A veces pienso que una forma de sentirse genial es saber captar y poder regodearse con la genialidad de los demás. Me pasó anoche cuando en mi habitual sesión nocturna de zapping me quedé colgado de una película de título "Pin Pong Summer". La América más tierna y quizá la más auténtica. No se la pierdan. Pero cuando el cuelgue fue realmente gozoso fue el otro día al toparme con "Hannah y sus hermanas", hiperrealismo de lo cotidiano en su parcela más intensa, es decir, la relación entre los géneros. Uno se maravilla de que pueda haber gente tan absolutamente cotilla como para saber tanto de lo que pasa en las alcobas y sus alrededores. Bien, todos sabemos la importancia esencial que esas cosas, tan banales por otro lado, tienen en la vida de los que, por así decirlo, no tienen vida. O sea, la mayoría. De ahí su éxito. Cotilleo, gossip, babardeo, susurros de portera, eso es lo que a la gente le interesa cuando ha perdido todo contacto con el sentido trascendente de la vida. En el fondo, por muchas vueltas cultas que se le quieran dar, las películas de Woody Allen no son más que telenovelas venezolanas elevadas a la categoría de obras maestras. Como por poner un ejemplo, las novelas de Corín Tellado versus "Rojo y Negro" de Stendal.
El acoplamiento, o duplicación para que nadie se sienta excluido, de los géneros. Como en aquel relato de Platón. Toda la vida penando para encontrar la media naranja que nos falta para ser un ente completo. O perfecto. Ardua tarea porque no sirve cualquiera. Sólo hay una en el mundo y es muy problemático dar con ella. Por eso sólo hay dos opciones: saltar de una a otra relación en una especie de triunfo absoluto de la esperanza de lo posible sobre la razón de lo improbable; conformarse con lo primero que pillas a cambio de proveerse de un sofisticado sistema de válvulas de escape con cada vez más holgura. Así es que, ya elijas una, ya elijas la otra, la cosa siempre va a dar para mucha literatura. O mucho mal rollo, si lo queremos decir sin eufemismos. Porque, al final, sea como sea, todo se traduce en que uno no es dueño de su propia vida.
Bueno, es posible que estemos hechos para no serlo de ninguna de las maneras. Pero, debemos suponer que todo lo soñado tiene su sucedáneo:la sublimación. Tener objetivos inalcanzables y machacarse en su persecución es el mejor procedimiento. No cabe la menor duda. Traspasar la muy primaria trascendencia del reproducirse a la muy sofisticada de intentar comprender el mundo para mejorarle. Al final, claro, todo es perpetuación de la especie, pero con diferentes calidades. Como diría Nietzsche, lo que va del hombre al superhombre.
En fin, para que nos entendamos, la enmienda de la jodienda sólo llega, como la experiencia y el crédito, cuando ya no sirve para nada. Así es que estamos apañados. Y menos mal que nos queda el pedal. Y los días que se van alargando. Y el Camino. Muchas cosas en definitiva.
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