domingo, 6 de julio de 2014

Tony Manero



El otro día volví a ver "Fiebre del Sábado Noche". La pasaron por ARTE por enésima vez. Recuerdo que cuando la estrenaron, en plena efervescencia de aquellos nuestros maravillosos años, no tuvo entre la tropa una muy amable acogida. Mayormente se la consideró la típica horterada americana. Claro, andábamos todavía con la resaca de "West Side Story" y fue inevitable que la pequeñez intelectual dominante entrase en comparaciones. Por lo del baile y la música, seguro, porque en todo lo demás como un huevo y una castaña. Personalmente, aunque no contradijese la opinión general por miedo al ostracismo, confieso que me gustó desde el principio. Y hoy día, lo digo sin el menor rubor, está entre mis películas favoritas. Sería largo de contar, así que sólo me voy a referir a ese momento tras la tragedia en que Tony Manero abandona definitivamente la adolescencia y se va, ya sometido, en busca de la mujer con la que desea encarrilar su vida. Es una escena sublime, por los pasillos solitarios y siniestros del metro y luego sentado al fondo de un vagón, con el cigarrillo perenne entre los labios y, como para enmarcar y dar intensidad a la secuencia, la profusión de pintadas que, no sé, pero para mí que son testimonio del emponzoñamiento de una  juventud rabiosa e impotente que lanza su grito a una sociedad que se resiste a lo nuevo. En fin, eran los últimos setenta y los newyorkeses, haciendo gala de la resiliencia que siempre les ha caracterizado, eligieron al alcalde  Giuliani para que pusiese las cosas en el sitio del que nunca debieron haber salido. Fueron años de mano dura, muy dura, pero los resultados a la vista están. El metro, por supuesto, está impoluto, y si hay alguna pintada es más bien una obra de arte pagada por la empresa a precio de oro. Una ciudad limpia y segura, la más codiciada seguramente del mundo. 

Les cuento esto porque, ahora, con motivo de la llegada de los veraneantes, los lugares habituales de mis paseos vespertinos están excesivamente concurridos para mi gusto, así que los he trasladado al Parque de las Llamas que es lugar solitario, excepción hecha de los que debieran recoger las caquitas de su perro y los botelloneros. Anyway, ese parque es realmente notable. Por así decirlo es el primer contacto serio de la ciudad provinciana y arcaica con el racionalismo y la modernidad. El entorno que se ve desde sus avenidas y puentes parece algo relevante, como del siglo en el que vivimos... aunque muchos se empeñen en ignorarlo. Porque el caso es que, como soy como soy y no puedo hacer nada por remediarlo, me produce desazón ver que toda esa juventud santanderina anclada en el pasado se dedica a pintarrajear todas las superficies planas que encuentra a su paso. Por no hablar de las secuelas botelloneriles... en fin, que Dios no hizo las margaritas para que las coman los cerdos ni los ciudadanos, creo, eligen a sus ediles para que hagan la vista gorda por tal de tener la fiesta en paz.

Para concluir, convénzanse, no hay mayor mierda que la fiesta en paz. Se empieza así y se acaba con la justicia por mi mano. Porque, una cosa es incuestionable, sin justicia esto es invivible. Así que será mejor que alguien se lo explique a los ediles. Y también que alguien diga a los chavales que ya está bien de quejas y que ya va siendo hora de entender a Tony Manero. 

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