Leer las memorias de Casanova no creo que sea cosa que pueda dejar indiferente. Desde luego a Isidoro no le dejó y, con esa facilidad que tiene para el relato de tertulia, se dedicó a inculcar entre sus próximos el veneno casanovista. Por supuesto, no me costó sucumbir y, ya hace años, cojo y dejo esas memorias por temporadas, porque tienen un contenido tan intenso que si insistes en su lectura te pueden obsesionar de mala manera. Para que se hagan una idea, completas son cuarenta y tantas mil páginas del kindle. Con letra pequeña, no se crean. Sólo he leído un cuarto y ya me parece que no he hecho otra cosa en la vida. Quizá en ese fácil sumergimiento influya el hecho de que a estas alturas de la vida ya lleva uno a las espaldas una mochila bien repleta de experiencias de lo más variopintas, no siendo entre ellas despreciables las que hacen referencia a la cosa femenina, aunque, huelga señalarlo, por comparación al mentado me quede a la altura de un Domingo Savio o cosa parecida.
Sabido es que Casanova ha pasado a la historia como sinónimo de mujeriego. Efectivamente, nos cuenta con cierto pormenor sus aventuras amorosas que seguramente eran las normales de los jóvenes de su época medianamente afortunados y, esto es importante, con unos ciertos principios de respeto hacia el otro, o la otra en este caso. Nunca maltrató Casanova a una mujer o la dejó tirada después de haber mantenido un lance amoroso con ella. Por contra, siempre utilizaba su fabuloso ingenio y numerosas influencias para dejarla convenientemente colocada. No, la parte mujeriega, con ser muy importante no es el núcleo de la enjundia de esas memorias. El núcleo es la inusual calidad del retrato de la sociedad europea de su tiempo, el conocido como Siglo de las Luces porque fue precisamente por entonces cuando se descubrieron todas las fórmulas que pusieron a la ciencia, y conocimiento en general, a crecer exponencialmente. Y aquella explosión de inteligencia, como es natural, sólo se podía dar en medio de una libertad espiritual sin más límites que los que ponía la particular idiosincrasia de cada cual... de ahí que, a las Luces, y por lógico deslizamiento, ese siglo añadiera el libertinaje que, si no fue la mecha, sí, con toda seguridad, fue un acelerador del fuego que se extendió por Europa y la obligó a cambiar de era y entrar en la Contemporánea. En la que de momento estamos aunque haciendo pujos ya para salir de ella hacia no sabemos dónde.
Sin duda, la magia de las memorias reside en la calidad de las anécdotas que se suceden una tras otra sin que por medio se interponga la menor paja de relleno. Les contaré algunas para que se hagan una idea. Resulta que Casanova acompañó a un amigo suyo que se quería aliviar con una eslava de buen ver. Para que Casanova no se aburriese con la espera, la eslava le presentó a su hermana de trece años a la que por una modesta suma le podía hacer todo lo que quisiese menos lo definitivo. Casanova la pidió que se desnudase y al verla tal cual quedó deslumbrado ante la perfección y gracia de las formas de la adolescente. Dado que la eslava se mantenía firme respecto a lo definitivo, Casanova, en una próxima visita, se trajo un afamado retratista para que plasmase aquel prodigio. El retratista hizo su trabajo que después completó en el estudio al que solían acudir notables del Reino. Uno de estos, queriendo ganar escalones en la corte, vio en el retrato una oportunidad y lo compró por una suma fabulosa para regalárselo al Rey. Esté, nada más verlo, dijo: "Por Dios bendito, que me traigan inmediatamente a este prodigio de la naturaleza para que apague el fuego que ha encendido". Dicho y hecho, la lavaron y se la trajeron y, sin perder un minuto, retiró los aditamentos indumentarios para comprobar manu propria si el artilugio en cuestión estaba intacto. Visto que sí, mandó instalarla en uno de los pabellones que a tal efecto había hecho construir cabe a sus apartamentos reales. Y allí la tuvo un par de años hasta que se le hizo mayor y la mandó a mudarse aunque, eso sí, grandeza obliga, con una bolsa llena de doblones por equipaje. Así era el absolutismo y a nadie parecía extrañarle. Aunque, claro, la procesión, como luego se vio, iba por dentro.
Y es que los reyes tiraban de pasta a su real antojo porque Francia regorgeait de riquezas de todo tipo. En tal sentido nos cuenta el autor, a propósito de su paso por Lyon, en qué consistía la boyante economía de esa ciudad. Les trancribiré unas lineas para que juzguen ustedes mismos:
"La riqueza de Lyon proviene del buen gusto y los bajos precios, y la Moda es la diosa a la que esta ciudad debe su prosperidad. La Moda cambia cada año y los modelos actualizados que tienen un valor digamos que de treinta, al año siguiente valen quince o veinte y, entonces, son enviados a países extranjeros donde son comprados como novedades.
Los fabricantes de Lyon pagan grandes salarios a los diseñadores de talento; en eso consiste el secreto de su éxito. Los bajos precios son la consecuencia de la Competencia, un fructífero mecanismo de riqueza y una hija de la Libertad. Por tanto, un gobierno que desee establecer unas bases firmes de prosperidad debe dar al comercio completa libertad, preocupándose solamente de prevenir el fraude que intereses privados, a menudo erróneamente entendidos, pueden inventar a expensas del público y general interés. De hecho, lo único que tienen que hacer los gobiernos es sostener las balanzas y dejar que la gente cargue sus platos como mejor les venga en gana."
Y así todo.
Gracias, Nacho. Dentro de un orden no me puedo quejar. Bueno, en realidad dentro de todos. Los dioses me siguen favoreciendo. Espero que a ti también.
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