domingo, 31 de enero de 2016

¿El menos malo?

En las últimas elecciones al parlamento de la nación no voté. Y aunque no quiero ser de los de decir nunca jamás, pienso que lo más probable es que no vuelva a votar. Me doy por amortizado. Porque es que, además, me abandonaron ya las simpatías incondicionales por este tipo de sistema político que, según sus apologetas, es el menos malo de todos.

El menos malo de todos, lo dijo, creo, Churchill hace ya va para ochenta años y ahí está el aserto convertido en axioma que se te ocurre cuestionarlo y poco menos que te ahorcan. No sé, pero me parece que por salud mental convendría cuestionar las convenciones incluso cuando funcionan. No te digo ya cuando empieza a dar la sensación de que se sustentan en la mentira. O la ficción, si no queremos ser tan duros.

El caso es que quiso el destino que viese un trocito del combate entre los titulares de las dos opciones políticas en liza. ¿Dos opciones? Aquí empieza el gran engaño. ¿En que se diferencian esas opciones? Se lo diré: una es la de los indecentes y la otra la de los miserables y mezquinos. Esta fue la única conclusión que pude sacar del trocito que escuché. Cuando el diablo se aburre, mata moscas con el rabo. Y no hay otra razón. La similitud funcional de unos y otros es tan absoluta que sólo les queda el recurso al insulto para diferenciarse. Porque la única verdad es que es para ellos, y sólo para ellos, que hay mucho en juego: los puestos de trabajo espléndidamente remunerados. Para el común de los mortales la única repercusión está en función de lo diligentes que puedan ser los unos o los otros a la hora de cumplir las órdenes que les llegan de las más altas instancias. Si remolonean, como hacía el tontoelculo Zapatero, al final son dos tazas y de golpe las que tenemos que tragar. A Rajoy en eso nadie le podrá negar haber sido espabilado.

Bueno, pues ahí lo tienes, me dirán, mucho mejor votar para que gane el espabilado en vez del tontoelculo. Si, ya, de acuerdo, pero… para empezar todo esto es muy cansino. Vota y vota y vota y no hay forma de ahuyentar a los ineptos. Al revés, cada vez tienen más cancha por cuestiones elementales: las afinidades electivas que dijo el poeta. Un chusma, por definición, sólo se consuela si ve la ruina colectiva en lontananza. Que les quiten a los ricos todo lo que han robado para que podamos organizar la fiesta. Podemos. Es la esencia de la democracia al uso, que sólo deja el recurso a aprender de los errores.

Y el mayor de todos, se lo diré: una persona un voto. No me da la gana de seguir en ese juego. En la era de los big data hay medios más que de sobra para asignar peso específico a las personas de una manera justa. En un sistema de oportunidades como el actual tiene que haber alguna forma de pedir cuentas a los que las desaprovecharon todas y circulan por la vida sobre la chepa de los esforzados. Impedirles votar sería justo y equitativo.

Por otro lado, y acabo ya, ¿por qué demonios me piden a mí para poder trabajar titulaciones y habilidades que cuestan años conseguir y no les piden más que labia a señores que van a tener responsabilidades inmensamente mayores que las mías? Pues bien, si las cosas van a seguir siendo así no me interesan. Y no voto… por lo menos hasta que no quiten el derecho al voto a los “ninis” y no exijan a los políticos titulación específica y años de práctica como me los exigieron a mí.

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