He leído en un artículo que un numeroso grupo de esos refugiados que vienen de Siria se negaron a aceptar la comida que les daban al grito de Alá es grande porque venía en unos paquetes con el logotipo de la Cruz Roja. ¡Una cruz, vade retro! Tendría que haberlo visto para poder creerlo, pero, por otra parte, no me extraña mucho que así haya sido porque sé por la experiencia que nos aporta la Historia hasta que punto es suicida el fanatismo. Todo lo que pasa en Oriente Medio, como lo que pasó en Europa hace ochenta años, no es otra cosa que el producto del triunfo de los prejuicios sobre la razón. Y los prejuicios, como saben, son los ladrillos con los que se construye el edificio del fanatismo. Y, una vez construido, como todo lo que falla por sus fundamentos, ya no se puede hacer otra cosa que ponerse a resguardo de las consecuencias de su inevitable derrumbe.
En su editorial de hoy escribe el director de La Vanguardia lo siguiente: "Nunca los pueblos no catalanes de España querrán reconocer la nacionalidad, la personalidad catalana, a pesar de ser tan clara como el agua". Si una persona de tal preeminencia social es capaz de decir semejante mamarrachada, hilando prejuicio tras prejuicio, o sandez tras sandez, ya me dirán ustedes cómo vamos a agarrar esa mosca por el rabo. La única solución que yo veo es la de ponerse a resguardo. Como hice yo hace ocho años que ya por entonces sólo un ciego neuronal podía no ver lo que se estaba viniendo encima. Y no es que piense que Cataluña, con eñe, por supuesto, vaya a ser independiente y todas esas bobadas que sólo caben en mentes enfermas, no, es simplemente que donde se instala un fanatismo cualquiera la vida alrededor es un verdadero infierno para quien se obstina en pensar por libre.
De todas formas hay que tener en cuenta, siguiendo siempre el curso de la Historia, que no ha habido sociedad que en sintiéndose decaer y frágil no se haya apresurado a levantar ese edificio del fanatismo a base de los más variopintos y sorprendentes prejuicios. Seguramente es el mecanismo de defensa que la naturaleza tiene previsto para semejantes situaciones. Es como las personas que al verse con problemas, en vez de enfrentarlos, tiende a inventarse mil mandangas con las que construye una realidad paralela en la que vive ajena a toda la podredumbre que esparce a su alrededor.
En definitiva, las mentes libres nunca esperan a que el fanatismo les devore. Ponen tierra por medio porque saben que tras el inevitable derrumbe ellas serán el germen del que nacerá una sociedad mucho mejor. Así lo hicieron Erasmo, Mann, Freud, o los mismos Azúa y Boadella por acogernos al presente. La lista sería infinita. Y al final, todos ellos, como Fray Luis, volvieron a su cátedra para proclamar: "Decíamos ayer..."
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