Lo que pasa es que la cabra siempre acaba tirando al monte. Así que lo mejor quizá sea acotar un trozo de monte y regalárselo. Y que no salga de allí ni para ir a misa.
Cuando aquello de los maravillosos años tuve un entrañable amigo catalán. Se daba la circunstancia de que también él era hijo de médico de pueblo. Un pueblo, como el mío, con afamado balneario. Además, los dos habíamos hecho la especialidad en hospitales muy similares en calidad de internos. Y, por si eso fuera poco, ambos conservábamos bastante intacta la rebeldía adolescente. Seguramente a causa del poco caso que a los dos nos hacían las tías buenas. Fuese como fuere, en fin, solíamos participar en las excursiones de fin de semana a los Picos de Europa, jugábamos a las palas en la playa, fumábamos canutos interminables en las veladas y casi todas las noches cenábamos manitas de cordero en Fuente De o "alu cachalu" en lo de Jenny. La Provincia, entonces, colmaba nuestros deseos. O necesidades. Por si todo eso fuera poco, el cemento de nuestra amistad se reforzaba con la cosa ideológica: los dos éramos convencidos antifranquistas. Y también compartíamos el convencimiento de nuestra invulnerabilidad. Por eso nos reíamos al unísono de las advertencias que nos hacían los precavidos, como aquel día que formamos parte de las quince personas que se manifestaron frente al ayuntamiento en medio de un aparato policial descomunal. Como era de esperar, aquel día sólo detuvieron al más tonto de la clase por ir disfrazado de Che Guevara. ¿A quién se le ocurre?
Pasaron los días, e incluso los años, y la amistad, a pesar de la adolescencia resistía incólume. Sin embargo, sin que yo fuera consciente en principio, el amigo catalán empezó un buen día a poner las semillas del distanciamiento por medio de inocentes proclamas de cariz identitario. Reconozco que me costó entender lo que se escondía detrás de aquellos cada vez más frecuentes "som i serem". La verdad es que el chaval, por entonces, tenía una especie de novia que se las hacía pasar canutas. Y así fue que un buen día nos dijo que le habían dado una plaza en un hospital de Barcelona. Luego, cuando viví en aquella ciudad, nos vimos bastante con muy buen feeling hasta que se echó una novia charnega que lo quería todo para ella. Aunque, para entonces, tengo que reconocer que en nuestros encuentros lo de la cosa identitaria ya era un tema tabú. Ya hace mucho que no sé nada de él y lo siento de verdad porque era un tipo de lo más fiable que he conocido en mi vida. Salvo en lo de la tontería identitaria, claro.
Som i serem. Desde luego que es fácil comprender que la pobre gente quiera saber a ciencia cierta quienes son y lo que van a ser en el futuro, hasta la eternidad si es posible... que para Hitler lo era. En eso consiste el nazismo, fascismo, catalanismo o como quieran llamarlo. Felipe González lo insinuó el otro día, pero, como buen cagao que es, al día siguiente se retractó. En dar seguridades imposibles a las pobres gentes que son la mayoría. Respuestas inequívocas a las grandes cuestiones que siempre han inquietado a los humanos. Así, instalados ya en su mayoría en una ficción tan tranquilizadora ya no hay quien pueda con ellos. O los destruyes o te destruyen... sin tienen con qué.
En mis últimos años en Cataluña, en medio de una presión insoportable, una idea me rondaba insistentemente: si estos tipos, me decía, dispusiesen de real poder, un ejercito para que nos entendamos, se pondrían como locos a matar disidentes. Tal era la saña que les producía el sólo nombre de Madrid. Perece de lo más estúpido, pero no de otra manera se han fraguado las grandes tragedias de la historia. Si a las envidias le añades las mentiras ya tienes el cóctel asesino a disposición de los iluminados.
En definitiva, comprendo que las cosas son mucho más complicadas de lo que podemos imaginar las personas con información de andar por casa, que somos casi todos. Así que supongo que lo de Cataluña quedará tal como ahora está porque lo que pretenden los catalanistas nos costaría a todos lo que de ninguna manera estamos dispuestos a pagar. Pero, una cosa es la realidad y otra soñar. Y puestos a soñar, ahora mismo construía una patria catalana que nos dejase en paz de una vez por todas. Incluso, ni pondría fronteras, ni les haría salir del euro, ni de la Comunidad Europea. Simplemente les haría salir de nuestra estima y consideración. Con eso y comprobar cuidadosamente las etiquetas a la hora de comprar en los supermercados les íbamos a poner el culo tan prieto que en dos días iban a venir de rodillas a pedirnos que les quisiéramos. Se lo digo yo que les conozco al dedillo. Nunca vi gente que tuviese tan identificada la dignidad con la buchaca. De eso está compuesta principalmente su grandeza y su miseria. En fin, sea como sea, a ver si baja la marea porque parece que si no se va a llevar toda nuestra paciencia por delante.
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