examinarnos. La cosecha de calabazas, como no hubiese podido ser de otra forma, fue portentosa.
Pues sí, bien mirado, pocas cosas habrá que sinteticen mejor el espíritu de la época que me ha tocado vivir que la evolución de los trenes. Voy rápido y confortable por el mismo trazado que antaño fueron incómodos y lentos mis bisabuelos. Y veo que allí, por el camino al fondo de las hoces, ya no pasan coches. Ahora van por esos viaductos a mi derecha que parecen obra del diablo. ¡Cuanto esfuerzo, Dios mío, para mantener la ilusión de ganarle unos minutos a la vida!
Bueno, voy a ver si pillo cobertura y publico esto.
miércoles, 2 de septiembre de 2015
Zancadillas
Al llegar a la estación de Frómista para tomar el tren hacia Santander he visto que había un señor mayor en actitud de espera y le he saludado. No se ha dado por aludido. He observado su equipaje y he colegido que se debía tratar de alguien averiado. No ha tardado en llegar el tren y yo me he ido apresurado hacia el vagón de delante, que es en donde se colocan las bicicletas, mientras escuchaba al presunto averiado lanzar una serie de denuestos hacia España. Desde que es una mierda para arriba, lo que quieran. Sin duda el destinatario de la retahíla era yo porque no había nadie más por allí. Lo he tomado como de donde venía no sin que, ya, confortablemente sentado y viendo correr los campos, unos arados ya y otros todavía con los rastrojos, me haya dado por pensar en la cantidad de gente que dice cosas sobre España como el averiado de marras. Yo mismo en ocasiones en las que busco en el despotrique un alivio para mi espíritu sufriente.
Porque es inevitable que de vez en cuando, por lo que sea, el espíritu esté hipersensible para lo desagradable que nunca falta. Uno, entonces, puede pensar que no necesariamente tendría que ser así dado que hay sitios en los que esas cosas no pasan. Y no pasan porque la gente fue a mejores escuelas desde hace generaciones. O porque hay unas autoridades que se empeñan en hacer cumplir la ley. O, simplemente, porque como está permitido portar armas todo el mundo anda con más cuidado respecto a la existencia de los otros no vaya a ser que alguno se cabree y sea más rápido sacando. En fin, que lo que necesitamos olvidar cuando pensamos en estas cosas es que en esos sitios mejores también cuecen habas y que cuando estás hipersensible las encuentras aunque para ello necesites remover las piedras del pavimento.
Pero seamos serios y valoremos lo nuestro por comparación que es la única manera de valorar con objetividad. Hay que ser muy, pero que muy catalán para no querer reconocer que haber nacido en España es un chollo a casi todos los efectos. Y digo casi por lo de las fiestas que creo nos pasamos un pelín, pero, bueno, quizá es que yo vengo de familia de cristianos nuevos, o sea, de los de a la fuerza ahorcan, y ya saben lo que gente así piensa de Dionisos. Para empezar, éste es un país en el que como en casi ningún otro sitio se viene apuntando todo desde tiempo inmemorial, es decir, un país con un disco duro repleto de datos. Y tener todos esos datos a disposición ha sido clave para que tanta gente haya podido pensar en profundidad desde hace unos cuantos siglos. Así es que tenemos una historia del pensamiento imponente, todo el Siglo de Oro, y eso, no lo duden, está en el origen de lo que hoy somos. Lo sepan o no lo sepan los españoles llevan a Gracián en los entresijos de su razonar y eso no es en vano porque por mucho que a veces nos ofusquemos al final siempre sale a la luz que al armarse zancadillas los unos a los otros siempre se cae con más daño que escarmiento.
Así es que ya va para 75 años que aquí nadie arma zancadillas al vecino y cuando algún averiado amaga se le hace poco caso para que vaya cogiendo confianza y se desprevenga de lo que se le viene encima. Porque aquí, no se engañen, aunque vivimos disfrazados de piadosos católicos, a la hora de la verdad, cuando la cosa se pone seria, sacamos la vena calvinista y el que la hace la paga multiplicada por n. Y por eso supongo que es que los trenes siempre llegan puntuales como los que más en el mundo. Se lo digo yo que no me bajo de ellos.
Porque es inevitable que de vez en cuando, por lo que sea, el espíritu esté hipersensible para lo desagradable que nunca falta. Uno, entonces, puede pensar que no necesariamente tendría que ser así dado que hay sitios en los que esas cosas no pasan. Y no pasan porque la gente fue a mejores escuelas desde hace generaciones. O porque hay unas autoridades que se empeñan en hacer cumplir la ley. O, simplemente, porque como está permitido portar armas todo el mundo anda con más cuidado respecto a la existencia de los otros no vaya a ser que alguno se cabree y sea más rápido sacando. En fin, que lo que necesitamos olvidar cuando pensamos en estas cosas es que en esos sitios mejores también cuecen habas y que cuando estás hipersensible las encuentras aunque para ello necesites remover las piedras del pavimento.
Pero seamos serios y valoremos lo nuestro por comparación que es la única manera de valorar con objetividad. Hay que ser muy, pero que muy catalán para no querer reconocer que haber nacido en España es un chollo a casi todos los efectos. Y digo casi por lo de las fiestas que creo nos pasamos un pelín, pero, bueno, quizá es que yo vengo de familia de cristianos nuevos, o sea, de los de a la fuerza ahorcan, y ya saben lo que gente así piensa de Dionisos. Para empezar, éste es un país en el que como en casi ningún otro sitio se viene apuntando todo desde tiempo inmemorial, es decir, un país con un disco duro repleto de datos. Y tener todos esos datos a disposición ha sido clave para que tanta gente haya podido pensar en profundidad desde hace unos cuantos siglos. Así es que tenemos una historia del pensamiento imponente, todo el Siglo de Oro, y eso, no lo duden, está en el origen de lo que hoy somos. Lo sepan o no lo sepan los españoles llevan a Gracián en los entresijos de su razonar y eso no es en vano porque por mucho que a veces nos ofusquemos al final siempre sale a la luz que al armarse zancadillas los unos a los otros siempre se cae con más daño que escarmiento.
Así es que ya va para 75 años que aquí nadie arma zancadillas al vecino y cuando algún averiado amaga se le hace poco caso para que vaya cogiendo confianza y se desprevenga de lo que se le viene encima. Porque aquí, no se engañen, aunque vivimos disfrazados de piadosos católicos, a la hora de la verdad, cuando la cosa se pone seria, sacamos la vena calvinista y el que la hace la paga multiplicada por n. Y por eso supongo que es que los trenes siempre llegan puntuales como los que más en el mundo. Se lo digo yo que no me bajo de ellos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)