viernes, 4 de julio de 2014

De imposible esquivación.


Como en la canción de Mecano, hoy no me podía levantar. He estado nueve horas seguidas en la cama, algo realmente excepcional a no ser que me duela la cabeza o cosa por estilo. Algo, por lo demás, afortunadamente raro. Es como si me hubiese quedado sin energía espiritual, sin ganas de vivir y apostaría a que conozco la causa. Se lo diré: he contraído el compromiso de ir a sacar los billetes para tomar el tren el próximo lunes camino de la Meseta. Pretendemos recorrerla en bicicleta de oeste a este y de norte a sur. Es un plan que me debiera tener en vilo, pero, como digo, me tiene para el arrastre. Cosas del temperamento, supongo.

El caso es que he contraído ese compromiso sobre todo conmigo mismo. Por un lado por alejarme de esta ciudad, y este barrio sobre todo, en estos días aciagos que se avecinan. Las dichosas fiestas que le dicen. Por otro, la necesidad que tengo de restaurar por medio del ejercicio mi cuerpo entumecido tras un largo invierno de intensa práctica de sillonball. Por lo demás, sé que a María le hace ilusión y eso es también un estímulo considerable. 

En resumidas cuentas, que ya fui a la estación y tengo en mi poder los preciados billetes. Porque es que se da la circunstancia que la nueva normativa de Renfe sólo permite llevar tres bicicletas por convoy en los trenes regionales. Es, a juicio de profano, un sinsentido dado que esos trenes van prácticamente vacíos, pero ya saben, ignorantes doctores tiene la santa madre burocracia estatal que no le sabrán responder. Anyway, a lo que iba, es decir a la desazón que me produce la simple idea de tener que desplazarme para viajar. En eso creía que sólo coincidía con Pessoa, pero el otro día, en la tertulia de colegas a la que suelo asistir por la mañana, uno de ellos, nuevo en el ruedo, se despachó al respecto en el mismo sentido que lo  hubiera hecho yo de buena gana si no fuese porque me conozco el percal. En definitiva, el susodicho colega, yo mateix y Pessoa en perfecta comunión: 

"La idea de viajar me produce nauseas.
Ya he visto todo lo que nunca había visto.
Ya he visto todo lo que todavía no he visto.

El tedio de lo constantemente nuevo, el tedio de descubrir, bajo la falsa diferencia de las cosas y de las ideas, la perenne identidad de todo, la semejanza absoluta entre la mezquita, el templo, la iglesia...

¿Viajar? Para viajar basta con existir. Voy de día a día, como de estación a estación, en el tren de mi cuerpo, o de mi destino, asomado a las calles, a las plazas, a los gestos y a los rostros, siempre iguales y siempre diferentes como, al final, lo son todos los paisajes. 

Si imagino, veo. ¿Qué más hago si viajo? Sólo la debilidad extrema de la imaginación justifica que haya que desplazarse para sentir...

Hay una erudición del conocimiento, que es propiamente lo que se llama erudición, y hay una erudición del entendimiento, que es lo que se llama cultura. Pero hay también una erudición de la sensibilidad.

La erudición de la sensibilidad nada tiene que ver con la experiencia de la vida. La experiencia de la vida nada enseña lo mismo que la historia nada informa. La verdadera experiencia consiste en restringir el contacto con la realidad y aumentar el análisis d ese contacto. Así, la sensibilidad se ensancha y profundiza, porque en nosotros está todo; basta que lo busquemos y lo sepamos buscar.

¿Qué es viajar y para qué sirve viajar? Cualquier ocaso es el ocaso; no es menester ir a verlo a Constantinopla. ¿La sensación de liberación que nace de los viajes? Puedo sentirla saliendo de Lisboa hacia Benfica, y sentirla más intensamente que quien va de Lisboa a China, porque si la liberación no está en mí, no está, para mí, en ninguna parte...

La renuncia es liberación. No querer es poder. 

¿Qué puede darme China que mi alma no me haya dado ya? Y si mi alma no me lo puede dar, ¿cómo me lo dará China, si la veo? Podré ir a buscar riqueza al Oriente, pero no riqueza del alma, porque la riqueza de mi alma soy yo, y estoy donde estoy, sin Oriente o con él. 

Comprendo que viaje quien es incapaz de sentir..."

Bueno, no es la primera vez que transcribo en uno de mis blogs la precedente, digamos que, diatriba antiviaje. Me tendrán que perdonar lo mismo que yo lo hago con los que me clavan el rollo de sus lejanas y exóticas correrías. Hoy por tí, mañana por mí, como se suele decir. Cada uno es como es y trata de hacer lo que cree que mejor se acomoda a su particular idiosincrasia. Al fin y al cabo, viajes o no viajes, a nadie haces daño sino todo lo contrario. Si no viajas no contaminas y, entonces, tienes toda la autoridad moral para ser antifraking y cosas por el estilo. Si viajas contribuyes a engrosar el PIB lo que sería de muy mal nacido no saber agradecerlo. 

En fin, que me voy el lunes, bien es verdad que aquí al lado, pero me voy. Y ya digo, me mueve sobre todo poner tierra por medio entre yo y las fiestas y, también, la esperanza que en ello pongo de restaurarme la alicaída salud. Ya lo decía Stern, un inglés tuberculoso que allá por el XVIII puso rumbo al sur con la misma esperanza que yo, la de mejorar la salud. Lo que pasa es que como estaba, ya digo, tuberculoso perdido y, por tanto, con ese estado de excitación mental que produce la febrícula, pues, entonces, se puso a escribir todas las banalidades que se le pasaban por la cabeza que eran muchas y con ello nos legó un interesante libro de viajes que, en cierto modo, confirma al cien por cien las teorías de Pessoa. Todo lo que cuenta lo podría haber contado moviéndose menos de un kilómetro alrededor de su casa. Porque no es más que un viaje interior y por eso precisamente lo llamó "Viaje sentimental". Comienza así:

"Your idle people that leave their native country, and go abroad for some reason or reasons which may be derived from one of these general causes: 

Infirmity of body.
Imbecility of the mind, or
inevitable necessity."

En fin, allá cada cual con su conciencia. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario