jueves, 28 de enero de 2016

Coágulos


Iba ayer de paseo por una acera cuando un coágulo formado por una familia me obligó a detenerme. Sin querer tuve que escuchar lo que hablaban. Al niño, de cinco o seis años, por lo visto le habían regalado una caja de golosinas y, el que parecía su padre, le preguntaba con cierta vehemencia si las había repartido con sus compañeros. Sin duda, con aquella vehemencia, el padre pensaba que estaba contribuyendo a una mejor educación de su hijo.

Ustedes, qué piensan del asunto. ¿Creen que mejora la educación de los niños enseñarles, o forzarles, a repartir todo lo que les cae del cielo? Yo, lo estuve pensando un rato y concluí que quizá ese padre fue de niño más de lo debido a la catequesis de la parroquia de su barrio obrero. Ahí estaba el pobre desgraciado tratando de infiltrar a su querido hijito, con toda su buena intención, eso sí, una de las peores de entre todas las nefastas alienaciones que han lastrado a la humanidad: la comunidad cristiana de bienes.

Se empieza por ahí y se acaba colgando una mugrienta pancarta en la fachada del Palacio Cibeles con la leyenda “WELLCOME REFUGES”. Y qué bueno soy. Sí, pero ahora dime en qué contribuyes a crear esa riqueza que tanto te complace repartir.

Si, así, de entrada, el padre hubiese preguntado: ¿Qué has hecho con las golosinas, hijo? Entonces, en vez de lo de la catequesis quizá hubiese pensado que ese padre a lo mejor hasta había leído a Adam Smith. Porque la caja de golosinas, efectivamente, es un capital que el niño tiene en sus manos y que, por tanto, puede dilapidar, pero, también, ponerle a producir.

Y ahí está el quid de la cuestión, que ese dilapidar que es la comunidad cristiana de bienes da unos réditos tan instantáneos como fugaces y, sin embargo, eso tan antipático de ponerlo a producir da la oportunidad de poder en un futuro practicar esa forma inteligente de la caridad, o el compartir, o la solidaridad, que es la filantropía.

En fin, es tan complicado el educar… pero es que además, estoy casi seguro de que más de la mitad de los niños con los que ese padre invitaba a su hijo a compartir las golosinas tienen sobrepeso. La verdad, no sé qué hace la gente, quizá los abuelos, regalando a estas alturas golosinas a los niños. Ni golosinas ni nada... bueno, quizá una caña. 

¡Dichosos coágulos!

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