miércoles, 16 de septiembre de 2015

La cegadora luz sofoclea

Decíamos ayer que ¿quién conoce, no ya leído, a Esquilo, Sófocles y Eurípides? Estoy convencido de que a más de uno de mis avisados lectores le pareció una de entre las tantas pedanterías mías. Y puede que así sea. Sin embargo, me van a permitir que insista: si alguien tiene interés por conocer lo que realmente se le pasa por los entresijos de su cabeza, o corazón como dicen algunos, una buena manera de comenzar es demorarse tanto como sea necesario en la lectura de esos señores. Y no se me vengan abajo por lo que pudieran llegar a descubrir. "La cegadora luz sofoclea", que me recordaba PedroA no hace mucho.  

El caso es que, se me antoja, difícilmente vamos a saber de qué va el mundo, incluida Cataluña, con perdón, si no sabemos de qué vamos nosotros mismos. Porque, sin duda, esa es la mayor y más peligrosa de todas las ignorancias. Esa ignorancia que nos lleva a creer que estamos hechos a imagen y semejanza de un dios infinitamente bueno, poderoso, sabio, justo, principio y fin de todas las cosas. Pues sí, una cosa es cierta, estamos hechos a imagen y semejanza de un dios, pero no el que quieren los monoteistas sino de uno con más cabezas que la Hidra de Lerna que, si le cortas una, le salen otras siete. Ese dios arbitrario que se transforma en cisne, toro, lluvia de oro o lo que haga falta con tal de poder trajinarse a la diosa, o el dios, de turno. A eso, seguramente, es a lo que más nos parecemos y, una vez asumido, ya, difícilmente te va a convencer alguien de que te sumes a cualquiera de las procesiones que se encaminan hacia el paraíso.

En definitiva, paganismo versus monoteismo. Ya Adriano lo entendió y quiso que el Imperio diese marcha atrás. Luego fue Juliano. Pero de nada sirvió porque a las ovejas por lo general les gusta ser comidas por el lobo. Es su sentimiento más oculto y arraigado. Luego vino el Renacimiento que no fue otra cosa que el intento de poner, arte mediante, ese oscuro sentimiento al descubierto. Y algo se consiguió. Y en ello estamos. Pero el avance es exasperantemente lento. Como todo lo que, por otra parte, sólo se puede intentar desde la soledad del exilio interior. ¡Ay, cómo me duele la cabeza!

No hay comentarios:

Publicar un comentario