martes, 5 de enero de 2016

Desacralización

La vida cambia y los hay que no se enteran. Ayer por la mañana llamé a una consulta cualquiera de dermatología para pedir hora. Me la dieron para por la tarde. Así que a la hora convenida estaba allí como un clavo. Se trataba de la casa en la que antaño vivió Agustín de Foxá. Resultó que la consulta compartía piso, entre otras, con una escuela de yoga, dado lo cual no paraban de entrar y salir cuarentonas en chandal. Aquella sala de espera en el hall de entrada era la más entretenida de todas las que he tenido el gusto de padecer en la vida. Todo aquel material de paso daba para muchas catalogaciones y, la verdad, la impresión que saqué es que se confía demasiado en el yoga para combatir las sobredietas. Llegó mi hora y salió a buscarme una mujer, diríamos que expléndida, en sus cuarenta, sin sobrepeso ni nada, con el pelo a lo garçón y una sonrisa para comérsela. Era la dermatólga. Pasamos a su consultorio, poco más que un chiscón que adornaba toda su pared frontal con un colage de fotografías a todo color de la susodicha dermatóloga en posiciones afectuosas con el que no podía ser otro que su marido. De todas formas fui prudente y me quedé con las ganas de preguntárselo. Porque nunca se sabe. Total que, todo sonrisas, sacó un spray metálico y lo fue aplicando sobre todas las lesiones seborreicas que le fui señalando en las diversas partes de mi cuerpo. Fue cosa de cinco minutos. Después, la tarjeta de la mutua y santas pascuas. En siete minutos ya estaba fuera llevándome de recuerdo aquella inextinguible sonrisa, garantía de todos los éxitos profesionales y no profesionales.

Así son las cosas hoy día gracias a Dios. Un mundo desacralizado. Para quitar verrugas seborreicas de la cara y manos, o de donde sea, no hace falta un consultorio de muebles oscuros y con las paredes trufadas de títulos que ya sabemos los expertos cómo se obtenían la mayoría de ellos. Hoy día se va a lo práctico. Basta con saber que esa dermatóloga de las sonrisas no podría ofrecer los servicios que ofrece si no hubiese pasado cuatro años en un servicio hospitalario de dermatología. Así hay que ser muy burro para no aprender... incluso que unas buenas fotografías mostrando, o fingiendo, la propia felicidad son mucho más efectivas que la mayor ristra de títulos a efectos de fidelizar a la clientela.

Pues sí, esa es la cuestión, que el mundo va poco a poco desacralizando todo aquello que es falsamente sagrado. El conocimiento ya no es un esoterismo o suerte de comunicación privilegiada con los dioses sino, simplemente, algo al alcance de cualquiera que se quiera esforzar para obtenerle. Y esa es, a mi nada modesto juicio, la única realidad extremecedora del presente, la accesibilidad al conocimiento para cualquiera. A partir de aquí todo el que se traga los mitos tal cual no puede ser sino por, una de dos, o es un vago o es idiota. Aunque quizá vago e idiota no sea más que un pleonasmo. En cualquier caso, como dijo Agustín de Foxá en cierta ocasión, "está esto de idiotas que no cabe uno más". Y por eso quizá sea que no se desacraliza el mundo a la velocidad que sería deseable. Y así es que la gente traga, tragamos, que da grima verlo. 

He dicho.   

       

2 comentarios:

  1. Ya solo nos falta que las mujeres sean curas. ¿Tú crees que lo veremos?

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  2. Creo que sí, pero en forma de pitias, poniéndose hasta el culo de soma antes de lanzar sus oráculos.

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