Como el andar de gestiones por las diferentes instancias me ha descentrado el pensamiento y, por otra parte, como mi dedicación al álgebra linear tiene las limitaciones que le impone la aparición de pesadillas nocturnas, me encuentro esta mañana desnortado y sin voluntad para otra cosa que el abandonarme en la lectura de las Memorias de Casanova. Desde luego que a medida que paso las páginas más quisiera ser él. Tiene todo lo que me gusta. Principalmente, su amor por el conocimiento que le lleva a estar todo el día indagando ya sea en los libros, ya sea en la vida. Al respecto, diría yo que se acerca al ideal cervantino de dos en la vida y una en los libros. Sea como sea, creo que ha habido a lo largo de la historia de la humanidad pocos pozos de sabiduría que se le asemejen y, sobre todo, que demuestren poseer tales dotes para la pedagogía. Juraría que nadie después de haber leído estas memorias puede quedarse en lo que era antes de comenzarlas. Son, en definitiva, un ejercicio de introspección que te deja el alma al descubierto para que la puedas contemplar tal cual es y, por consecuencia, bajar los humos que buena falta suele hacer por lo general.
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"Mi estancia en Dresde quedó marcada por un recuerdo amoroso del cual me desembaracé, como en previas similares ocasiones, con una dieta de seis semanas. Ya he señalado otras veces que gran parte de mi vida la he gastado tratando de enfermar y, cuando ya lo he conseguido, tratando de recuperar la salud. He tenido igual éxito en ambos empeños y, ahora, que disfruto de excelente salud en ese aspecto, me pone muy triste el estar incapacitado para volver a enfermar; pero la edad, esa cruel e inevitable enfermedad, me obliga a tener buena salud en contra de mis deseos. La enfermedad a la que aludo, que los italianos llaman "mal francés", aunque pueden reclamar el honor de su importación, no acorta la vida, pero deja indelebles marcas en el rostro. Esas cicatrices, menos honorables sin duda que las ganadas en el servicio de Marte, como se consiguen por medio del placer no deben causar ningún pesar."
Aquí tienen ustedes la metáfora perfecta de la vida. Porque no sé la suya, pero la mía, desde luego, no ha sido otra cosa que una cadena ininterrumpida de meteduras de pata que luego han necesitado largas temporadas de dieta para desfacer el entuerto, cosa que, una vez conseguida, parecía como que no podía respirar si no volvía a meterla... a la pata me refiero. Y ahora, en estas edades ya provectas, lo tengo tan difícil que no sé si aunque quisiera... lo que no sé si es el caso. Pero no tengo el menor pesar por lo pasado. Todo sirvió para el convento que ahora está repleto de los pecios que fui encontrando por los mares que nunca dejé de surcar. Cualquier día de estos me pongo a catalogarlos por si pudieran ser de algún interés para el público en general. En fin, el que avisa no es traidor.
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