sábado, 9 de enero de 2016

Minimalismo

Tengo que reconocer que a veces el periódico global, antiguo independiente de la mañana, lo borda. Hoy nos trae un artículo de un profesor de la IE Business School titulado "Tiempo de costuras" que pienso merece mucho la pena leer para enterarse de unas cuantas cosas que no por obvias y sencillas dejan de ser radicalmente ajenas a la inmensa mayoría de esta rocambolesca y superbarroca sociedad española sin distinción de clases.

Como el artículo es meridianamente claro y está disposición de cualquiera que tenga interés en leerlo no voy a entrar a glosarlo por no caer en lo mismo que critico: la rocambolería y el superbarroquismo. Pleonasmo. Solamente voy a utilizar una parte de una frase que contiene un sustantivo abstracto de cualidad con los adjetivos, sólo tres, que, por así decirlo, le definen. El sustantivo es modernidad y los adjetivos, minimalista, solidaria y competitiva. 

El tema de la modernidad, como supongo que se habrán dado cuenta los que tienen la paciencia de acercarse a este blog de vez en cuando, es uno de mis caballos de batalla. Nunca pararé de explorar ese concepto por estar bastante convencido de que de su penetración y subsecuente consecuencia, valga la redundancia, depende en gran medida mi bienestar en este mundo. Ser moderno es para mí, primero, conocer el mundo en el que vives, un gran esfuerzo, desde luego, y segundo, adaptarte de la forma más inteligente posible a lo que consideras es lo mejor de él sin por ello olvidar que hay que ayudar al que no sabe porque de lo contrario es más que posible que te amargue la vida. Nada diferente, en definitiva, de lo que podía pensar y hacer Teofrasto hace dos milenios y medio con resultado de durar 107 años con capacidad hasta el último día para discutir en el foro y fornicar por las noches... bueno, esto último a lo mejor es el típico mito que se añade para redondear la leyenda.  

Así que lo que me tengo que preguntar ahora es qué haría  en este mundo digital Teofrasto para ser minimalista, solidario y competitivo. Solidario y competitivo está chupado. Simplemente pagar los impuestos hasta el último céntimo (nunca hubo dinero mejor empleado) y esforzarse por aprender hasta el último día de la vida (fíjense que digo esforzarse y no ir a cursillos a picar aquí y allá como las gallinas). Sin embargo lo de minimalista es mucho más complicado para nosotros, que no para Teofrasto por razones obvias: en su época había cuatro cosas.  

Minimalista supongo que es un concepto que nació a principios del XX  como consecuencia de lo fácil que se había puesto para los sectores burgueses de la sociedad conseguir cosas por el simple procedimiento de pagárselas. Entre los pensadores vieneses de esa época hay no poca literatura acerca del nuevo fenómeno. Los tíos se dan cuenta de lo inevitable que es convertir la vida en un infierno si uno se deja llevar por esa facilidad para satisfacer los pequeños deseos como forma de enfrentar la angustia vital propia de quien no pega palo al agua... las señoras de los burgueses, un suponer, que estaban todo el día comprando cosas para adornar las casas que, al final, parecía que se vivía más en una chamarilería que en un lugar civilizado. Y todos con asma, por supuesto, por el polvo que se acumulaba.

De los principios del XX para acá la cosa no ha hecho sino empeorar a toda mecha. Así es que hoy día, una de dos, o se para o te come la mierda, que es lo que en definitiva está pasando, ya sea a nivel personal, ya sea al colectivo. Hoy día las personas estamos atrapados de tal manera por infinidad de necesidades no sólo inútiles sino también discapacitantes que esa misma discapacidad que nos producen es la que impide que nos podamos dar cuenta de por dónde vienen los tiros que nos emputecen la vida. Porque otra cosa no, pero emputecimiento hay por ahí para dar y tomar, y, cuando mayor es el poder adquisitivo, más diría yo que hay.

Y una sociedad, lo mismo que un individuo, no pueden ser modernos si andan todo el día emputecidos por chorradas. Así que minimalismo, para que nos entendamos, es dejarse de chorradas y centrarse en cosas de sustancia que siempre, por su propia naturaleza, son muy pocas y exigen mucha dedicación. Y ya saben, y si no lo saben se lo digo yo, del formidable poder terapéutico que para angustias y dolores de todo tipo tiene la dedicación a las cosas de sustancia. Todo es enfrascarse en ellas y dejar de echar en falta las fotos de los niños y los viajes a Cancún. Es como si fuera milagroso y, sin embargo, lo reconozco, no es fácil entrarle al trapo. De la misma forma que no lo es decantarse un poco más del lado apolíneo que del dionisíaco. De la clarividencia y sosiego que proporciona la distancia que de las elucubraciones y embriaguez propias del amontonamiento.  

En fin, allá cada cual con sus demonios, pero que nadie piense que se va a dar el pego a sí mismo, ni a los demás, acerca de su modernidad a base de quincallas y correrías alocadas por el mundo. 

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