martes, 19 de enero de 2016

La justicia del tiempo

Hay una frase por ahí que no sé si es consuelo de tontos o certera premonición. O aunque sólo fuera medio certera. Es la que asegura que el tiempo acaba por ponerlo todo en su sitio. Personalmente, pienso que quizá haya algo de verdad en tal aserto, aunque para ser exactos habría que añadir que las más de las veces es tanto el tiempo necesario que cuando llega el acomodo a lo que más se parece es a la cebada al rabo del burro muerto. En cualquier caso conviene constatar dos realidades que son a la vez contrapuestas y complementarias y que, entre las dos, en gran medida forman la salsa que sazona el devenir del mundo: la creación de mitos por un lado y la destrucción de esos mitos por el otro. 

Es la historia de la humanidad resumida en la glorificación del tenista Nadal y la sospecha que se ha levantado de su previsible implicación en la merdé que tiene estos días tan entretenidos a los medios de comunicación: el amañamiento por parte de las casas de apuestas de los partidos entre las grandes estrellas del deporte. Si es verdad o mentira ya da igual: el mito ya está tocado. La importancia de esas estrellas, el valor simbólico que se las ha querido dar, siempre ha sido una impostura vergonzante que sólo ha engañado a los bobos... aunque por suerte o desgracia, que no sé, los bobos son, o somos, la inmensa mayoría de la humanidad. 

La mitificación del deporte de competición es otro, entre tantos, de los legados que nos dejó la Grecia Clásica. A mí, sin duda, es el que menos me convence. Quizá por resentimiento, ya que, por el querer de los dioses, mi constitución física es de lo menos apropiada para competir en cualesquiera actividad que precise de fuerza bruta. Ni aunque me hubiese machacado a entrenar hubiese podido sobrepasar la categoría de cuarta regional. Pero ahí está la construcción del mito, haber sido favorecido por los dioses con una constitución física excepcional a la que se añade un voluntad de hierro para entrenarse hasta la autodestrucción y, quizá, alguna brizna de inteligencia para asimilar pequeños gestos que marcan la diferencia con los competidores. Y así, ya tenemos los tres pilares del mito: favorito de los dioses, trabajador e inteligente. No es extraño que los poderes púbicos utilicen a estos pobres chicos como símbolos de la pureza humana y les otorguen los laureles de la ejemplaridad. Premios Príncipe de Asturias y chabacanadas por el estilo. 

De todas formas tengo que decir que no estoy siendo justo con los clásicos. Cuando lo de los juegos de Olimpia o del Istmo, por poner dos ejemplos, allí competía gente capacitada físicamente que por lo demás llevaba una vida normal. Entrando dentro de lo normal el culto al ejercicio cotidiano con el que me siento plenamente identificado. Lo de hoy día es una aberración de aquello: al que tiene la desgracia de haber nacido físicamente privilegiado le agarran una serie de vampiros y le apartan de la vida normal y le someten a un pseudocientífico método de mejoramiento de facultades que en realidad es un tormentoso camino de autodestrucción. Por lo general, salvo excepciones, le dejan el cerebro más seco que la pata un santo. Un injusticia sin duda mucho, muchísimo más perversa que eso que llaman violencia de género y demás mandangas de moda. 

En definitiva, ¿quién se acuerda hoy de un mito del deporte no digo ya de cuando Olimpia sino de hace cien años? Y sin embargo, Pitágoras, Tales, Platón, Aristóteles, Eratóstenes, y un largo etc., cada vez brillan más en el firmamento de nuestra admiración. Es la justicia implacable del tiempo que pasa. 

  

2 comentarios:

  1. Bueno, a pesar de que la humanidad les deba tanto, a Paul Dirac, Henri Poincaré o Linus Pauling, por poner tres ejemplos escandalosos del siglo XX, tampoco los conoce casi nadie. Supongo que si ellos lo supieran, les daría igual. A mí, la verdad, si fuera uno de ellos también me daría lo mismo. Que me quiten lo bailao, diría.

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  2. Bueno, seguro que su autoestima estaba apuntalada por sentirse admirados por los mejores. El populus, como sabemos desde Diógenes, sólo admira al que se masturba delante de él. Pero el tiempo pasa y dentro de siglos esos nombres seguirán resonando en las cátedras de todo el mundo y el de Messi, dentro de cincuenta años, podría ser el de un vendedor callejero de calcetines.

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