sábado, 26 de julio de 2014

Entre lo natural y lo tectónico

 
 
A principios de los setenta tenía Fede unos asuntos que reglar en Suiza y me propuso que le acompañase. Anduvimos por allí una semana, de aquí para allá, visitando esto y aquello, con buena compañía y demás. Lo recuerdo casi todo a la perfección porque está entre los menos de media docena de viajes propiamente dichos que hice a lo largo de la vida. No se preocupen que no voy a entrar en detalles, solamente les voy a mencionar que pude constatar con admiración lo que me habían contado sobre el orden y la armonía que reinaba por doquier en aquel país. Conocía algo Inglaterra y Francia, pero aquello no tenía parangón. El tópico de que todos los paisajes parecían de postal estaba sustentado en una realidad innegable. Y, por supuesto, por comparación con aquella España de los vertidos incontrolados y los cerramientos de somier, Suiza era lo más parecido posible a lo que nos habían contado que tenía que ser el paraíso en la tierra.

Pues bien, ayer por la mañana, agarramos toda la peña nuestras bicicletas, las subimos al tren y nos apeamos una hora después en Pujayo. Dimos una vuelta por el pueblo, luego fuimos bajando por todo el valle de Iguña... un día realmente glorioso. Se lo traigo a colación porque, precisamente, la sensación que me producen esos parajes ahora es la misma que me produjeron los suizos por aquel lejano entonces. Es de todo punto evidente que los últimos cuarenta años no han pasado en vano para este país. Los cerramientos de somier y los vertidos incontrolados ya son anécdota y, si por ejemplo, al cruzar un puente sobre el Besaya a la altura de Bárcena miras al río lo encontrarás tan impoluto como, un suponer, hace cuarenta años estaba el que atravesaba Canterbury en el sureste de Inglaterra. Es algo, en definitiva, de lo que los españoles podemos estar, si no orgullosos, si contentos porque es prueba manifiesta de que en alguna medida se va curando la burricie marca de la casa y a mucha honra.  

Eso sí, el genio y la figura de las gentes de esos valles que ya antaño tanto dieron de qué hablar siguen sin pasar desapercibidos. Elevados ya casi a la categoría de suizos no por eso van a parar de crecer incluso en estos tiempos difíciles. Así es que deambulábamos por allí y, a Pedro, que no se le escapa una, sobre todo si tiene que ver con su profesión, le llamó la atención una pequeña construcción que está teniendo lugar en un rincón cualquiera de por allí. Y no por nada sino al percatarse de la innovación que supone que el arquitecto responsable de la obra haya hecho colocar en lugar visible para los viandantes del lugar un cartelón incluyendo infografía y leyenda que dan cuenta de cuales son sus intenciones respecto de lo que se trae entre manos. Lo nunca visto, por estos pagos al menos, y que nos avisan de que aquí el que no corre, vuela. Uno ya no se puede limitar a hacer. Tan importante o más que eso es la faceta autobombo. Eso, la verdad, también lo he visto yo ya en alguna parte que no quiero citar para que no digan que me repito: hacer una y pregonar a los vientos como si hubieses hecho diez. La propaganda que tanto ayuda a vender como si fuese oro lo que cagó el moro. En fin, les transcribo un fragmento de la leyenda para que juzguen ustedes.  

"... desgajada en cinco cuerpos de distintos tamaños que se adaptan y responden perfectamente a la escala y diversidad de volúmenes del entorno sin romper para nada con el entorno (bueno, aquí detecto una cierta retórica pleonasmática que ciertamente canta). Incluso el cuerpo más grande se descompone y camufla. Se convierte en un gran lienzo en blanco donde la naturaleza se proyecta con sus sombras creándose una fuerte simbiosis entre lo natural y lo tectónico..."

Total, que el mundo evoluciona y, sin duda, es mucho más fácil percatarse de los detalles y en qué medida lo hace si en vez de ir de excursión en coche combinas el tren con la bicicleta. Eso es todo y lo digo por si alguien no se hubiese enterado todavía.

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