sábado, 19 de julio de 2014

Los tipos de la provincia


Que un avión comercial se caiga es algo sumamente raro hoy día. Oí decir a alguien que las probabilidades de que eso ocurra vienen a ser las mismas que se tienen de que te toque la lotería si compras un boleto. O sea, posible pero muy poco probable. Sin embargo, como podemos ver todos los 22 de diciembre por la tele, siempre hay gente a la que le toca. Sería inconcebible una lotería sin premios y, por lo mismo, una aviación sin accidentes. Y lo mismo que es normal que se celebren los unos lo es, también, que se lloren los otros. Ambos dos, en definitiva, trabajo fácil para los medios de comunicación. Trabajo ritual, por así decirlo. O sea, de los que se hacen poniendo el piloto automático.

Lo que ya no es normal, ni concebible, ni ritual, ni nada de nada, es que alguien ponga en las manos de unos tipos de la provincia juguetes con los que se puede tumbar un avión que vuela a diez mil metros de altura con la misma facilidad con la que te sacas una cascarria de la nariz. Porque esa es la gran cuestión que tiene que plantearse el mundo de una vez por todas si se desea suprimir el factor estulticia como causa coadyuvante de numerosos accidentes, la cuestión de los tipos de la provincia. 

El tipo de la provincia es la gran desgracia del mundo. Y eso, mucho me temo, va a costar mucho solucionarlo. Porque es una cuestión de darwinismo social, selección natural o como quieran llamarlo: si alguien destaca en lo que sea en la provincia automáticamente es abducido por la gran metrópolis. Así, a la vez que ésta se ensancha, aquella decrece. Decrece la inteligencia y, como lógica contrapartida, aumentan las creencias. O sea, la seguridad en las propias convicciones: tenim de tot, y a mes a mes tenim, y per l´oltra banda tenin... es muy fácil que encajen todas las piezas en una mente pequeña. 

Se vive tan bien en la provincia. Aquí nos conocemos todos y, como hoy por ti, mañana por mí, no es necesario que nadie se tome muy en serio las propias responsabilidades. Así, con esa simpática desinhibición se va creando un difuso malestar que encuentra su válvula de escape en el acratismo señoritil*, que siempre ha sido y será la madre de todos los fascismos. 

En fin, los putos catalanes, los putos vascos, los putos ucranianos del este, los putos palestinos de Hamás, y un millón más de putos provincianismos que les dejas sueltos e inevitablemente acaban tumbando un avión comercial o cosa por el estilo. 
  
*.- No al fraking y sí a las jineteras. 

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