lunes, 14 de julio de 2014

Castilla IV

 
Cuando dejamos Medina se veía gente preparado los puestos para el gran mercadillo dominical. A mi esto de los mercadillos siempre me ha parecido un misterio. Bueno, el otro día María compró un pantalón por cinco euros en el de Saldaña, pero por lo general no se ve que la gente compre gran cosa. He oído decir de todo al respecto, como que los gitanos utilizan esa actividad comercial de tapadera para otros negocios de más altos vuelos, pero eso sólo son conjeturas sin más fundamento que la malidicencia. En fin, que tiramos hacia Olmedo a donde gracias al frescor mañanero y un vientecillo favorable no tardamos en llegar. Olmedo, la villa de El Caballero. No tengo ni idea, ni pienso tenerla en lo sucesivo, de cuales fueron los muchos méritos que Lope de Vega le atribuyó al dichoso Caballero, pero, en cualquier caso, los de Olmedo le han sacado una punta que ni que hubiese sido el mismísimo, yo qué sé... porque hay casa de El Caballero, Teatro de El Caballero, Plaza del Caballero, Biblioteca del Caballero, de todo del Caballero para que si se descuelga por allí por casualidad un turista tenga algo en lo que entretenerse entre comida y comida. Total, que nos tomamos allí, en la plaza, el preceptivo pincho de tortilla mañanero y continuamos camino. Nos costó encontrar la salida del pueblo, de enrevesado que es, pero cuando la encontramos nos topamos con la sorpresa de que adyacente a aquella carretera de cuarto orden y sin el menor tráfico han construido un carril bici que llega hasta Bocigas, ocho kilómetros más allá. Ni que decir tiene que la madre naturaleza que todo lo pone en su sitio ya se lleva comido una buena prción del carril y no creo que tarde mucho en completar su tarea. Cosas de los años locos, nos dijo, David, un chaval de Bocigas al que le caimos bien por darse la circunstancia de ser él también aficionado al cicloturismo. Por cierto que al comentarle yo la utilidad de un pequeño retrovisor que llevaba adherido al manillar de su bici no dudó un momento en desprenderle y regalarmelo. Total, que al llegar a Bocigas vimos a un grupito de señoritos arrastrando sus carros de golf. Y es que fijándose con atención uno se puede dar cuenta de que han acondicionado todas las afueras del pueblo como campo de golf, lo cual que ya hay que echarle imaginación y tener ganas y, claro, dinero, porque mantener verde, o medio verde, aquel secarral, ya te digo. En fin, con crisis o sin ella el caso es que no farte de na.

Era ya hora de comer cuando avistamos el castillo de Coca. Hasta que no le tienes encima no le ves debido a la mucha vegetación del entorno. Cruzas un río, subes una cuesta y llegas. El castillo, pues sí, un gran castillo perfectamente restaurado. Lo verdaderamente curioso es una gran horterada que han colcado allí cabe al castillo. Por lo que me pude enterar gracias a las explicaciones que estaba dando un cicerone a un grupo de turistas sudamericanos que se colcaron justo al lado de donde estábmos echando la siesta, al darse el caso de estar el castillo en medio de una llanura fue necesario construir un gran socabón a su alrededor y llenarle de agua para así crear grandes dificutades a los posibles asaltantes. Pues bien, esa es la historia que tratan de reproducir en aquel gran foso que han escavado junto al castillo con gradas en los laterales y un minicastillo que es el que se supone deben conquistar los asaltantes que van en barquichuelas. Increible, pero cierto. El típico I+D de los años locos. Así que con toda aquella erudición que se nos había puesto al lado no nos quedó mas remedio que levantar el campamento y salir pitando en busca de refugio para la noche, ocho kilómetros al sur, en Navas de Asunción, un lugar que, por así decirlo, hiede a nada que el aire se estanque. Por lo de los cerdos, claro, que por otro lado, supongo, son también la causa de los mármoles, espejos y pantallas gigantes que proliferan por doquier. Sobre esto de la cultura que se crea alrededor de los cerdos, como les decía, lo sé todo de cuando viví en la Segarra. Digamos que forma parte del lado oscuro que inevitablemente tiene todo lo que brilla. En fin.

De Nava a Segovia a penas cuarenta kilometrillos anodinos. Y de Segovia, qué decir que no se sepa. Nos hemos instalado en un hotel al lado de la plaza y vamos a quedarnos por aquí hasta que nos saturemos de ver orientales. Porque, ojo, que antes se decía japoneses, pero ahora hay que decir orientales que, como no podría ser de otra forma también tienen sus matices. Aunque eso no quita para que aunque deferlassen aquí toda la China, Corea, Japón y demás, no se bastarían para dar trabajo a todos los restaurantes que ofrecen el famoso cochinillo asado de Segovia... la verdad, hay que reconcer que asados huelen mejor que vivos.

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