Estuvimos en Salamanca para asistir a la lectura de una tesis sobre los orígenes del idioma japonés. El acto tuvo lugar en el Aula Magna de la Facultad de Filología. El ponente era Santiago Martín, más conocido de los lectores de este blog por el sobrenombre de Jacobus Niponicus. El tribunal estaba constituido por tres señores vestidos de oscuro que en todo momento dejaron constancia de estar muy imbuidos de la dignidad inherente al papel que representaban. Demostraron tener oficio para dar y tomar. El púbico, una docena más o menos de allegados, estaba entregado por más que la mayoría no entendiese una palabra. Realmente fue una ceremonia emotiva a más no poder y es que pocas veces en la vida tiene uno la oportunidad de ver homenajear al mérito en estado puro, es decir, desprovisto de cualquiera de las alharacas que le hacen popular.
El caso es que en tan señalada ocasión uno no ha podido evitar el ponerse sentimental. Y es que en mi descargo tengo que señalar el privilegio que me ha supuesto ser testigo de excepción de lo que no puedo calificar de otra manera que silenciosa epopeya. Un muchacho nacido en un suburbio de Salamanca va paso a paso construyendo un imponente edificio de conocimientos que le ha permitido desmenuzar los entresijos de un extraño idioma de los confines del mundo. No es, me digo, Cortés ni Alejandro, pero sí es Nebrija o Euler y, entonces, prescindiendo de todo rencor, me pongo a comparar entre los legados que al mundo dejaron por un lado la espada y por otro la pluma. Y, sintiéndolo mucho, disiento de Don Quijote y me quedo con el de la pluma.
Si, porque ayer en España la gente común se desgañitaba opinando del toro de La Vega, de los costrosos nacionalistas y de tantas otras menudencias, como si en ello nos fuese la vida, pero la realidad es que lo que de verdad nos afecta, lo que da solidez a los fundamentos de nuestra convivencia, estaba sucediendo entre los muros del Palacio Anaya. Allí, un héroe de la pluma estaba anudando bajo la docta mirada de los notarios y la admiración de los profanos los lazos que ha ido tejiendo con tesón charro-japonés para unir dos culturas separadas por casi doce meridianos. Y eso es lo que queda y nadie puede destruir. Con el acto de ayer, aunque casi nadie lo sepa, Japón está unos cuantos meridianos más acá y, eso, sin la menor duda, contribuye a apuntalar nuestra civilización y hacernos más fuertes y sabios. Más seguros en cualquier caso.
¡Honor y Gloria al laureado!
Tú has sido en gran medida responsable. La verdad es que si no me hubieras dado tanto la vara creo que nunca habría terminado. Gracias, en series infinitas.
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