A veces pienso que una de las mayores tragedias de la humanidad se deriva de la obsesión por preservar la inocencia. Sed como niños porque le agrada al padre celestial, que dijo Nosequién y parece como si todo el mundo se hubiese apresurado a hacerle caso. Sin embargo, las mentes más lúcidas desde los albores de la civilización habiéndose percatado de la magnitud de la trampa dedicaron sus esfuerzos a denunciarla y avisar de sus consecuencias. Fue el caso de Hesiodo que nos dejó escritas las peripecias de Prometeo y su hermano Epimeteo, el imbécil. Y, también, por acercarnos a nuestra época, la mejor novela de aventuras en mi opinión, y no sólo la mía, de todos los tiempos: La Isla del Tesoro. Jim Hawkins, el barril de las manzanas y John Silver el Largo. Todo el mundo debiera pasar por eso y el mundo, se lo puedo asegurar, sería completamente diferente.
Es curioso porque uno de los signos más chik de nuestra sociedad consiste en lucir en un dedo de la mano un anillo que lleva engarzada una piedra preciosa. Si tu preguntas a cualquiera que lo lleve de donde viene esa costumbre lo más seguro es que no tenga ni idea ni le importe un rábano. Con saber que el que se lo ha regalado ha tenido que hacer un esfuerzo económico considerable le sobra y basta para lucirlo con orgullo. Bueno, no se lo voy a contar porque hoy día con la Wikipedia y tal es muy fácil enterarse, sólo les daré la pista de que tiene que ver con la liberación de Prometeo encadenado.
El mito de Prometeo, bien pensado, se podría resumir en esa máxima tan conocida por las jovencitas que salen por la noche de marcha y que a las dos copas se les olvida, a saber, prometo hasta que la meto. A lo que venga le pones Pepe, dice él, y ella le contesta, y tú, penicilina. En fin, las funestas consecuencias.
Me he acordado de estas cosas al ver esa foto de las playas de Normandía. Porque no se trata de un prado que llega hasta el mar, no, es que el mar en esas regiones del norte de Francia arroja sobre las playas tal cantidad de algas que las hace inservibles. Inservibles y muy peligrosas. La alarma saltó cuando los gases que se desprenden al fermentar esas algas mataron a un caballo que andaba por allí llevando a lomos a su caballero. Así es que están por allí muy desesperados retirando algas para que los veraneantes se puedan tender al sol. No dan a basto y además no saben que hacer con las montañas que se forman que, por otro lado, huelen que tira para atrás. Ya ven, toda esa gente de la Bretaña y la Normandía que venían presumiendo hasta la saciedad de lo productivas que eran sus explotaciones agrícolas y ganaderas. Claro, si alguien les hubiese explicado de niños lo de Prometeo y su inevitable hermano imbécil Epimeteo...
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